miércoles, 11 de marzo de 2020

Al coleccionista.

Escoges damas y las alzas, musas todas.
Las pruebas, las colocas en vitrinas, -coleccionables ellas sin distinción-, después de acariciarles el lomo, con obsesivo cuidado.
No se te puede achacar falta de pulcritud ni metodismo. Tampoco pecas de malas formas. Eres astuto y devastador. Y aún con todo, tentador. Lo reconozco.
Les dedicas canciones. Así ellas se saben la única, la mejor, la más especial. Quizá algún beso. Palabras escondidas.
Las retienes. Las mantienes con "ya hablamos". Sin saberlo se condenan a la inanición.
Ellas no ofrecen resistencia, desarmadas y abatidas. Aún esperan tu llamada.
Pero tú dejas secar sus calaveras sonrientes en la pared.
A tiempos no te gana nadie. Juegas bien tus cartas. Eres paciente pero te pueden las prisas. Y así, como cualquier criminal, te descubres.
(Hay una cría ahí. Parece evidente que ya no distingues, viejo cazador.)
Así te miran. Así las miras tú. (Me pregunto qué pensarán ellas).
Infestadas las paredes, sales a cazar alguna otra pieza, (no se te vaya a resistir un mejor trofeo). Aún hay hueco en las vitrinas y sitio de sobra en tus paredes, así se te antoje una u otra forma de exhibirlas.
Ellas se emponzoñan a base de ilusiones. Algunas han perdido la cabeza o fueron un mar de lágrimas.
Te puede el ansia, viejo decrépito.
Se abrirán las jaulas, se romperán las vitrinas, se descompondrán las calaveras y quedarás desnudo.
Quizá la cría se atreva a destapar el método.
Tienes un nombre y una cara que conoce mejor de lo que querría.

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