sábado, 11 de junio de 2011

Los fantasmas de Bathory.

Encerrada entre esas cuatro paredes le esperaba la muerte. Así debía ser. Moriría asfixiada por aspirar sus propios residuos, sus propios miedos. Aquello que tanto había anhelado, aquello que había ansiado y perseguido con férrea voluntad, la eterna juventud, se esfumaba, como un ente etéreo, un astro fugaz. ¿Aún era posible la redención o ardería para siempre en las llamas del Infierno? A pesar del grosor de los muros llegaban hasta la condesa las burlas y los insultos de su pueblo. La querían muerta. No entendían su búsqueda, todos aquellos sacrificios habían sido en vano, y ellos no entendían. Ella había conocido la ambición de lo imposible. ¿Qué podían saber unos simples aldeanos que no aspiraban más que a vivir como perros? Si no la hubieran entorpecido en su búsqueda ahora sería una diosa en la tierra y todos la adorarían porque al fin habría vencido a la Muerte. Había estado tan cerca... Sin embargo, nadie lo sabría. El aire era cada vez más denso, el oxígeno se consumía a cada bocanada que ella aspiraba presa de la ansiedad. No tardaron en llegar las alucinaciones. La vista se le nublaba y en un intento por mantenerse aferrada a la vida se llevó las uñas al antebrazo izquierdo y las hundió en la carne hasta ver cómo brotaba la sangre. Gimió. Acercó sus labios sedientos a la piel ensangrentada y lamió su propia esencia. Aún recordaba aquella excitación que le provocaba el sabor de la sangre. Extasiada absorbió todo lo que pudo. Siguió hiriéndose y succionando como un depredador cegado por el hambre. Se sintió desfallecer pero se negaba a morir suplicando. Lanzó una sarta de improperios y maldiciones al aire entre risotadas enloquecidas consumiendo el poco oxígeno que quedaba en aquel espacio tan reducido y de pronto le fallaron las fuerzas. Un sueño implacable se apoderó de ella y en un último esfuerzo consciente gritó al que fue el amor de su vida un desgarrado te quiero. Sumida en el último sueño de vida se precipitó a la oscuridad más total. Desorientada buscó a tientas encontrar una salida más sólo la rodeaba un manto de noche impenetrable que se esfumaba al tacto de sus dedos. Entonces, a lo lejos vio una luz tenue al principio y cegadora a medida que se iba aproximando. Ese resplandor se detuvo a un palmo de sus ojos y cientos de espectros se hicieron corpóreos ante ella. Quiso reírse de ellos, pobres ignorantes. Ella había dignificado sus vidas haciéndolos parte de ella. Sin embargo, ninguna carcajada salió de ella cuando se vio reflejada en la superficie nacarada de los fantasmas y vio su aspecto. La agonía la había arrebatado la belleza de sus rasgos jóvenes. Entonces la nube fantasmagórica la envolvió, se le pegó a la piel y la empezó a abrasar las entrañas. Las lágrimas brotaron de sus ojos escocidos y desorbitados. Gritó pero no salió ningún sonido de su garganta.

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