viernes, 10 de junio de 2016

Escondido en la almohada.

Yo también expuse mi corazón a la intemperie, a la deriva de tus sentimientos. Y durante mucho tiempo vagó sin rumbo por tu mar embravecido y tormentoso, dejando cada día mil botellas flotantes con mensaje esperando que las descorcharas. Dejé que lo azotaras con las altas olas de esa indiferencia de la que tanto te pavoneabas, con tu juego de seductor insensible. Y aunque desoí sus señales, llegó el día en que me alcanzaron las bengalas, su particular llamada de socorro, porque no había isla en la que descansar tras el naufragio y había que aferrarse a una tabla de salvación para llegar a alguna orilla.
Te di a ciegas mis mejores sueños, te dediqué mis mejores sonrisas, las miradas furtivas más encendidas por la pasión imaginada.
Estaba dispuesta a darte mis segundos, mis minutos, mis horas, todo ese tiempo que jamás volvería a ser sólo mío.
No sé por qué esperé tanto de ti.
Lo único que obtuve a cambio fue un silencio longevo y reverberante que me susurró durante años, escondido en la almohada, sonidos de mar colérico como una caracola con altavoz, impidiéndome conciliar el sueño, recordándome que, una vez más, me había equivocado al seguir la estrella que no era. Hasta que por fin un día, dejé de oirlo y comprendí que los bandazos, los naufragios, las tormentas sin fin, me habían puesto en rumbo a una isla espléndida en la que encallar.

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