viernes, 7 de junio de 2013

Un poco de luz por favor.

Conocí la miseria en mis años de juventud y quizá sea por eso que ahora reconozco el valor de todo y me duele que otros no lo hagan e incluso se permitan el lujo de despreciar. Recuerdo esas enormes bolsas bajo los ojos cansados de mi padre que denotaban horas de trabajos infructuosos y comeduras de cabeza para hacer que las cuentas de la familia cuadraran. Trabajaba como nadie, se esforzaba cada día por sacarnos de aquella enfermiza miseria que nos robaba el espíritu alegre del que antaño gozábamos, cuando mi madre vivía. Trataba de llevarnos una sonrisa todos los días aunque el suyo hubiera sido un día gris oscuro tirando a negro. Nos hacía reir como nadie porque era capaz de exprimir la realidad y extraer de ella el surrealismo, el chiste. Era capaz de encender una vela en medio de tanta oscuridad. Su amor por nosotros y por la vida, por muy mísera que fuera, era su motor y también el nuestro.

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