lunes, 20 de agosto de 2012

En caso de terror absoluto.

La palabra esquizofrenia retumbaba en mis oídos peligrosamente. Aquella revelación me acompañó durante todo el trayecto desde la extraña conversación con aquel hombre tan cercano a mí. No dejé de pensar en ella, me angustiaba pensar en el posible carácter hereditario de esa patología y al llegar a casa no pude hacer otra cosa más que comerme la cabeza y hacer una búsqueda personal para comprender aquella enfermedad. Los artículos de medicina de aquella prestigiosa revista científica que había comprado años atrás y que había escondido por falta de interés en el fondo de mi armario, despertaron en mí de repente más que curiosidad. Centré en ellos mi atención pues en su lectura encontraría las respuestas a mis angustiados interrogantes. Mi ignorancia o deficiente conocimiento, a pesar de haber conocido un caso muy cercano, hizo que muchas de las conclusiones extraídas del artículo de investigación me sorprendieran y lejos de calmar mi ansiedad dieron lugar a más quebraderos de cabeza. Al parecer, los brotes esquizofrénicos son frecuentes en la población aunque no tienen por qué cronificarse y empeorar el estado mental de la persona. Son algo así como crisis psicóticas que pueden aparecer en el transcurso del proceso de maduración de la persona. Eso no me tranquilizó en absoluto, aunque leyendo la sintomatología pensé que realmente era una patología compleja que requería una base anatomo-fisiológica desencadenante. Así, al parecer, la estructura anatómica alterada en esta patología era el tálamo, importante área de selección de toda la información tanto interna como externa que va a ir al córtex cerebral para ser procesada. En los pacientes esquizofrénicos el tálamo es incapaz de cribar toda la información, todos los estímulos que llegan a él, bombardeando a la corteza cerebral con datos necesarios e innecesarios en exceso. Se produce de esta manera el caos más absoluto. La pérdida del yo consciente. La fusión con el entorno. Aquello era demasiado para mí. Cerré de golpe la revista e intenté acallar mis propios pensamientos. Tomé el control sobre mí misma en un alarde de demostración de qué era lo que se debía hacer en caso de terror absoluto.

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