lunes, 14 de febrero de 2011

Mi abuelo. Memoria de un trabajador.

Mi abuelo es un ser extraordinario. Como él queda poca gente. Vivió las penurias de la guerra civil con la esperanza de que pasaran pronto y pudiera olvidarlas, pero nada más lejos de la realidad. Ahora,75 años después de aquella desgracia y atado a una sonda de por vida,cuando no le ve mi abuela trata de convencerme para escribir su historia, ésa que tantas veces me ha contado de camino al pueblo. Una historia que comienza con un chaval de quince años, el segundo de cuatro hermanos, en el humilde pueblo aragonés de Torrelacárcel. La vida transcurría con la tranquilidad con la que discurre fuera de las urbes. Una vida de campo y trabajo familiar, sin mayores expectativas. Sin embargo, mis bisabuelos inculcaron en mi abuelo un afán por aprender y cultivarse poco común para las gentes sencillas, y buscar una mejor vida en Madrid, la Tierra de las Oportunidades, donde la experiencia en la servidumbre y la costura de tías y primas alentaba a los más pequeños. La República le brindó la oportunidad de destacar en el colegio, pero poco duraron los sueños de futuro. El cambio fue durísimo. El estruendo de los aviones sobrevolando esa pobre tierra amedrentaba a los niños. Las bombas caían sin importar dónde. El miedo se clavaba en los huesos y el hambre los volvía frágiles. Los adolescentes se preparaban para ir a las filas sin saber por qué iban a morir. Así perdió a su querido e inseparable hermano mayor, Pedro Miguel,y así detestó la guerra por encima de todo. Tuvieron que huir de allí en carros tirados por mulas y atestados de ancianos, niños y embarazadas, entre ellas su madre, y buscar refugio en Castellón. Los años de la posguerra fueron duros, era la época de la escasez y la represión después de la Tormenta. Mi abuelo fue llamado para cumplir su servicio militar pero siguió buscando refugio en la cultura. Se preparó par entrar en la Renfe en una pensión de Madrid, por fin estaba luchando por su anhelado futuro, pero el destino quiso que no tuviera sitio allí. Por aquel tiempo, los contactos eran imprescindibles para poder subsistir y gracias a ellos mi abuelo pudo ejercer de contable en el Ministerio de Agricultura y el Consejo de Veterinarios realizando un brillante trabajo. Cada vez que llega a esta parte, mi abuelo no hace más que agradecer a sus mentores y a sus patrocinadores todo lo que hicieron por él y también recuerda con un brillo especial en la mirada la primera vez que vio a mi abuela, una mujer guapa, elegante, bien puesta,como dice él,e inteligente que le cautivó desde el primer momento y que le ocultó su edad y dio calabazas, todo hay que decirlo. Pero los aragoneses, ya se sabe, son cabezoncicos como ellos solos. Y con el arrojo de un galán de Hollywood, se casó con ella. Tuvo dos hijas maravillosas por las que luchó por dar lo mejor. Ejerció de padrazo, a pesar de que el trabajo le ocupaba gran parte de su tiempo, y con el paso de los años, la fortuna me lo dio como abuelo. Me cuidaba, me recogía del colegio, me llevaba a su casa a comer, jugábamos en el parque a lanzar unas canastas, veíamos a los abuelos jugar a la petanca, me llevaba a los museos, me abrió una cuenta en el banco, siempre me regaló los más bonitos juguetes, me enseñó todo lo que supo, me animó a tocar el piano, estuvo en los momentos más importantes de mi vida pero lo que él no sabe es que lo mejor que me ha podido pasar es tenerlo a mi lado todos estos años. Ahora, está en su casa contando las horas que le quedan a la semana para que yo vaya a verle el sábado y yo no hago más que agradecer que haya personas como mi abuelo Marcelino. Te quiero abuelo.

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