viernes, 1 de marzo de 2013

Román

Nunca olvidaré esa tarde fugaz que compartimos en aquella humilde casita de campo que era tu refugio, tu santuario. Aún recuerdo cómo sin palabras me adentraste en tu mundo de madera tallada. Me pareciste un auténtico artista, de esos que sólo quedan en inhóspitos reductos de este planeta... Conservabas como oro en paño las cajas de madera que tallabas con tus manos encerrado en tu fría y rústica habitación y me las enseñabas como si se trataran de un tesoro ancestral de valor incalculable con ese brillo tan especial en tus ojos. Ojalá hubiese podido pasar más ratos contigo tratando de adivinar retazos de tu pasado entre tus balbuceos en español.
He sentido la necesidad de escribir esto para, de alguna forma, agradecerte aquella tarde inolvidable.

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