jueves, 9 de agosto de 2012

La llamada.

Era la una y veinte del 9 de agosto y tenía los ojos como platos. Aquella llamada la había descuadrado por completo. Significaba que nada volvería a ser lo mismo. Marc se iba definitivamente. La abandonaba. Todo el amor, antes inquebrantable, que se habían profesado durante años era ahora un saco de vagos recuerdos y sueños rotos. Ella se consumía preguntándose qué había hecho mal, qué había cambiado para que él decidiera marcharse de aquella manera, con una simple llamada y un adios tan fugaz como el tiempo que se tarda en descolgar el auricular y que aún le martilleaba los oídos como el sonido de las agujas del reloj. Era el último recuerdo que él la regalaba. Un adios suspendido en el vacío. No había consuelo para ella. No lo habría en mucho tiempo. Tardaría en darse cuenta de que se había dejado de querer, se había llegado a odiar por haberle perdido de aquella manera. Pero un día se levantó de la cama con decisión y se miró al espejo. Habían pasado años desde aquella llamada y no era ella misma la que le devolvía la mirada a través del espejo. El cansancio y la derrota eran patentes en su rostro pero aún había un rescoldo de vida en sus pupilas. Se armó de valor y frente a su reflejo juró salir del abismo por ella.

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