domingo, 26 de junio de 2011

Soteria.

Carol había tenido un día de perros en la Facultad de Medicina en la que estudiaba tercer año y al llegar a casa no mejoraría en absoluto. Otra vez su madre había ignorado a David, el novio de Carol al que había intentado integrar de todas las maneras en su familia a pesar de sus diferencias... Algún resorte en el mecanismo mental de Carol saltó en el momento en que empezó a vociferar a su madre, reprochándole todo lo que había hecho mal desde la muerte de su padre. Sus pulsaciones empezaron a acelerarse sin control, su temperatura aumentó ligeramente. Perdió el autocontrol que tanto se habían cuidado de enseñarle a manejar los psicólogos de su colegio. Llevaba años sin escuchar aquellas voces que la culpaban de lo que le sucedió a su padre, años sin alucinaciones, años intentando comprender lo que estaba mal en su cabeza. Tantos años de control, de medicacion, de estudio de su propia demencia para tirarlo por la borda en unos pocos minutos. Carol se perdió luchando contra su propio yo. Estaba irreconocible y cuando su madre desesperada por el grado de alteración de su hija cogió el teléfono para llamar a la policía, la locura se desató en el interior de Carol, que no paraba de arrojar todo lo que se encontraba a su paso. La parte más racional de la chica intentaba aflorar entre aquella sombra que se había apoderado de ella. Esa parte racional se alegró cuando vio a los vecinos, los señores Müller, entrar en la escena. Sin embargo, a pesar de que se dirigían a ella con todo el cariño del mundo, pues la habían criado como a una nieta, eso no ayudó mucho a que se calmara porque el miedo a herirlos se sumó a esa vorágine de sentimientos de culpabilidad que la arrastraba al abismo. Al llegar la policía no hubo palabras de cariño hacia ella. ¿Por qué la trataban como a una criminal en potencia, una asesina en serie? ¿En serio nadie se podía imaginar la crisis de ansiedad por la que estaba pasando y que lo último que necesitaba era la violencia? Ellos habían desatado el monstruo que se hizo por completo con el cuerpo y la mente de Carol. Dos tíos enormes la aprisonaron con sus brazos haciendo acopio de todas sus fuerzas mientras un tercero le clavó la aguja con la morfina. El mundo se desvaneció ante sus ojos anegados en lágrimas de desesperación.

Carol despertó desorientada y con escasos recuerdos en la cama de una habitación luminosa y blanca. Al principio creyó estar en un sueño apacible. De esos que reconfortan el cuerpo y la mente. No recordaba cómo había llegado hasta allí y esforzarse en atraer los recuerdos le provocaba un tremendo dolor de cabeza, así que decidió no pensar. Se limitó a escuchar el silencio. Nada ni nadie la estorbaban. Por fin podía relajarse. Quizá eso era todo lo que necesitaba, un poco de paz en su interior. Se levantó de la cama y comenzó a andar rozando con sus dedos la suave textura de las paredes. Se dirigió hacia la pequeña ventana que daba a un jardín exquisitamente cuidado, los arbustos podados en relajantes formas simétricas. Líneas laberínticas con curvas que recordaban las formas de las ramas de las vides. Se quedó mirándolo un buen rato dejando la mente en blanco. En sus libros de psicología había leído sobre aquella relativamente nueva forma de terapia de los pacientes psicóticos. La llamaban soteria que derivaba del griego y significaba protección, seguridad, salvación. Era toda una revolución y daba muy buenos resultados. Recordó haber leído testimonios de pacientes que habían pasado por esas selectas clínicas y que con la mínima medicación a base de pequeñísimas dosis de neurolépticos y una buena atención por parte del personal habían vuelto a una vida de calidad con muy pocas recidivas. Así que era otra paciente más. ¿Cuantos pacientes más habría como ella? ¿diez, doce? ¿Cuánto tardarían en trasladarla a una habitación común con más residentes? ¿Cuánto tardaría en estar suficientemente recuperada como para que la pusieran a hacer pequeñas actividades rutinarias de manteniemiento como hacer la compra y cocinaar para los demás residentes..? ¿Cuánto tardaría en poder llevar una vida normal lejos de los sobresaltos? Entonces, llamaron a su puerta y una mujer de aspecto dulce y amable la saludó. No parecía para nada una doctora, no iba siquiera vestida como tal. Era lo más agradable que una podía imaginarse. La mujer la pidió que la acompañara a desayunar y Carol la siguió sin dudar. Decidió no preguntarse nada y limitarse a curarse en aquella estancia blanca.

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