Bathory era su apellido y su maldición. Mujer de alta alcurnia y reservada belleza, lo quería todo. Hizo llamar a una sirvienta a su habitación y con ojos viciosos la deseó. Tal desenfreno la superó y en un intento de herirla gravemente, cogió las tijeras clavándolas en el vientre de la muchacha. La sangre chorreó a borbotones y lejos de repugnarla, la condesa hundió la cara en la herida y lamió la sangre. Desquiciada por aquel poder que la inundaba y la creencia de que la sangre de la muchacha la rejuvenecería siguió hiriendo la piel de la joven haciendo brotar la sangre. Cuando la sirvienta hubo perdido la consciencia, la condesa la arrastró haacia su baño y la desangró por completo. Ceremoniosamente, como si fuera un ritual sagrado, se desnudó y se introdujo en el baño de sangre y fluidos. Entrar en contacto con aquellas sustancias la llevó al éxtasis, como si de un orgasmo se tratara.
Muchas fueron las jóvenes que sufrieron torturas similares. La condesa, una vez descubiertas sus prácticas repugnantes y diabólicas, fue emparedada en su propia habitación. La leyenda cuenta que agonizó perseguida por los fantasmas de todas sus sirvientas maltratadas.
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