sábado, 30 de enero de 2016

Los hábitos atávicos de los seres imperfectos.

A veces a uno le gustaría ser cisne, mudar de piel y de esqueleto y hasta de amores y recuerdos aunque para ello tuviera que arrancarse el pellejo sin anestesia y a bocados.., aunque para renacer tuviera que abrasarse primero para volver a ser materia prima y recomponer un nuevo puzzle tan intrincadamente maravilloso como aterradoramente imprevisible. Pero quizá haya algo que impida la tan anhelada e idealizada transformación permaneciendo incrustado en lo profundo de la dermis impidiendo que ésta se levante entre desazones y se renueve completamente devolviéndonos el coraje inmaculado que pensamos debíamos haber mantenido siempre intacto. Son esas costumbres ancestrales, esos hábitos atávicos los que siempre nos recordarán, con doloroso ahínco, nuestros puntos flacos, que nunca podremos dejar de ser quién fuimos una vez, que no existe borrón posible antes de la cuenta nueva, que por mucho que pintemos encima de la mancha ésta estará siempre debajo aflorando cuando bajes la guardia creyendo que la pintura es la más resistente del mercado, que tu poderoso Titanic jamás se hundirá bajo las aguas arrastrándote con él. Que por mucho que encierres tu cuadro, éste seguirá pudriéndose allá donde lo escondas, Dorian Gray. A veces estos vestigios se reencarnan en sueños truncados, otras en ansiedad en días torcidos y grises, otras en diminutos demonios alados que mordisquean el alma dejándote sin miramientos sobre las palmas de las manos colgando entre los dedos los jirones de tu ánima, los remordimientos como sobras de un opíparo banquete.
Están bien arraigados los malditos, son hijos de la culpa y el error acumulado, de la férrea educación de la moralina. La tasa bioindicadora de que viviste a tu manera, de que tuviste el privilegio de errar, de confundirte, aunque se te marcaran a fuego las equivocaciones haciéndote vulnerable ante las piedras de tu camino. Aunque quieras saltarlas siempre te asaltará el dilema de qué hacer con esa piedra. Tendrás tendencia a tropezarte de nuevo, por la ley de tu inercia. Será tu hábito atávico, tu tendencia arcaica suicida a equivocarte, ser imperfecto. Quizá saberlo te calme aunque vivirlo en secreto sea tu gran condena.

miércoles, 20 de enero de 2016

Casi es mejor así.

Casi es mejor así, tú allí y yo aquí.
Sin decirnos nada. Pensándonos, removiéndonos las conciencias, robándonos el sueño.
Casi es mejor así. Tú sin mí y yo sin ti.
Siempre ha sido así, ¿no? Tan lejos pero tan intensos los pocos momentos en que me volvías loca...
Mejor en el recuerdo, no se nos caigan los platonismos. Casi es mejor así. Sin más, no vaya a ser que me conozcas.
No vaya a ser que descubra tus verdades y se me mueran las ilusiones.
No vaya a ser que logres desnudarme después de acorazarme yo para evitarlo.
No vaya a ser que nos rocemos la piel y nos mate el veneno.
Casi es mejor así. Yo pensando y tú ignorando. Como siempre ¿no?
Casi es mejor así. Tú en mi mente y yo en la... ¿tuya?

martes, 5 de enero de 2016

Canalla seductor.

A veces viajo en el tiempo y me detengo en el sabor de tu boca, en el claro asesino de tus ojos, el olor de tu ropa. En ese beso clandestino en un juego inofensivo del que salí no nueva sino rota. Y es que tus besos, aunque a ciegas y sin rastro de ti, me saben, no lo sabes tú bien, a maldita gloria bendita. Te perdí y te encontré, me encontré y me perdí. Todo eso provocas en mi y así es el amor cuando a la razón desboca. Y al llegar a casa, sin alma, sin vergüenza, sin hora ni honra, se me abrieron las carnes, me aulló tu recuerdo, me sentí perdedora. No sé si pude conciliar el sueño o si he podido hacerlo desde entonces, que sin un ápice de pudor te me apareces en las noches dando voces, reabriendo mis heridas. Tú, canalla seductor, que me quemas sin quemarme y te amo sin amarte.