martes, 18 de junio de 2013

El aroma del pecado

- Admirable de todo punto. ¿Decís que estos cautivadores perfumes son obra vuestra?

- Así lo afirmo, Majestad.

- ¿Y cómo podéis probarlo, joven?

- Podría haceros una muestra en persona para que vuestros sentidos lo crean.

- Alabo vuestro arrojo niña. Así sea, quiero verlo.

La joven comenzó a preparar y componer, como si de un puzzle se tratara, el instrumental necesario para fabricar aromas exóticos y perfumes embaucadores. Lo había empaquetado la noche anterior, antes de partir hacia la corte, con sumo mimo y cuidado casi como si fuera un ritual místico que llevaba a cabo siempre que iba en busca de un poco de fortuna. Sin duda, la corte era el lugar ideal, pues allí solían reunirse en fiestas cortesanas las narices más nobles y refinadas que sin duda sabrían apreciar su arte. Con el brío de un sabueso en una partida de caza comenzó a mezclar, oler, mezclar, diluir, oler, volver a mezclar hasta que se conformó en aquel frasquito el aroma deseado. Se puso unas gotas de aquella nueva esencia sobre en su cuello y dijo:

- Esta es mi creación más especial para vos, Alteza. Apreciareis mejor su efecto sobre mi piel.

El Rey se inclinó sobre ella y al hundir su nariz en el cuello de la muchacha se apoderó de él algo sobrehumano que le hizo perder la razón. Con la furia del instinto animal desatado comenzó a desnudarla violentamente mientras los ojos de la muchacha relumbraban con la luz de la victoria y la sed de venganza. Aquella noche engendraría al bastardo del Rey y daría inicio a la lucha por el trono. Por fin remediaría tantos años de miseria a los que aquel ser despreciable la había sometido junto a su familia.

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