sábado, 21 de marzo de 2020

No es un poema. Es un S.O.S, una llamada.

Nunca he sido capitán de barco. (Ni esto es un poema.)
¡Pardiez que siempre fui parca en palabras, hija de Neptuno, una sirena!
Por aquellos dulces días yo contaba cabellos en vez de minutos... Larga mi melena.
Acariciaba escamas a una roca aferrada. La mirada perdida. Serena.
Por si acaso, algo estudiaba. Divagaba. El sol no quemaba. Por delante, la inmensidad más plena. Jugaba.
Era agradable y sencillamente monótono. ¡Una perla!
Soñaba...
Una existencia relajada.
Cantando caían marineros.
En el mar nunca techo me faltaba. Ni ángel que me guardara. Ni cena.
No tardó en llegar el día. Ese nudo en la garganta.
Me izaron con poleas, me soltaron en cubierta y me nombraron caporala.
Me aferré al timón como pude, con la cola a rastras, así como tumbada.
Dos lunas, solamente, ¡dos lunas! Para amotinarse les hacían falta.
No entendían mis directrices. No les culpo. Tampoco yo sabía darlas.
Contemplaban mis temeridades al volante, resignados esperaban que me estrellara.
¿Qué queréis, mendrugos inconscientes, de esta sirena que habéis hecho capitana?
Nunca tuve norte y de manera concatenada se fueron apagando, una a una, las estrellas que me guiaban.
El miedo al error fue mi carta de navegación y lejos de conducirme a esa isla soñada,
me sometió al deseo incierto de las corrientes caprichosas... O de alguna bruja malvada.
Derechita me llevó al naufragio. Al insomnio. A la nada.
He encontrado esta botella. Una tira de papel encerrada.
Con mi sangre de pez o tinta de calamar, dejo escrito este S.O.S, mi llamada.
Ya no sé si soy sirena o capitana.

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