viernes, 17 de junio de 2016

El Viejo Teatro.

En torno al viejo Teatro y con el típico rumor creciente de los murmullos de expectación que arrancaban las noticias en aquel lugar, se congregó poco a poco la muchedumbre haciendo vítores con los periódicos del día en alto al ver a Maier entre ellos y saber lo que eso podía significar. Enfervorecido por los vapores de su petaca, Maier, tras dar una palmadita en el trasero de la explosiva mujer que lo acompañaba, se alzó entre la gente subiéndose a una tarima improvisada, casi tan podrida por la carcoma como su corazón.

-Queridos ciudadanos de Seasmore, las Galerías Maier son ya una realidad. Por fin tendremos nuestro centro comercial, ése por el que hemos luchado tanto, y con el que podremos estar a la altura de nuestros vecinos y transformarnos en corto plazo en una potencia competidora pues esta cadena de buenos negocios no ha hecho más que empezar. Dos años después del trágico accidente que asoló al viejo Teatro llevándose por delante a parte de la compañía de actores del señor Thomas Arnstein, por los que rezo cada día por que alcancen la Gloria infinita de nuestro Señor, será derribado y daremos nuevos aires a esta pequeña gran ciudad.

Tras los aplausos de sus fieles seguidores y con aire de haberse dado el baño de masas de turno, bajó de la tarima con un nuevo objetivo al ver acercarse al hombre que más odiaba sobre la faz de la tierra, del brazo de una mujer contra la que firmaría una orden de destierro si pudiera.

-Arnstein, siempre acompañado de esa bruja... Hacéis una pareja repugnante. Me gustaba más aquella chiquitaja... ¿cómo se llamaba? Bueno, da igual. Total, según tengo entendido perdió la memoria después del accidente para morir poco después. Vamos, como la que te agarra el brazo ahora. Siempre has tenido un gusto nefasto para las mujeres.

-No tengo tiempo para esto Maier.

-LLevas dos años haciendo no sé qué en el Teatro y aún me pides más tiempo. No sé qué te traes entre manos pero me da lo mismo. Lo derribaré contigo dentro si hace falta.

-No haga caso Thomas. Algún día recibirá su merecido.

-Cállate bruja o el derribo se cobrará también tu vida.

-Vamos, Agnes, no merece la pena.





Los ruidos en el escenario despertaron a Thomas que salió precipitadamente del cuartucho, lleno de periódicos, recolocándose las gafas que se le habían clavado en el tabique nasal. Había pegado una cabezada de puro agotamiento contra el aparato que llevaba años construyendo pieza a pieza. Había soñado con ella, con su voz llenando el teatro... Y entonces aquel foco se desplomó y junto a él todo el aparataje de iluminación, el techo... Se hizo el caos, y el estruendo y las llamas lo devoraron todo. Durante esos dos años lo había torturado la misma pesadilla cada noche.

-¡No por favor! No se lleven el piano. Dijo que me daba dos meses más... Aún no he terminado. Necesito esos dos meses...- suplicó Thomas desesperado.

-Lo siento, pero ya ve, nosotros sólo cumplimos órdenes. Nos dijeron que fuéramos desalojando el teatro y aquí estamos. ¡John coge aquellas maderas y cárgalas al camión! Y en cuanto a las butacas salva las que puedas. Hay mucho que hacer y a mí me está matando la ciática. No estoy ya para estos trotes... A ver si me jubilo de una vez. Con un poco de suerte el señor Maier me adelantará la pensión. Quizá hasta me dé alguna paga extra... Oiga, este lugar está ruinoso.., ¿dice que ha vivido aquí todo este tiempo? ¿Desde el accidente?

Algo se removió en Thomas.

-Yo mismo me arrastré delante de esa rata miserable rogándole tiempo.

-¿Te refieres a mí?- soltó Maier desde el patio de butacas. Thomas no lo veía bien pero como si lo hiciera, lo conocía más de lo que le gustaría. Lo intuía con los pies sobre las butacas como si verle sufrir fuese el mejor de los espectáculos.

-Eres un hijo de puta.

-Vaya hombre, ya estamos descalificando. ¡Qué pena de modales! Encima que me intereso por ti, hermano.- Su forma de escupir las palabras delataba el odio que no lograba superar.

-No soy tu hermano.

-¿Te molesta que te lo recuerde?

-Vete.

-Estás amargado. Tendrías que mirártelo. Y también esa enfermiza obsesión por coleccionar periódicos... Ese papel arde de lujo.

-Tú sí que arderás de lujo. En el Infierno.

-Qué feo eso que has dicho. En fin, pasado mañana este Teatro hará ¡¡¡BABOOM!!! Y yo estaré un paso más cerca de ser el nuevo alcalde. Por cierto, un detallito insignificante, acuérdate de que no te pille dentro, no quiero tener que recibir tus restos como si me importaras.- Con estas palabras Maier pensaba haber dejado más que claras sus intenciones.





Aguardó a que se fuera todo el mundo para dejar salir toda la rabia contenida.

-No desespere joven Thomas. Debemos ser pacientes hasta el último momento. ¿Por qué no prueba a encajar la pieza que adquirimos en el mercado?

-No creo que funcione Agnes. Me están abandonando las fuerzas. No puedo más.

-Vamos hijo. Yo confío en su inmenso talento, y confío aún más en su corazón noble. Yo iré a poner otro anuncio en el periódico.

-Gracias Agnes. Cambia actriz por cantante a ver si hubiera suerte esta vez.

Agnes asintió aunque no estaba convencida de que aquello fuera a surtir efecto. Atraer a fantasmas perdidos no era nada fácil. E Isabelle no era un fantasma fácil. Había perdido la memoria de los vivos, y la de los muertos. Agnes estaba convencida de que andaba vagando por las calles de Seasmore sin rumbo, perdida, sin saber quién era o cual era su nueva condición. Quizá se hubiera quedado atrapada en algún momento de su juventud cuando soñaba con ser cantante de musical. Por eso Thomas redactaba cada día anuncios para los periódicos y tiraba folletos por las calles esperando que Isabelle los viera y acudiera al Teatro como hizo en vida. Thomas, que era un genio de los aparatos de ilusionismo que solía usar en muchas de las representaciones de su compañía, había ingeniado durante ese tiempo un aparato que, si todo funcionaba correctamente, permitiría obtener el reflejo de los fantasmas que quedaban en la Tierra atados a algún lugar y amplificar sus voces. Su obsesión era reunir a toda su compañía, volverlos a ver una última vez antes de que derribaran el Teatro y despedirse pues sabía por Agnes, reputada médium, que seguían habitando en el Teatro preocupados por él, por su futuro. Habían sido una gran familia y Thomas se había jurado protegerlos ya que no lo había sabido hacer aquel trágico día y por lo que se culpaba hasta la extenuación.

-Agnes, ¡mira esto!

- ¿Qué significa eso, hijo? ¿Que funciona? ¡Oh dios mío, sí, funciona Thomas!

-Ayúdame a llevarlo al escenario donde he puesto el cañón. Tenemos que proyectar el haz de luz por todo el patio de butacas, ha de radiografiarlo todo en su busca. Tenemos que dar con ellos. He de verlos.

Al principio una luz cegadora era lo único que llenaba el espacio. El Viejo Teatro se veía extraño con tanta luminosidad. Entonces cuando se cansaron de observar y estaban a punto de desconectar aquella máquina unas formas empezaron a vislumbrarse entre las butacas. Al principio parecía una suerte de humo que ondulaba en el aire. Se fue condensando poco a poco y tomando forma de silueta humana. ¡Eran ellos! ¡Sí, eran ellos! Su compañía se manifestaba ante sus ojos cansados. ¡Y podía oírlos! ¡No podía creerlo! Thomas se desplomó del agotamiento y la emoción y cuando recobró el sentido y los vio allí plantados junto a él lloró de felicidad. Entonces una nueva voz retumbó por todo el edificio, una voz que llenaba los teatros con su luz.

-¿Hola? Señor... Señor Arnstain- dijo haciendo una pausa como si confirmara en algún sitio el nombre de la persona a la que debía dirigirse.

-Se pronuncia Arnstin- respondieron los fantasmas de la compañía al unísono como solían hacer cuando alguien no pronunciaba bien el nombre de su amigo.

-De acuerdo... Verá he visto su anuncio y creo que doy el perfil que busca. No sé muchas cosas, de hecho he olvidado cientos de ellas, salvo que amo cantar. Y por alguna razón el destino ha querido que yo leyera el periódico y encontrara su anuncio, aunque no era demasiado explicativo.., y en fin, aquí estoy.

-¿Isabelle?

-¿Me conoce?

Otra vez aquella sonrisa con la que tanto había soñado reaparecía ante sus ojos incrédulos. Él le devolvió otra amplia sonrisa. Isabelle refulgía a medida que se movía por el pasillo acercándose al escenario. Siempre había sido una criatura brillante.

-Yo también he olvidado muchas cosas Isabelle, salvo que la amo. Y mi único deseo era volver a verla y escuchar su voz. ¿Sería tan amable de cantar para nosotros?

Thomas comenzó a tocar el viejo piano e Isabelle comenzó a cantar. El tiempo se detuvo. La compañía se unió en los coros, como siempre que interpretaban aquella hermosa canción. Al dar el último acorde, la realidad volvió a golpear a Thomas. Los fantasmas de su compañía lo entendieron a la perfección pues habían vivido aquel episodio de dos angustiosos años con él aún en la oscuridad del plano de los no vivos y habían padecido el sufrimiento de su amigo.

-Hemos de salvar el teatro Thomas. Debe continuar en pie. Y tú debes formar una nueva compañía y seguir mostrando tus obras a la gente. No dejes que caigamos todos en el olvido- dijo uno de los fantasmas. Era Louis, el mayor de todos. Había sido como un padre para él y siempre había oído sus consejos.

-Y debes desenmascarar a Maier. Él estuvo detrás del incendio, Thomas. Estoy segura. Lo vi merodear ese día trágico por el Teatro con dos hombres más. Estaba muy nervioso y contaba los minutos para el estreno- dijo Anne Marie. Había salido con Maier el tiempo que había pertenecido a la compañía y cantando con ellos, mucho tiempo atrás. Maier podía ser un cabrón pero de joven había sido un cantante fabuloso. Su único enorme defecto era que envidiaba demasiado a su hermano, de forma patológica e incomprensible y algo hizo que detonara tanto rencor acumulado. Todos estaban convencidos de que era por Isabelle. No lograba entender qué había visto en Thomas. Además, empezó a llevar muy mal la fama y comenzó a beber... Finalmente, lo dejó todo iluminado por el poderoso don Dinero, claro, y por la oportunidad de negocio que vio en aquella ciudad al lado del alcalde.

-Algo se nos ocurrirá para impedir el derribo- apostilló Agnes y Thomas no pudo hacer otra cosa que confiar en ellos, como siempre había hecho. Se dirigió a Isabelle que parecía estar en shock.- ¿Recuerdas ya, querida, lo que pasó?

-Soy un... soy un...- comenzó nerviosa, comprendiendo al mirar lo que ella consideraba sus manos y su cuerpo, que ahora no era más que un vago reflejo luminoso.

-No hay nada de malo en ello, Isabelle. Pero debías saber de tu nueva identidad para no vagar eternamente tratando de encontrarte- dijo Agnes con ternura.

-No pudimos buscarte porque quedamos anclados a este lugar.- añadió el joven Stevens con algo de culpabilidad en la voz.

-Como no estabas con nosotros, sabíamos que andabas perdida buscando tu lugar. Aquel golpe te hizo perder la memoria y... bueno lo que importa es que estamos juntos de nuevo- dijo Anne Marie.

-¡Ya recuerdo! Era el estreno... ¡Oh dios mío! ¡Thomas!- dijo llegando a la conclusión de que amaba a aquel ser de carne y hueso que la miraba con toda la ternura en esos ojos azules que tanto añoraba de repente. -Has hecho todo esto para reunirnos, para vernos y oirnos... Para encontrarme y devolverme la memoria... ¡Lo has conseguido! No nos iremos de tu lado, ni de este teatro. Y Maier pagará por lo que hizo. Hemos de traerle hasta aquí y mostrarnos. Con eso debería bastar para empezar y lograr que ceje en su empeño por destrozarnos.-



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