miércoles, 19 de junio de 2013

Kaduk o el Destino.

Aquel templo era muy distinto a los que había visto en su vida. Su arquitectura imposible, enrevesada, tenía un punto tétrico pero también mágico. Desde pequeño Malik lo había divisado desde la ventana circular de la buhardilla en la que se había criado junto a Ada, sirvienta de los Señores de la casa. Ada le había recogido del orfanato cuando contaba un año de edad al saber de su existencia pues era hijo de su hermana, una triste a la que habían violado, y que murió tras el parto y lo cuidó como si fuera hijo suyo pero esto no lo sabía Malik, como tampoco sabía otras muchas cosas que estaba dispuesto a conocer pues ya era todo un hombrecito a las puertas de su destino. Se sentía preparado para enfrentarse a su primera prueba de vida. Por fin había llegado el momento de hacerle una visita al Señor del Templo, como todos los hombres y mujeres de aquellas tierras sin nombre hacían cuando se sentían preparados para afrontar su propio sino. Tendría que entrevistarse con el gran Kaduk, señor del Templo, tan viejo como el Tiempo mismo que le plantearía los dilemas de su existencia para definir su destino. Malik se había estado preparando a base de reflexiones desde los 16 años y ahora con sus 18 se creía preparado y lo suficientemente válido como para salir triunfante de aquella entrevista por la que tenía que pasar todo ser humano que quisiera luchar por su destino. Ada siempre le andaba diciendo que un día tendría que elegir su destino, tomar importantes decisiones que encauzarían el rumbo de su vida y por fin ese día había llegado. Estaba preparado para enfrentarse a Kaduk. No quería esperar más. Además sentía una gran curiosidad por saber cómo era. Nadie tenía permitido hablar de él después de su entrevista bajo el castigo de convertirse en un triste o un sin rumbo sumándose así a aquellas personas que merodeaban sin saber a donde dirigir sus pasos por creer que su destino se forjaría solo. A Malik le entraban escalofríos de pensarlo. Un día, cuando contaba 16 años, vio a un triste sentado en un columpio en el árbol solitario. Se había borrado de su mirada la determinación, la voluntad, y de su boca la sonrisa del que camina seguro.
Iba Malik hacia el templo pensando en todo esto y con un único objetivo claro en su cabeza: no convertirse jamás en un triste.

- Hola Malik, te esperaba. Te has adelantado a la hora prevista.

- Gran Kaduk, me presento ante usted con el firme propósito de convertirme en un hombre.

Los ojos de Malik brillaban con la intensidad de los zafiros, reflejo de su alma joven e inquieta. El joven se había jurado no dar importancia al aspecto de Kaduk sino aferrarse a sus ganas y determinación de convertirse en un hombre. Sabía que le costaría no embobarse ante la figura que tanto admiraba pero se había propuesto salir de allí sin la necesidad de hablar del aspecto del viejo, no quería por nada del mundo transformarse en un triste.

- Veo en ti una gran determinación hijo. Sin embargo, esa determinación es no ser un triste pero no has definido qué quieres ser.

- Señor, creo que es más decisivo y determinante querer ser un hombre con destino que tener el capricho de ser algo en concreto, pues creo en el azar en esta vida y en otros muchos condicionantes que pueden llenarla de vicisitudes. Pero si el hombre tiene firme el pensamiento de ser alguien nada lo derrumbará pues buscará su sino, y ése será su objetivo vital.

- Tienes las ideas claras, hijo mío. Eso me gusta y es imprescindible para lo que te depara el futuro. ¿Quieres saber lo que te tiene reservado?

- No, Señor. Sólo quiero saber que caminaré con determinación y no seré un triste.

- Pareces saberlo ya.

- Ése ha sido siempre mi objetivo, lo demás me parece algo secundario.

- Entonces, ¿es eso lo único que has venido a buscar?

- Sí Señor. Quiero ser dueño de mi propio destino y no someterme a la idea de él.

- Sea pues. No serás jamás un triste si te mantienes en el propósito de no serlo. ¿Sabrás hacia dónde dirigir tus pasos?

- Sí Gran Kaduk. Un paso me hará dar otro y de aquí saldré con el impulso necesario para caminar largo tiempo.

- Hijo, pareces haber nacido con una sabiduría impropia de los hombres. Por eso, te propongo iniciar en este Templo tus pasos convirtiéndote en mi aprendiz para ser algún día mi digno sucesor, como yo también un día lejano ya lo fui aceptando sobrellevar este oficio.

- Señor no soy digno de este oficio. Estoy hecho para aprender de la Vida no para dar consejos sobre cómo vivirla.

- Deberás saber entonces que tu destino está ligado al mío, pues eres sangre de mi sangre. Tu madre fue la elegida para engendrar un hijo mío. Su destino fue terminar sus días tras el parto.

- ¿Eligió ella ese destino?

- Ciertos seres no pueden, están al amparo de lo que otros elijan por ellos.

- Eso no es justo, Señor.

Malik empezó a sentir una rabia poco usual en él. Sabía que enfrentarse a su pasado, que desconocía porque nunca le habían hablado de él, le podía hacer mucho daño. Pero estaba seguro de que conocerlo le haría ser más él mismo y eso era lo que buscaba. Sintió una inmensa pena por su madre y se vio sometido a un gran dilema. ¿Había muerto su madre para nada? ¿Debía aceptar el destino que otros habían elegido por él? ¿Era entonces dueño de su destino o no? ¿Su madre había podido elegir ser la progenitora del próximo Señor del Templo, que no era un ser inmortal sino un hombre con más poderes de los que debería tener un simple ser humano pero que alimentado por miedos y supersticiones había sido idolatrado y se habían depositado en él los sinos de cada ser humano condenando a muchos a vagar creyendo no tener futuro? No, no sería él quien mantendría esa farsa por más tiempo. De repente entendió que debía empezar a luchar contra Kaduk, por la libertad de cada ser humano.

- Acabo de entender muchas cosas Kaduk.

- ¿Se ha forjado en tu interior la necesidad de acabar conmigo y mi mito?

- Sí Señor.

- Entonces, empieza aquí nuestra lucha. Y fuera la de creer en mí o creer en ti. Sólo el tiempo marcará nuestro fin. Grandes cosas hemos aprendido hoy aquí. Eres libre de comenzar tu lucha.












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