domingo, 2 de septiembre de 2018

Una diosa en Madrid.

Empezaron a sonar esos acordes infernales que le ardían por dentro, así que subió el volumen de los auriculares y se dejó llevar por la locura musical que comenzaba a poseerla embotándole los sentidos como solía hacer la ambrosía. Corrió como si no fuera corpórea, como si no llevara siglos sin hacerlo, provocando las miradas atónitas y lascivas de los hombres y mujeres que abarrotaban la Gran Vía y los chismorreos de las ancianas escandalizadas que sorbían los restos de su pegajoso smoothie en las terrazas. La acera se empezaba a quedar pequeña para sus propósitos, así que cogió impulso y saltó tanto como pudo para seguirse elevando con las corrientes de aire que se colaban entre los edificios. Un niño gritó "¡Spiderman es una mujer!" pero no lo oyó. Abrió los brazos, respiró a pleno pulmón, se hizo el solo de guitarra de "If you want blood" y aterrizó en la azotea más cercana. Oteó el horizonte y saltó de un tejado a otro entre risas que quebraron el cielo. Era una de las ventajas de ser una diosa. Madrid se veía realmente preciosa desde allí. Y ella estaba radiante con el sol del atardecer bañando su cuerpo de divinidad enfundado en esa camiseta de tirantes y aquellos pantalones que permitían movimientos de pantera esculpiendo en cuero su figura. Si por algo envidiaba a los humanos era por esa sensación de libertad continua y por ser capaces de componer música infernal. Estaba claro. El Olimpo iba a tener que esperar.

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