martes, 6 de diciembre de 2016

A quién conoció lo peor de mí.

Tengo la sensación de que viviste la peor parte de mí y sólo puedo desear que me hubieras conocido ahora. No es que sea mucho mejor.., simplemente diferente a lo que encontraste entonces, de eso estoy segura. Conociste mis mayores errores, ésos que cometía a cada paso que daba, por inseguridad, por temor, por vergüenza, por mi infantilismo, por perseguir unos sueños demasiado etéreos... Conociste, si es que se pueda decir que te atrevieras a hacerlo, la más inconsistente de las versiones previas a la forma definitiva, a la oruga. Quizá me hubieras logrado comprender si hubieras visto el resultado de mi transformación. Quizá incluso me hubieras querido un poco más. ¿Quién sabe? De verdad me torturo al pensar que eso te pudo hacer huir, no aguantar hasta el final, o incluso repudiarme. Quizá y sólo quizá, de haber sido un poco paciente podrías haber encontrado las razones, los frutos de tu espera. Te hubiera regalado la visión de mi nuevo yo reflejado en una bola de cristal si eso te hubiera sido suficiente razón para quedarte. Quizá y sólo quizá tuviste que irte para que yo pudiera ser quién digo que soy. No sé si debo darte las gracias o arrancarme el corazón cada vez que te pienso.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Dama por dama.

Eran dos damas o eso se comentaba. Sucedía siempre, como cuando chocan dos portentosas y ancestrales fuerzas opuestas enfrentadas en batalla. Entre gritos de guerra e improperios se tiraban de sus hermosos cabellos reales, se arrancaban las relucientes coronas, se arañaban las nobles caras, se sacaban a bocados botones y lazos... Eran demasiado orgullosas y ninguna quería admitir la derrota en el campo de batalla, pero el juego era el juego y estaban dispuestas a todo por su Rey.

Esto era lo que la pequeña Ana imaginaba cuando su padre cambiaba dama por dama concentrado ante el tablero de ajedrez que le absorbía los sesos.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Hoy he soñado...

Aquellos seres lanzaban un extraño grito desesperado como si se tratara del lamento por la muerte de su comandante, caído en aquella batalla de seres infernales. Entonces se elevaron en el aire creando una columna oscura de cuerpos rabiosos. Aquel vórtice, que cada vez cogía más y más altura, parecía absorber toda la energía y era cuestión de tiempo que se desatara la tempestad. Los chillidos de las criaturas y el batir enfurecido de sus alas enmudeció por un tiempo, era el ojo del huracán. Aquella marabunta tomó poco a poco la forma incompleta de un único y titánico ser con poderosos brazos que se extendían torpemente en el aire cerrando los puños en señal de ira. La energía que acumulaban esos seres empezaba a materializarse en algo muy luminoso, una especie de rayo contenido. Entonces el enorme gigante agarró ese rayo de luz con su mano y lo lanzó directamente hacia la tierra con una fuerza indescriptible. Aquello tenía una explicación. No iba dirigido a la tierra sin más. No. Aquel rayo impactaría directamente contra el cuerpo inerte del comandante con el fin de resucitarlo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Una noche sin luna.

El pequeño Celián, en cuyas pupilas chisporroteaban las llamas que bailaban en el centro de aquella fiesta celta, se frotó los ojos para ahuyentar el cansancio. Su madre y las otras mujeres bailaban ante las lascivas miradas de los hombres del clan.., pero Celián no era consciente de aquello, por supuesto. Había tratado de llorar para conseguir captar la atención de su madre, pero había demasiado ruido. Como siempre. El clan de Celián era conocido por sus frecuentes celebraciones nocturnas, ruidosas y excesivas y no eran pocas las veces en que se sumaban otros clanes para entablar lazos de sangre o por intereses puramente comerciales. Y él era un niño tranquilo, muy observador. Decían que tenía alma de druida, pero él no sabía qué era eso. Tenía sueño así que decidió abandonarse a aquella sensación de párpados pesados y bostezos regulares, sobre esas pieles de vaca lanuda tan cómodas en las que su madre le había sentado. Entonces una suave brisa le acarició el rostro y sintió que el sueño desaparecía poco a poco. Miró al cielo nocturno y algo le extrañó. No había Luna. Había desaparecido. Debería estar en lo alto, alumbrándoles como todas las noches, como le contaba su madre. La Luna les protegía. Les susurraba sueños y velaba por ellos hasta la salida del Sol. Su ausencia le inquietó. Así que escudriñó en los alrededores. Quizá la Luna, como era tan pesada, se había caído de su sitio. Quizá las nubes no habían podido sostenerla en aquel techo estrellado. Entonces a lo lejos, a la entrada del Gran Bosque Sagrado de Névet, un destello captó su atención cortándole el hilo de sus pensamientos infantiles. De ese mismo lugar salió una figura envuelta en una capa oscura como la misma noche. Celián se asustó pero la figura alzó un poco la cabeza y así el niño comprendió y descubrió, bajo la amplia capucha, la cara oculta de la Luna, que sin duda era curiosa, sintiendo cómo volvían a cerrársele los ojos irremediablemente.

jueves, 28 de julio de 2016

La jaula.

Llevaba tanto tiempo encerrada en aquella jaula que no sabía qué aspecto tenía ya. Lo único que alcanzaba a ver era su cabello largo y ondulado, descuidado y salvaje, que comenzaba a arrastrar por el suelo aún estando de pie. Sus pechos cada vez más escuálidos, su vientre hundido y rugiente, sus piernas flacas pero musculadas, sus pies negros por la suciedad de la jaula. Sus brazos enjutos y con heridas. Sus manos, con aquellas cicatrices en las palmas provocadas por las quemaduras de los barrotes... Recuerda el día que se abrasó. Fue el mismo día que despertó dentro de aquel infierno de metal. No sabía cómo había llegado hasta allí pero estaba claro, y esto lo había meditado cada día desde su encierro, que alguien la había drogado y la había colocado allí. Alguien que aún no se había dado a conocer pero que cada noche colocaba un tazón de sopa y un mendrugo de pan cerca de los barrotes obligándola a quemarse para recoger su comida. El día que despertó allí dentro se lanzó desesperada a los barrotes, y éstos le devolvieron la furia en forma de calambres abrasadores. El hierro de los barrotes ardía. Sin embargo, el suelo de la jaula no. Alguien que no hubiera sufrido lo indecible habría pensado en cómo era posible que el suelo no la abrasara también pues el metal es un buen conductor del calor, pero ella había sufrido demasiado y no era capaz de pensar fríamente. Estaba demasiado asustada, demasiado ofuscada. Se había quemado una vez y no iba a volver a experimentarlo a no ser que fuera estrictamente necesario. Sólo podía pensar en que no saldría jamás de allí y eso la azoraba, la paralizaba. Notaba sus cuerdas vocales atrofiadas. Al principio había gritado cada día pidiendo auxilio, desgañitándose, exhortando a quién le daba de comer que la sacara de allí. Pero no obtenía respuesta. Así que dejó de gritar. Ya no hablaba. Se limitaba a dormitar acurrucada y a estirar el brazo para obtener la comida. De aquella forma era mucho más fácil sobrellevar el tedio y el abandono.
Un día, cuando estaba a punto de darse por vencida y se había hecho a la idea de no coger más la sopa y el pan, apareció entre las sombras.
-Al principio por tu historial pensé que te darías por vencida mucho antes. Pero has resultado realmente obstinada. Mírate. No pareces la misma. No eres la misma. Podemos afirmar pues que mi experimento ha sido todo un éxito. Sólo porque te quemaste la primera vez que tocaste los barrotes, sentiste que te quemabas cada vez que rozaban tu piel. Convertiste en una creencia firme algo que te hirió una vez. Y cada vez que recogías la comida sentías que te quemaban cuando jamás volvieron a arder. Toca los barrotes ahora, como estoy haciendo yo.
Le costó seguir las indicaciones de aquella voz pero comenzó a mover el brazo hacia el barrote más cercano. No quemaba. Estaba frío como cabe esperar de un metal alejado de cualquier fuente de calor, escondido en un lugar oscuro y húmedo. Aquello la desorientó.
-Todo este tiempo te has limitado a vivir aquí encerrada, sin apenas moverte, porque creías que quemaban esos barrotes. ¿Qué harías ahora que sabes que no queman? Ya veo. No tienes fuerzas para moverte. Pero sí para pensar. ¿Me estás oyendo? Claro que me oyes, aunque mis palabras quizá tengan que desentumecer tu cerebro aislado durante tanto tiempo. Debes volver en ti. Debes deshacerte de tu propia parálisis. No estás muerta. Ni morirás. No dejaré que lo hagas. Sólo quiero que encuentres la fuerza que nunca te ha abandonado y que luches. Quiero que salgas de aquí.
-Maldito cerdo-, es lo que salió de la boca de la chiquilla tras un esfuerzo monumental por hacer brotar aquellos sonidos de su laringe. Al salir parecieron rasgarle las entrañas adormecidas y fofas.
-No está mal. Ha sido un buen progreso. Come. Mañana buscarás la forma de salir de aquí.

viernes, 22 de julio de 2016

Cambio de estrategia, querido paladín.

Creo que una vez trataste de salvarme de mis demonios, pero aunque eras obstinado, te superaban con creces en fiereza. Entonces abandonaste la primera línea de batalla y desapareciste. Quizá sólo estabas ganando músculo en la soledad de un gimnasio. O quizá estabas recuperándote del susto de haberme conocido con ellos dentro. O simplemente te guarecías en alguna cueva para sanar tu malherido orgullo de caballero por considerarla tu primera batalla perdida. Quizá saliste en busca de batallas facilonas para recobrar tu autoestima de guerrero invencible. Desde entonces yo me he dedicado a alimentar a mis demonios y te puedo asegurar que han crecido unos cuantos metros. Pensé que con esa altura podrían llamar de nuevo tu atención, como una señal de socorro. Pero lo único que he logrado ha sido hacerme yo más diminuta. ¿Volverás, añorado paladín, para enfrentarte a ellos o te vas a quedar para siempre mirando cómo les doy de comer cebándolos como cerdos? Pronto se me acabarán las migajas y tendré que cambiarles el pienso. Los veo relamerse de gusto de sólo pensar en lo que les voy a lanzar directo a sus fauces. Es su plato favorito. Los restos de mi alma dormida. Entonces y sólo entonces, y éste es mi cambio de estrategia, querido paladín, cuando ya no me quede nada y ellos estén saciados y a punto de reventar, lucharé y los reduciré a restos inmundos. Y de sus vómitos recompondré a mi nuevo yo. Sin duda pestilente pero al fin entera.

miércoles, 22 de junio de 2016

El joven dios y el amanecer.

-Padre, en la Tierra los humanos a la salida de su única estrella por el horizonte la llaman Amanecer y a sus ojos imperfectos es tan hermoso que lo admiran extasiados, le dedican hermosos cantares, lo hacen testigo de sus pasiones y viven sólo con la esperanza de ver el siguiente. Yo lo he visto y sólo es una estrella más, Padre, sólo una estrella de trillones. ¿Qué la hace tan especial?

-Que es la estrella que les acompaña, la que les ilumina y da luz a sus ojos, la que los hace sentir vivos y eso Hijo, jamás lo podrá sentir un dios.

Conversaciones conmigo misma.

En conversaciones conmigo misma
me recuerdo que no,
que no fue un error
decir cada una de las palabras que te dije
ni declararte mis debilidades,
las mismas que ahora vagan difusas por los ríos de nuestro recuerdo,
las mismas que me visten cada día.
Que fui honesta y alocada, sí,
pero sólo porque me hacías querer gritarte mis verdades
y porque sólo así me alocabas tú.
Todo cayó en saco roto,
incluso algunos pedacitos de mí,
pero ese saco lo guardo a buen recaudo
aunque cada noche me pregunte
si no sería mejor quemarlo y despedirse.

Leer para vivir, vivir para amar y amar para escribir.

Nunca tuve muchas expectativas sobre mi vida. Vivía y punto. Sin más. Día a día. No feelings, just reality. Hubo un momento en que pensé que para mí no había nada más. Que por alguna razón yo no merecía nada especial. Estoy segura de que se me atrofió la piel. Pero leí. Y de repente se me llenó la cabeza de emociones que no había experimentado o que no me había permitido experimentar. Y empecé a preguntarme cómo sería vivir lo que otros han encerrado en las páginas de novelas increíbles y que el resto de los mortales nos limitamos a imaginar con las pupilas puestas en el infinito hasta que la voz de la megafonía del metro nos indica que hemos llegado a nuestra parada interrumpiendo el onírico y efímero paraíso mental. Si llegaría a sentir de verdad, en mi atrofiada piel, alguna de esas cosas que han descrito a lo largo del tiempo las grandes plumas con tanta delicadeza o tanta pasión. Cómo sería vivir lo que escribían tan exquisitamente. Y poco a poco, entre realidad y realidad me he permitido algún que otro paraíso, y he descubierto que cuando se vive amando cada segundo, dejando que todos los sentidos se embeban en el momento presente, el recuerdo de lo vivido insufla un ardor desconocido y revitalizante a las palabras que destila la pluma al rememorarlo cerrando los ojos. Ahora puedo decir que a mi también me gusta cuando te envuelve de pronto esa luz naranja, cuando se cuela entre las sábanas y nosotros pintándonos los párpados y despertándonos los sueños, cuando arranca destellos en tu pecho pidiendo a gritos nuevas batallas. Cuando abres los ojos y todo el amanecer te pinta las córneas y el alma y te brota esa sonrisa juguetona y soleada. Y me gusta cuando cobras vida de repente y eres tú. Sólo tú. Quizá alguna vez te leí en las páginas de algún libro para soñarte. Quizá te soñé para realizarte y vivirte. Y te vivo para amarte.

viernes, 17 de junio de 2016

Cuarto haiku.

Reconstrúyete
las veces que hagan falta
pieza a pieza.

El Viejo Teatro.

En torno al viejo Teatro y con el típico rumor creciente de los murmullos de expectación que arrancaban las noticias en aquel lugar, se congregó poco a poco la muchedumbre haciendo vítores con los periódicos del día en alto al ver a Maier entre ellos y saber lo que eso podía significar. Enfervorecido por los vapores de su petaca, Maier, tras dar una palmadita en el trasero de la explosiva mujer que lo acompañaba, se alzó entre la gente subiéndose a una tarima improvisada, casi tan podrida por la carcoma como su corazón.

-Queridos ciudadanos de Seasmore, las Galerías Maier son ya una realidad. Por fin tendremos nuestro centro comercial, ése por el que hemos luchado tanto, y con el que podremos estar a la altura de nuestros vecinos y transformarnos en corto plazo en una potencia competidora pues esta cadena de buenos negocios no ha hecho más que empezar. Dos años después del trágico accidente que asoló al viejo Teatro llevándose por delante a parte de la compañía de actores del señor Thomas Arnstein, por los que rezo cada día por que alcancen la Gloria infinita de nuestro Señor, será derribado y daremos nuevos aires a esta pequeña gran ciudad.

Tras los aplausos de sus fieles seguidores y con aire de haberse dado el baño de masas de turno, bajó de la tarima con un nuevo objetivo al ver acercarse al hombre que más odiaba sobre la faz de la tierra, del brazo de una mujer contra la que firmaría una orden de destierro si pudiera.

-Arnstein, siempre acompañado de esa bruja... Hacéis una pareja repugnante. Me gustaba más aquella chiquitaja... ¿cómo se llamaba? Bueno, da igual. Total, según tengo entendido perdió la memoria después del accidente para morir poco después. Vamos, como la que te agarra el brazo ahora. Siempre has tenido un gusto nefasto para las mujeres.

-No tengo tiempo para esto Maier.

-LLevas dos años haciendo no sé qué en el Teatro y aún me pides más tiempo. No sé qué te traes entre manos pero me da lo mismo. Lo derribaré contigo dentro si hace falta.

-No haga caso Thomas. Algún día recibirá su merecido.

-Cállate bruja o el derribo se cobrará también tu vida.

-Vamos, Agnes, no merece la pena.





Los ruidos en el escenario despertaron a Thomas que salió precipitadamente del cuartucho, lleno de periódicos, recolocándose las gafas que se le habían clavado en el tabique nasal. Había pegado una cabezada de puro agotamiento contra el aparato que llevaba años construyendo pieza a pieza. Había soñado con ella, con su voz llenando el teatro... Y entonces aquel foco se desplomó y junto a él todo el aparataje de iluminación, el techo... Se hizo el caos, y el estruendo y las llamas lo devoraron todo. Durante esos dos años lo había torturado la misma pesadilla cada noche.

-¡No por favor! No se lleven el piano. Dijo que me daba dos meses más... Aún no he terminado. Necesito esos dos meses...- suplicó Thomas desesperado.

-Lo siento, pero ya ve, nosotros sólo cumplimos órdenes. Nos dijeron que fuéramos desalojando el teatro y aquí estamos. ¡John coge aquellas maderas y cárgalas al camión! Y en cuanto a las butacas salva las que puedas. Hay mucho que hacer y a mí me está matando la ciática. No estoy ya para estos trotes... A ver si me jubilo de una vez. Con un poco de suerte el señor Maier me adelantará la pensión. Quizá hasta me dé alguna paga extra... Oiga, este lugar está ruinoso.., ¿dice que ha vivido aquí todo este tiempo? ¿Desde el accidente?

Algo se removió en Thomas.

-Yo mismo me arrastré delante de esa rata miserable rogándole tiempo.

-¿Te refieres a mí?- soltó Maier desde el patio de butacas. Thomas no lo veía bien pero como si lo hiciera, lo conocía más de lo que le gustaría. Lo intuía con los pies sobre las butacas como si verle sufrir fuese el mejor de los espectáculos.

-Eres un hijo de puta.

-Vaya hombre, ya estamos descalificando. ¡Qué pena de modales! Encima que me intereso por ti, hermano.- Su forma de escupir las palabras delataba el odio que no lograba superar.

-No soy tu hermano.

-¿Te molesta que te lo recuerde?

-Vete.

-Estás amargado. Tendrías que mirártelo. Y también esa enfermiza obsesión por coleccionar periódicos... Ese papel arde de lujo.

-Tú sí que arderás de lujo. En el Infierno.

-Qué feo eso que has dicho. En fin, pasado mañana este Teatro hará ¡¡¡BABOOM!!! Y yo estaré un paso más cerca de ser el nuevo alcalde. Por cierto, un detallito insignificante, acuérdate de que no te pille dentro, no quiero tener que recibir tus restos como si me importaras.- Con estas palabras Maier pensaba haber dejado más que claras sus intenciones.





Aguardó a que se fuera todo el mundo para dejar salir toda la rabia contenida.

-No desespere joven Thomas. Debemos ser pacientes hasta el último momento. ¿Por qué no prueba a encajar la pieza que adquirimos en el mercado?

-No creo que funcione Agnes. Me están abandonando las fuerzas. No puedo más.

-Vamos hijo. Yo confío en su inmenso talento, y confío aún más en su corazón noble. Yo iré a poner otro anuncio en el periódico.

-Gracias Agnes. Cambia actriz por cantante a ver si hubiera suerte esta vez.

Agnes asintió aunque no estaba convencida de que aquello fuera a surtir efecto. Atraer a fantasmas perdidos no era nada fácil. E Isabelle no era un fantasma fácil. Había perdido la memoria de los vivos, y la de los muertos. Agnes estaba convencida de que andaba vagando por las calles de Seasmore sin rumbo, perdida, sin saber quién era o cual era su nueva condición. Quizá se hubiera quedado atrapada en algún momento de su juventud cuando soñaba con ser cantante de musical. Por eso Thomas redactaba cada día anuncios para los periódicos y tiraba folletos por las calles esperando que Isabelle los viera y acudiera al Teatro como hizo en vida. Thomas, que era un genio de los aparatos de ilusionismo que solía usar en muchas de las representaciones de su compañía, había ingeniado durante ese tiempo un aparato que, si todo funcionaba correctamente, permitiría obtener el reflejo de los fantasmas que quedaban en la Tierra atados a algún lugar y amplificar sus voces. Su obsesión era reunir a toda su compañía, volverlos a ver una última vez antes de que derribaran el Teatro y despedirse pues sabía por Agnes, reputada médium, que seguían habitando en el Teatro preocupados por él, por su futuro. Habían sido una gran familia y Thomas se había jurado protegerlos ya que no lo había sabido hacer aquel trágico día y por lo que se culpaba hasta la extenuación.

-Agnes, ¡mira esto!

- ¿Qué significa eso, hijo? ¿Que funciona? ¡Oh dios mío, sí, funciona Thomas!

-Ayúdame a llevarlo al escenario donde he puesto el cañón. Tenemos que proyectar el haz de luz por todo el patio de butacas, ha de radiografiarlo todo en su busca. Tenemos que dar con ellos. He de verlos.

Al principio una luz cegadora era lo único que llenaba el espacio. El Viejo Teatro se veía extraño con tanta luminosidad. Entonces cuando se cansaron de observar y estaban a punto de desconectar aquella máquina unas formas empezaron a vislumbrarse entre las butacas. Al principio parecía una suerte de humo que ondulaba en el aire. Se fue condensando poco a poco y tomando forma de silueta humana. ¡Eran ellos! ¡Sí, eran ellos! Su compañía se manifestaba ante sus ojos cansados. ¡Y podía oírlos! ¡No podía creerlo! Thomas se desplomó del agotamiento y la emoción y cuando recobró el sentido y los vio allí plantados junto a él lloró de felicidad. Entonces una nueva voz retumbó por todo el edificio, una voz que llenaba los teatros con su luz.

-¿Hola? Señor... Señor Arnstain- dijo haciendo una pausa como si confirmara en algún sitio el nombre de la persona a la que debía dirigirse.

-Se pronuncia Arnstin- respondieron los fantasmas de la compañía al unísono como solían hacer cuando alguien no pronunciaba bien el nombre de su amigo.

-De acuerdo... Verá he visto su anuncio y creo que doy el perfil que busca. No sé muchas cosas, de hecho he olvidado cientos de ellas, salvo que amo cantar. Y por alguna razón el destino ha querido que yo leyera el periódico y encontrara su anuncio, aunque no era demasiado explicativo.., y en fin, aquí estoy.

-¿Isabelle?

-¿Me conoce?

Otra vez aquella sonrisa con la que tanto había soñado reaparecía ante sus ojos incrédulos. Él le devolvió otra amplia sonrisa. Isabelle refulgía a medida que se movía por el pasillo acercándose al escenario. Siempre había sido una criatura brillante.

-Yo también he olvidado muchas cosas Isabelle, salvo que la amo. Y mi único deseo era volver a verla y escuchar su voz. ¿Sería tan amable de cantar para nosotros?

Thomas comenzó a tocar el viejo piano e Isabelle comenzó a cantar. El tiempo se detuvo. La compañía se unió en los coros, como siempre que interpretaban aquella hermosa canción. Al dar el último acorde, la realidad volvió a golpear a Thomas. Los fantasmas de su compañía lo entendieron a la perfección pues habían vivido aquel episodio de dos angustiosos años con él aún en la oscuridad del plano de los no vivos y habían padecido el sufrimiento de su amigo.

-Hemos de salvar el teatro Thomas. Debe continuar en pie. Y tú debes formar una nueva compañía y seguir mostrando tus obras a la gente. No dejes que caigamos todos en el olvido- dijo uno de los fantasmas. Era Louis, el mayor de todos. Había sido como un padre para él y siempre había oído sus consejos.

-Y debes desenmascarar a Maier. Él estuvo detrás del incendio, Thomas. Estoy segura. Lo vi merodear ese día trágico por el Teatro con dos hombres más. Estaba muy nervioso y contaba los minutos para el estreno- dijo Anne Marie. Había salido con Maier el tiempo que había pertenecido a la compañía y cantando con ellos, mucho tiempo atrás. Maier podía ser un cabrón pero de joven había sido un cantante fabuloso. Su único enorme defecto era que envidiaba demasiado a su hermano, de forma patológica e incomprensible y algo hizo que detonara tanto rencor acumulado. Todos estaban convencidos de que era por Isabelle. No lograba entender qué había visto en Thomas. Además, empezó a llevar muy mal la fama y comenzó a beber... Finalmente, lo dejó todo iluminado por el poderoso don Dinero, claro, y por la oportunidad de negocio que vio en aquella ciudad al lado del alcalde.

-Algo se nos ocurrirá para impedir el derribo- apostilló Agnes y Thomas no pudo hacer otra cosa que confiar en ellos, como siempre había hecho. Se dirigió a Isabelle que parecía estar en shock.- ¿Recuerdas ya, querida, lo que pasó?

-Soy un... soy un...- comenzó nerviosa, comprendiendo al mirar lo que ella consideraba sus manos y su cuerpo, que ahora no era más que un vago reflejo luminoso.

-No hay nada de malo en ello, Isabelle. Pero debías saber de tu nueva identidad para no vagar eternamente tratando de encontrarte- dijo Agnes con ternura.

-No pudimos buscarte porque quedamos anclados a este lugar.- añadió el joven Stevens con algo de culpabilidad en la voz.

-Como no estabas con nosotros, sabíamos que andabas perdida buscando tu lugar. Aquel golpe te hizo perder la memoria y... bueno lo que importa es que estamos juntos de nuevo- dijo Anne Marie.

-¡Ya recuerdo! Era el estreno... ¡Oh dios mío! ¡Thomas!- dijo llegando a la conclusión de que amaba a aquel ser de carne y hueso que la miraba con toda la ternura en esos ojos azules que tanto añoraba de repente. -Has hecho todo esto para reunirnos, para vernos y oirnos... Para encontrarme y devolverme la memoria... ¡Lo has conseguido! No nos iremos de tu lado, ni de este teatro. Y Maier pagará por lo que hizo. Hemos de traerle hasta aquí y mostrarnos. Con eso debería bastar para empezar y lograr que ceje en su empeño por destrozarnos.-



viernes, 10 de junio de 2016

Escondido en la almohada.

Yo también expuse mi corazón a la intemperie, a la deriva de tus sentimientos. Y durante mucho tiempo vagó sin rumbo por tu mar embravecido y tormentoso, dejando cada día mil botellas flotantes con mensaje esperando que las descorcharas. Dejé que lo azotaras con las altas olas de esa indiferencia de la que tanto te pavoneabas, con tu juego de seductor insensible. Y aunque desoí sus señales, llegó el día en que me alcanzaron las bengalas, su particular llamada de socorro, porque no había isla en la que descansar tras el naufragio y había que aferrarse a una tabla de salvación para llegar a alguna orilla.
Te di a ciegas mis mejores sueños, te dediqué mis mejores sonrisas, las miradas furtivas más encendidas por la pasión imaginada.
Estaba dispuesta a darte mis segundos, mis minutos, mis horas, todo ese tiempo que jamás volvería a ser sólo mío.
No sé por qué esperé tanto de ti.
Lo único que obtuve a cambio fue un silencio longevo y reverberante que me susurró durante años, escondido en la almohada, sonidos de mar colérico como una caracola con altavoz, impidiéndome conciliar el sueño, recordándome que, una vez más, me había equivocado al seguir la estrella que no era. Hasta que por fin un día, dejé de oirlo y comprendí que los bandazos, los naufragios, las tormentas sin fin, me habían puesto en rumbo a una isla espléndida en la que encallar.

martes, 7 de junio de 2016

Conectados.

En aquel mágico instante supe que la quería. No importaban los años que nos separaran, seríamos dos kamikazes de las reglas establecidas. Entonces, no pude parar de mirarla, me embelesaba su forma de hablar tan original. Se sumía en sus pensamientos y siempre miraba hacia arriba y a una esquina como encontrando en ese sitio de su pensamiento todas las ideas que le brotaban por los labios sin pasar por un filtro. Hacía años que la conocía pero nunca la había visto de aquella forma. Necesitaba urgentemente tocarla, sacarla de su ensimismamiento y hacerme presente para ella, y acaricié su cabello sin apenas darme cuenta de lo que hacía. A ella no pareció importarle, tan embelesada estaba en su discurso sobre no sé qué de algún músico de moda. Lo que no supe hasta mucho después es que aquella caricia nos había conectado un poco más, que había despertado en ella algo de lo que no se había percatado hasta aquel momento pero era buena actriz y hasta a mí, que me sentí culpable por quererla de aquella manera, me pasó desapercibido.

jueves, 2 de junio de 2016

Pies de plomo.

Tantas veces le había dicho su padre que caminara con pies de plomo que apenas podía despegarlos ya del suelo. Cada año se volvían más y más pesados y sentía que se hundía el suelo a su paso. Tal era el peso que cargaba que andaba a todas partes encorvada con la barbilla apuntándole al pecho y los ojos a las puntas de sus pies. Eran tantas sus ganas de deshacerse de aquellos terribles pies que, cuando se hizo con el valor necesario para lograr desencadenar su imaginación del hastío más duro al que se hallaba atada, se escapó en busca de todo lo necesario para fabricarse lo único que podía salvarla, lo único que podía hacerla volar tan alto como sabía que le permitiría su agarrotada imaginación: unas alas, unas alas tan poderosas que el plomo de sus pies acabara pareciendo corcho ligero. Así pasó mil días con sus mil noches engarzando una a una las plumas de su liberación.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Cansada.

A veces su vida parecía componerse de decepciones continuas y no era capaz de hallarles solución. Sentía que sus propias desilusiones la abofeteaban sin piedad, sin temer arañarle la piel, y la acusaban con el dedo riéndose de ella a crueles carcajadas, esperando a caso que respondiera con valentía y decisión y se levantara en armas. Pero lejos de levantarse se quedaba paralizada preguntándose el típico por qué a mí, sintiendo el peso de la soledad más absoluta, la incomprensión y el desamparo de quién no cuenta con una guía que le acompañe a la salida, que le indique los baches del camino y le tienda su mano para evitar que tropiece. Como si a nadie le importara que se marchitase. Estaba cansada. Muy cansada de esperar de la vida lo que no le ofrecía y harta de dar sin recibir a cambio y de que eso se hubiera convertido en la tónica de su existencia. Lo único que lograba aliviarla un poco era transcribir sus miedos, sus preguntas sin respuesta porque de esa manera se daba tiempo para entenderse, para volver a levantarse con el nuevo amanecer.

Dos cobardes.

Vamos di lo que tengas que decir.
Se acerca mi parada y no volveremos a vernos.
Este tren es nuestra oportunidad. ¿No lo ves?
Vamos, dime eso que me han contado tus ojos al cruzarse nuestras pupilas.
No tenemos tiempo. ¿Por qué no dices nada?
¿Por qué has vuelto a perderte en la lectura? ¿Acaso me das por imposible?
No. Me niego. Vamos, dímelo, me bajo aquí. ¿No ves que estoy haciendo el amago de levantarme?
No me dejes escapar. No consientas que te añore cada vez que me suba al vagón.
Por favor. Di algo. Lo que sea.


Todo eso se quedó atrapado en mi boca golpeándome los dientes.
Ninguno nos atrevimos a decir lo que teníamos que habernos dicho. Y así fue cómo nos perdimos, cómo nos diluimos entre la gente.
Fuimos dos cobardes.

Mi primer haiku.

Vamos, dímelo
o pasarán los años
y lloraremos.

El Niño que creció.

Cuenta la leyenda que en la segunda estrella a la derecha, una temible abominación surgió del acto más puro. Un enloquecido Peter Pan, al no ver a la joven Wendy esperándolo tras el cristal, la buscó por todos los rincones y al reconocerla tras un rostro ajado, dolorido y hecho jirones, postrada en la cama y entre estertores, se deshizo su sombra en un llanto ahogado.
Tembloroso y desesperado, descubriendo el miedo en su reflejo, la cubrió con polvo de hadas y tímidos besos y la guió al País de Nunca Jamás temiendo quebrarle los huesos. Le dio de beber del agua de la laguna y las sirenas la mimaron a la luz de la luna.
Peter no entendía nada ni conciliaba el sueño tratando de devolver a Wendy la poca vida que cabía en su cuerpo y a pesar de sus esfuerzos de alquimista, ella no podía morir y tampoco vivir por completo. Peter colérico y desconocido lo cubrió todo con un invierno crudo y descolorido y extenuado se encerró en su casa árbol, se sentía un niño envejecido, mientras Wendy se deshacía en una interminable agonía ahora que su tiempo había vencido. Peter se negaba a devolverla a su hogar, a que muriera y con ella su deseo de volver a verla. Pero decidió que la solución no estaba en el Peter niño por eso se despidió del hada y le juró a Wendy que volvería. Pasaron los años y el niño que jamás crecía vagaba por la Tierra buscando una cura que jamás encontraría. Cansada de esperar, Wendy, entre sus típicos dolores, se embadurnó de polvo de hada, necesario para emprender el largo viaje interestelar, y salió a buscarlo.
Voló y voló y, agotada la magia, descendió suave y torpemente en una parcela de suelo mullido y esponjoso, lleno de hojas caídas de arce rojo. Curiosamente se hallaba en el parque en el que desaparecían los bebés de los carritos en los descuidos de sus nanas, como en su día les ocurrió a los Niños Perdidos. Era reconfortante aspirar de nuevo ese aire tan puro, aunque los pulmones le ardían por el esfuerzo. El agotamiento la hizo buscar un sitio donde poder tomar aliento y recuperarse, pero se temía lo peor. El destino quiso que se encaminara hacia aquel banco. Sentado en él había un viejo cabizbajo que lloraba. Ella le alzó suavemente la barbilla y al ver sus ojos reconoció a su Peter. Al niño le había sorprendido el tiempo. Wendy le puso los dedos en los labios acallando el desosiego que le empezaba a brotar del alma, y tras besarlos se reclinó en su hombro, encontrando la calma más pura. Así vieron juntos el último atardecer.






Diferente.

Se volvió oscura.
Y su nuevo yo amaba diferente.
Ya no daba besos tibios.
Comía bocas.

Nadie te dijo nunca.

Nadie te dijo nunca,

que en el fondo de tu alma,
que con desgarro y en soledad,
que a gritos y en silencio,
que sufriente y eufórica a ratos alternos,
que confundida y segura a partes iguales,
que loca y cuerda,

amarías.

lunes, 23 de mayo de 2016

Sorprendido en un vagón.

Cuando por fin logré sentarme en el asiento que indicaba el billete, no pude evitar hacerlo con un resoplido. Me sentía viejo, muy viejo y en la soledad de aquel compartimento encontré la intimidad necesaria para reconocer que estaba cansado, muy cansado. Fijé la mirada en el cristal y me perdí en aquellos pensamientos que no dejaban de rondarme. LLevaba un tiempo tratando de asimilar la idea de haberme convertido en un jubilado. Me había topado con ello de golpe y casi a la fuerza. Sin quererlo. Siempre había estado tan seguro de mis habilidades, tan enardecido por la fuerza y la vitalidad de la juventud.., que no lograba adaptarme aunque seguramente mi nueva forma de vida fuera para muchos motivo de envidia. Mi nueva condición se me antojaba extraña y vivirla en soledad lo hacía mucho más duro de lo que podría admitir. El mundo se había vuelto de repente incapaz de ofrecerme nada nuevo, tan anodino lo veía con mis ojos de lince desgastado. Lejos quedaban ya aquellos años en los que al observar a mi alrededor me sorprendía resolviendo acertijos, pasando noches en vela descifrando tramas enigmáticas, persiguiendo a delincuentes entre pistas más o menos falsas o desenmascarando personajes, dignos del género ficticio al abrigo de la noche cerrada y tan bien difuminados y mimetizados con el paisaje insípido de la cotidianidad diurna, escondidos en semblantes concentrados y ceñudos detrás de periódicos a los que realmente no prestaban ninguna atención. Ahora me dedicaba a viajar sin destino, con la maleta llena de papeles en los que escribía poco a poco mis memorias de detective.
Me disponía a transcribir un nuevo pasaje, al que había estado dando vueltas tratando de poner en orden los sucesos y fechas que bailaban inexactos en mis cada vez más frágiles recuerdos, cuando un semblante llamó mi atención de repente. Mi cerebro se reactivó de nuevo y se me dilataron los orificios nasales como a un perro sabueso olisqueando huellas en la tierra. No la había oído llegar al compartimento, tan absorto me tenían mis tribulaciones de jubilado inexperto. Estaba sentada frente a mí. Pocas veces había sido testigo de un instinto de protección tan intenso. Había visto niños aferrados a peluches, a trapos, a los brazos de sus madres... por temor a extraviarlos, a sentirse solos o a ser sorprendidos por algún monstruo comeniños... Pero aquella niña que había captado mi atención no tenía ninguno de esos miedos. Refugiaba bajo su aparatoso abrigo de ante marrón, en el hueco entre su pecho palpitante y su brazo derecho, un libro desgastado con la determinación de un ángel custodio. Descubrí el libro antes que sus ojos y en ese lapso de tiempo ella ya me había analizado y clavaba sus ojos en los míos. En ellos estaba latente un desafío. Comprendí de qué se trataba cuando bajé la mirada a la altura de su cadera. Semioculta entre su cuerpecito y la pared del compartimento asomaba de una manga del abrigo su mano izquierda con la que me apuntaba sin vacilar con sus dedos simulando una pistola. Si la delataba estaba muerto. Entonces sentí una presión en un costado y al bajar la vista vi el cañón de una pistola hundiéndose en mi traje. A él tampoco lo había oído llegar.

viernes, 20 de mayo de 2016

Un dolor extraño.

En un intento de reconciliarme conmigo misma y hallar la seguridad para avanzar por fin sin balbucear, y después de miles de amagos, intenté rebuscar en mi pasado, creyéndolo culpable de todos mis males, buceando entre recuerdos, sonidos, olores y flashbacks como en las pelis.., a cuerpo descubierto, sin protección alguna... Pero no encontré esa ansiada respuesta. Sólo una neblina gris en el lóbulo frontal, más confusión y un intenso dolor reventándome el diagnóstico, haciéndolo añicos sorprendiéndome como un piedra suicida estallando contra la luna de un coche a toda pastilla. Un dolor extraño, tan extraño como yo me sentía allí desmadejada tratando de sobrellevar ese pesado duelo existencial por la muerte de una parte de mi. Nunca me habían gustado las despedidas. Me había resistido durante mucho tiempo a arrostrar ese necesario enfrentamiento con mi yo pasado, más presente que nunca en aquella habitación, casi corpóreo. Ojalá no hubiera emprendido nunca esa búsqueda pero lo había hecho y sólo me quedaba tirar de valor. Quizá había sido la única forma de pasar página por fin, a pesar del precio, a pesar del vacío. Comprendí que ese dolor era el sentimiento que me acompañaría durante mucho tiempo, hasta que en el próximo enfrentamiento la melancolía madura lo reemplazara con el paso de los años, tiñéndolo de serenidad, firmando así la tregua. Quise poder cambiarlo todo, quemarlo todo y no dejar rastro de mi. Quise huir. Quise no haber sido lo que fui. Quise comprender lo incomprensible. Quise tantas cosas... Y aun queriéndolo con todas mis fuerzas nada sucedió. Sólo seguía allí igual de desmadejada que hacía cinco minutos. Quizá habían pasado horas desde que decidí dar el paso pero el revoltijo espacio temporal en mi cabeza me había hecho perder la noción del tiempo.

lunes, 16 de mayo de 2016

Disolución.


Entonces la nada comenzó a engullirla y de ella no quedaron más que virutas, como raspas de un pescado devorado, en el vacío que acabaron por extinguirse como las brasas.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Cruce de miradas.

Hay miradas que no se olvidan, que se clavan y te acompañan durante días obligándote a recordarlas e incluso a buscarles un sentido o dedicarles unas palabras. Y la mirada de esa mujer cambió por completo mi percepción de ella. Por supuesto la conocía, aunque nunca fuimos tan cercanas como hubiésemos esperado dada nuestra relación de parentesco, pero no de la forma en la que la empecé a conocer. Ese día entendí que ya no la miraba con ojos de niña. Nos mirábamos con los ojos de las mujeres. Esos ojos que rebuscan en el alma, se conectan y se entienden sin palabras. Sus párpados y sus ojeras me hablaron de su pasado, nada fácil, y las arruguitas de sus ángulos de un presente cansado y gris. De pronto comprendí muchas cosas de golpe y me pregunté otras tantas. De pronto y de forma fugaz, pude ponerme en su pellejo y lo único que podía pensar era en salir de ahí. ¿Cómo podía resistir tanto? ¿Que la hacía aferrarse a la vida que llevaba? ¿Cómo era capaz de sobrellevar tanta soledad, tanta infelicidad? Me sentí incómoda invadiendo su intimidad de aquella forma. Así que aparté los ojos e hice lo que probablemente haya hecho mucha gente al estar con ella: pensar en otra cosa y quitarle hierro al asunto. Si tuviera valor la miraría de nuevo para decirla, sin palabras, lo que probablemente nadie le haya confesado, que la comprendo.

martes, 10 de mayo de 2016

Soy un ser cambiante.

Soy un ser cambiante, en guerra e irritable.
Es mi vida una ensalada de desazones, un revuelto de pasiones, un amasijo de cables.
Tengo una mente juguetona, dispersa y obcecada. Frustrada de nacimiento, obsesiva y desaforada.
Cambié mil veces de hogar y no pude echar raíces.., así me faltan amigos y me sobran cicatrices.
Dicen que me parezco a mi padre, que no acabo las cosas... pero los que lo dicen no me conocen: soy peor aún si cabe.
Son las palabras de la gente mis tesoros, a veces tumba y a veces oro.
Los pensamientos se me estancan y a veces se me desbordan o rompen aguas.
No soy mujer de excesos salvo por los del hambre del alma.
Son mis demonios terribles huesos que en el esófago se me atragantan y me pinchan con tridente a la altura del cardias.
Son mis deseos nubes que lloran lluvia ácida, pájaros muertos, cruces cargadas a la espalda.
Son mis caminos laberintos, troncos nudosos, telas de araña.
Son mis temidos brotes de angustia, azotes de ira y pena. Y mis metas oasis en la arena.
Son mis fantasías sueños diurnos, encuentros furtivos y besos de almohada.
Y mis días estaciones de metro, tan repletos, tan vacíos, tan llenos de nada.
Soy lo que nunca pensé, lo inimaginable. Un ser cambiante, en guerra y beligerante.


lunes, 9 de mayo de 2016

Tren al subconsciente.

Una cosa era cierta: si volvía a escuchar ese ruidito una vez más, se arrancaría de cuajo los carísimos injertos capilares que se había financiado con la pensión de viudedad. Llevaba días sin poder dormir y empezaba a sospechar que sin aquellas pastillas, que rebozadas en las colillas de varios días en una típica escena de embriaguez cinematográfica había ahogado en el váter embozándolo, no podría volver a abandonarse a los brazos de Morfeo. Con las córneas enrojecidas, desesperada y enfundada en su bata de franela, su abrigo de piel y sus zapatillas de cuadros escoceses, cogió en brazos a su pequeño Cornelio, un chihuahua narcotizado de ojos desorbitados, y salió de casa rumbo a la estación. Cogería el primer tren con destino al subconsciente. Sí, eso haría. Al fin y al cabo, siempre había podido amodorrarse con el suave traqueteo. No podía resultar muy complicado dormirse en esos cómodos vagones. Era la solución. Dónde despertaría no le importaba. Al menos lo haría descansada y con sus injertos capilares intactos.

jueves, 5 de mayo de 2016

La sombra por las pupilas.

Había un halo de tristeza gris que bailaba a su alrededor y parecía querer abrigarla. Trémula y llameante la seguía, como el manto de un rey acabado sigue silencioso y fiel sus pasos lentos hacia el temido cadalso. Se había llegado a acostumbrar a la omnipresencia de aquella envolvente burbuja de aire apesadumbrado que apagaba, como extingue el vacío la llama, cualquier amago de relumbrante felicidad y lo respiraba como si fuera el oxígeno más puro. Era una dama triste. Muchos se cruzaban en su camino y la miraban misericordiosos como si ella cargara con una cruz que nadie más podría ni querría soportar. Pocos lograban sostener una mirada tan gris, tan terrena, que atrapaba como el fango. Porque al mirar, le asomaba la sombra por las pupilas.

sábado, 30 de enero de 2016

Los hábitos atávicos de los seres imperfectos.

A veces a uno le gustaría ser cisne, mudar de piel y de esqueleto y hasta de amores y recuerdos aunque para ello tuviera que arrancarse el pellejo sin anestesia y a bocados.., aunque para renacer tuviera que abrasarse primero para volver a ser materia prima y recomponer un nuevo puzzle tan intrincadamente maravilloso como aterradoramente imprevisible. Pero quizá haya algo que impida la tan anhelada e idealizada transformación permaneciendo incrustado en lo profundo de la dermis impidiendo que ésta se levante entre desazones y se renueve completamente devolviéndonos el coraje inmaculado que pensamos debíamos haber mantenido siempre intacto. Son esas costumbres ancestrales, esos hábitos atávicos los que siempre nos recordarán, con doloroso ahínco, nuestros puntos flacos, que nunca podremos dejar de ser quién fuimos una vez, que no existe borrón posible antes de la cuenta nueva, que por mucho que pintemos encima de la mancha ésta estará siempre debajo aflorando cuando bajes la guardia creyendo que la pintura es la más resistente del mercado, que tu poderoso Titanic jamás se hundirá bajo las aguas arrastrándote con él. Que por mucho que encierres tu cuadro, éste seguirá pudriéndose allá donde lo escondas, Dorian Gray. A veces estos vestigios se reencarnan en sueños truncados, otras en ansiedad en días torcidos y grises, otras en diminutos demonios alados que mordisquean el alma dejándote sin miramientos sobre las palmas de las manos colgando entre los dedos los jirones de tu ánima, los remordimientos como sobras de un opíparo banquete.
Están bien arraigados los malditos, son hijos de la culpa y el error acumulado, de la férrea educación de la moralina. La tasa bioindicadora de que viviste a tu manera, de que tuviste el privilegio de errar, de confundirte, aunque se te marcaran a fuego las equivocaciones haciéndote vulnerable ante las piedras de tu camino. Aunque quieras saltarlas siempre te asaltará el dilema de qué hacer con esa piedra. Tendrás tendencia a tropezarte de nuevo, por la ley de tu inercia. Será tu hábito atávico, tu tendencia arcaica suicida a equivocarte, ser imperfecto. Quizá saberlo te calme aunque vivirlo en secreto sea tu gran condena.

miércoles, 20 de enero de 2016

Casi es mejor así.

Casi es mejor así, tú allí y yo aquí.
Sin decirnos nada. Pensándonos, removiéndonos las conciencias, robándonos el sueño.
Casi es mejor así. Tú sin mí y yo sin ti.
Siempre ha sido así, ¿no? Tan lejos pero tan intensos los pocos momentos en que me volvías loca...
Mejor en el recuerdo, no se nos caigan los platonismos. Casi es mejor así. Sin más, no vaya a ser que me conozcas.
No vaya a ser que descubra tus verdades y se me mueran las ilusiones.
No vaya a ser que logres desnudarme después de acorazarme yo para evitarlo.
No vaya a ser que nos rocemos la piel y nos mate el veneno.
Casi es mejor así. Yo pensando y tú ignorando. Como siempre ¿no?
Casi es mejor así. Tú en mi mente y yo en la... ¿tuya?

martes, 5 de enero de 2016

Canalla seductor.

A veces viajo en el tiempo y me detengo en el sabor de tu boca, en el claro asesino de tus ojos, el olor de tu ropa. En ese beso clandestino en un juego inofensivo del que salí no nueva sino rota. Y es que tus besos, aunque a ciegas y sin rastro de ti, me saben, no lo sabes tú bien, a maldita gloria bendita. Te perdí y te encontré, me encontré y me perdí. Todo eso provocas en mi y así es el amor cuando a la razón desboca. Y al llegar a casa, sin alma, sin vergüenza, sin hora ni honra, se me abrieron las carnes, me aulló tu recuerdo, me sentí perdedora. No sé si pude conciliar el sueño o si he podido hacerlo desde entonces, que sin un ápice de pudor te me apareces en las noches dando voces, reabriendo mis heridas. Tú, canalla seductor, que me quemas sin quemarme y te amo sin amarte.