miércoles, 22 de junio de 2016

Leer para vivir, vivir para amar y amar para escribir.

Nunca tuve muchas expectativas sobre mi vida. Vivía y punto. Sin más. Día a día. No feelings, just reality. Hubo un momento en que pensé que para mí no había nada más. Que por alguna razón yo no merecía nada especial. Estoy segura de que se me atrofió la piel. Pero leí. Y de repente se me llenó la cabeza de emociones que no había experimentado o que no me había permitido experimentar. Y empecé a preguntarme cómo sería vivir lo que otros han encerrado en las páginas de novelas increíbles y que el resto de los mortales nos limitamos a imaginar con las pupilas puestas en el infinito hasta que la voz de la megafonía del metro nos indica que hemos llegado a nuestra parada interrumpiendo el onírico y efímero paraíso mental. Si llegaría a sentir de verdad, en mi atrofiada piel, alguna de esas cosas que han descrito a lo largo del tiempo las grandes plumas con tanta delicadeza o tanta pasión. Cómo sería vivir lo que escribían tan exquisitamente. Y poco a poco, entre realidad y realidad me he permitido algún que otro paraíso, y he descubierto que cuando se vive amando cada segundo, dejando que todos los sentidos se embeban en el momento presente, el recuerdo de lo vivido insufla un ardor desconocido y revitalizante a las palabras que destila la pluma al rememorarlo cerrando los ojos. Ahora puedo decir que a mi también me gusta cuando te envuelve de pronto esa luz naranja, cuando se cuela entre las sábanas y nosotros pintándonos los párpados y despertándonos los sueños, cuando arranca destellos en tu pecho pidiendo a gritos nuevas batallas. Cuando abres los ojos y todo el amanecer te pinta las córneas y el alma y te brota esa sonrisa juguetona y soleada. Y me gusta cuando cobras vida de repente y eres tú. Sólo tú. Quizá alguna vez te leí en las páginas de algún libro para soñarte. Quizá te soñé para realizarte y vivirte. Y te vivo para amarte.

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