martes, 26 de mayo de 2015

Querido yayo.

Querido yayo,

cuánto te necesito. Son tantas cosas las que me gustaría que supieras de mí, de mi vida... Necesito tanto oír tu voz... Necesito tantísimo tu alegría, tus ojos engrandecidos tras las lentes de aquellas gafas, tus palabras de afecto, tu risa. Necesito despertar temprano y oírte tararear una jota con ese silbido perfecto que nunca podré imitar. ¿Sabes? Hace poco dijeron en la tele que cada vez los seres humanos silbamos menos y peor por culpa de las tecnologías, porque no necesitamos memorizar las melodías, tan accesibles son para nosotros en cualquier momento a través de los móviles y ordenadores y la inmediata conexión a Internet. Así que, una vez más, corroboro lo inmensamente inteligente que eras. Ojalá me convierta algún día en la nieta que te merecías.., pero tu marcha me ha afectado más de lo que podía imaginar. No estaba preparada y me hundí, yayo. Aún no he logrado salir a flote como me gustaría pero lucho por hacerlo y por sentir que, de alguna forma, correspondo a tu esfuerzo y a tu cariño. Me acuerdo tanto de ti, pero me siento tan vacía desde que te fuiste... Creo que nunca me recuperaré del todo, ni volveré a ser la misma. Tampoco me deja la vida volver a sentirme una niña, aunque lucho contra viento y marea para retener esa parte de mí que vivió a tu lado, resguardada bajo tus inmensas alas. Así, este blog es lo más parecido a ese rincón que necesito para volver contigo, porque me obligo a escribir, a recordar, a que mi mente no se atrofie por tratar de evitarme el sufrimiento. Por eso te escribo aquí, haciéndolo de alguna forma imperecedero, como es mi inmenso cariño y amor por ti. Te quiero yayo.

Dentro de un cuento.

jueves, 21 de mayo de 2015

El error de la relatividad.

A veces necesito pararlo todo, bajarme de este mundo que va a un ritmo que me resulta difícil de seguir y en ocasiones me marea y permitirme uno de esos lujos, que no siempre nos podemos permitir, que son esos breves momentos de "un poquito de reflexión por favor".
Y es que, hace unos días, llegué zapeando, es decir por casualidad, a un reportaje de televisión en el que hablaban sobre la Verdad Absoluta, ésa que como tal no existe o que si existe se nos manifiesta disfrazada de una manera distinta para cada uno, sometida a las interpretaciones de cada individuo. Así, a golpe de teorías filosóficas, se debatían los tertulianos entre lo absoluto y lo relativo, con una pasión propia de los que ponen sus pupilas en lo abstracto descubriéndonos a los demás lo que hay más allá del día a día. Pero lo que me llamó la atención de todo aquello fue un faldón azul en la parte inferior de la pantalla que congelaba la frase más reseñable de algún pensador cuyo nombre no recuerdo pero que me impactó lo suficiente como para mantenerme un rato ensimismada, buscando una muy necesitada lección de vida en el trasfondo de aquellas palabras para enderezar mi pensamiento un poco tocado de un tiempo a esta parte. Y lo cierto es que me pareció muy esclarecedora. Venía a decir algo así como que:"la trampa de relativizarlo todo es que puedes dejar de darle importancia a muchas cosas, en el afán de no dársela". Y pensé "cuánta razón". Muchas veces me he sentido insignificante, perdida, sin esa estrella que seguir. Durante mucho tiempo me defendí de los acontecimientos de mi vida a base de relativizar y relativizar. Lo convertí sin darme cuenta en la forma de entender mi propia vida, esa vida que empezaba a conducir con mis propias decisiones, y las cosas que sucedían ajenas y no tan ajenas a mi voluntad. He pensado también en innumerables ocasiones que las cosas que me sucedían no tenían la suficiente importancia porque en comparación con otras o con lo que les pasaba a otros, eran nimias e irrelevantes. Mi vida era algo irrelevante, una aventura tediosa, una sucesión de días sin más. Me limitaba a caminar por un sendero que parecía trazado por otros, en vez de abrirme paso entre la maleza que podría llevarme a mi horizonte soñado. No había nada remarcable en mi vida, nada que me impulsara con energía a vivir con una actitud positiva, con fuerza y pasión, sin la rebeldía que a veces es necesaria para no sentirte una marioneta. Así que comprendí que había caído en la trampa de la maldita relatividad. Una trampa que confunde y que hace que no gestiones bien tu propia vida, tus sentimientos.., llegando a convertirte en espectador casi pasivo, en vez de actor de tu experiencia vital.
Así que una vez comprendido aquello sólo queda vivir sin relativizar, o relativizando lo justo, o quizá vivir sin más.