Hay días en los que se nos encarnan las debilidades.
Hay días en los que el talón de Aquiles se nos queda en carne viva y al mínimo roce nos creemos morir deshaciéndonos en mil lágrimas.
Hay días en los que nos tumba la brisa más suave.
Hay días como piedras en los zapatos.
Días manchados de pasado desvaído y teñidos de futuro incierto.
Hay días en los que tú te vuelves escara y me dueles más que nunca, atentando en mis sueños.
Días en los que no me reconozco perdida en tu recuerdo, deseándote desesperada.
Y días en los que no te quiero ni querer.
Hay días en los que el tic tac del minutero se vuelve banda sonora insoportable.
Y días en los que no me salen ni los puzzles, ni las cuentas ni los sueños.
Hay días en los que las sábanas resultan el mejor escondite posible y cualquier excusa es buena para cerrar los ojos.
Hay días en los que volar no nos parece tan buena idea.
Y días en los que echamos terriblemente de menos volver a ser.
Días en los que las montañas se vuelven insuperables y los gigantes duplican los newton de sus pisotones impíos.
Son días que inquietan al alma vestidos de otoño hostil, de cenizas. Días que igual que vienen, se van. Tan fugaces, tan efímeros.., tan intensos que marcan para siempre con lecciones que jamás aprenderemos del todo.
lunes, 2 de noviembre de 2015
viernes, 30 de octubre de 2015
Enfrentados.
De entre las sombras su criatura creció, alimentándose de los restos de su alma, hasta poder mirarlo a los ojos. De igual a igual. Dos fragmentos de un mismo ser. No se podría decir cuál era real y cuál era simplemente una silueta fantástica.
jueves, 22 de octubre de 2015
viernes, 9 de octubre de 2015
El pastor de nubes.
Todo el mundo sabía dónde estaba Gregory a esas horas. Desde que había entrado en el internado mantenía la costumbre de desaparecer. Realmente no hacía nada del otro mundo pero era consciente de que era aquella costumbre la que mantenía viva su ilusión. En aquel internado, salido de un cuento de terror, la ilusión estaba prohibida. Las historias fantásticas, las aventuras, se traficaban clandestinamente en los cuartos de baño, escritas en rollos de papel higiénico que pasaban de unos a otros a través de la rendija de la puerta verde aguamarina. Y como ocurre con todo lo que se trafica siempre hay un proveedor detrás, un camello. Por cierto, yo soy Gregory y soy camello de historias. Solía escaparme por debajo de la reja que rodeaba los alrededores del internado, hasta llegar al inmenso trigal donde me tumbaba a mirar las nubes. Nunca he sido de costumbres ostentosas, lo admito. Llevaba unos días de sequía, sin historias que contar. No esperaba encontrar en lo que me pasó mi nueva fuente de inspiración. Los chicos merecían más historias.
Cerré los ojos y al rato alguien me despertó de mi ensoñación.
-Eh muchacho! Esto es tuyo!
Alcé la mirada todavía adormilado y parpadeé para despegarme aquellas telarañas de sueño que se colgaban como pesos de los párpados cerrándome los ojillos. Aún frotándome los ojos no conseguía vislumbrar a nadie. La voz volvió a sonar pero no supe reconocer a mi interlocutor. Nervioso y torpe al fin conseguí verlo. Un hombre de cabello algodonoso tendía hacia mi un sombrero de paja.
-¿Es esto tuyo?
-Emmm... no, creo que es de Winston, pero él no suele venir por aquí...
-Bueno, así puedes dárselo de mi parte. últimamente le noto muy solo en el patio. Necesita tus historias y tu compañía. Será una buena forma de entablar conversación.
-¿Cómo sabe que..? ¿Quién es usted? ¿Nos espía?
-No hijo no. Es que desde ahí arriba se ve todo, quieras o no. Soy pastor de nubes.
-Quiere decir que...
-En fin hijo, hasta la próxima. Sigue soñando historias que contar.
El pastor ascendió como por una escalera invisible hasta perderse en la blancura celestial. Me pareció entonces que las nubes comenzaban a moverse de nuevo en una trashumancia constante.
Cerré los ojos y al rato alguien me despertó de mi ensoñación.
-Eh muchacho! Esto es tuyo!
Alcé la mirada todavía adormilado y parpadeé para despegarme aquellas telarañas de sueño que se colgaban como pesos de los párpados cerrándome los ojillos. Aún frotándome los ojos no conseguía vislumbrar a nadie. La voz volvió a sonar pero no supe reconocer a mi interlocutor. Nervioso y torpe al fin conseguí verlo. Un hombre de cabello algodonoso tendía hacia mi un sombrero de paja.
-¿Es esto tuyo?
-Emmm... no, creo que es de Winston, pero él no suele venir por aquí...
-Bueno, así puedes dárselo de mi parte. últimamente le noto muy solo en el patio. Necesita tus historias y tu compañía. Será una buena forma de entablar conversación.
-¿Cómo sabe que..? ¿Quién es usted? ¿Nos espía?
-No hijo no. Es que desde ahí arriba se ve todo, quieras o no. Soy pastor de nubes.
-Quiere decir que...
-En fin hijo, hasta la próxima. Sigue soñando historias que contar.
El pastor ascendió como por una escalera invisible hasta perderse en la blancura celestial. Me pareció entonces que las nubes comenzaban a moverse de nuevo en una trashumancia constante.
lunes, 5 de octubre de 2015
La tinta de sus manos.
Mi hermana era un ser sagrado. Hasta ella peregrinaban muchos para conseguir inspiración pues de sus manos brotaba tinta. Al mirarla se extasiaban, creían haber visto a una diosa reencarnada. Mis padres no la veían así. Para ellos no era intocable. Habían hecho con ella el negocio del siglo. Yo no lo soportaba. Veía cómo la hacían cortes en las manos extrayendo de ella esa esencia que la recorría para llenar botecitos de tinta milagrosa para contadores de historias acabados y necios, capaces de comprarla a cualquier precio. A mí también me hicieron lo mismo, pero al no brotar de mí nada más que sangre vulgar, me desecharon. Yo debía guardar silencio y ayudarles pero me negué y lo pagaron con ella. Un día me miró suplicante y me enseñó sus manos lívidas. Algo se había muerto dentro de ella. Haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban escribió, antes de desvanecerse, un adiós en mi mano que aún no se ha borrado.
Tinta escarlata.
Hacía tiempo que se había quedado sin tinta. El estúpido de Wilson había malogrado su último tintero de un puntapié en un arrebato y la metralla había acabado con su único proveedor en aquella tierra hostil; así que no lo dudó un instante. Mojó la pluma en la sangre tibia que resbalaba viscosa por su pierna malherida y terminó de escribir su historia entre silbidos de misiles y ensordecedoras explosiones. Estaba decidido a no desperdiciar ni una sola gota de aquella tinta escarlata. Se mantenía vivo pensando firmemente que lo que acabaría con su vida sería el desangramiento, pero no el vertido sobre la tierra sino sobre un papel raído que llevaba a todas partes consigo y era su única posesión. Le gustaba imaginar que su relación con aquel papel era como la que surgiría, a base de necesidad, hambruna y terrible desesperación, entre Da Vinci y su Mona Lisa si éste la hubiera llevado clandestinamente de trinchera en trinchera y hubiera arrancado los ocres de su piel a pincelazos violentos sobre su propio cuerpo. Pero ni el gran Da Vinci habría tenido su tesón en una situación así. Lo imaginaba en un estudio, con los ojos puestos en una bella "siñorina". Pero aquí no había nada de eso y lo más parecido a una mujer era un tronco nudoso de sauce llorón de curvas sugerentes que se mantenía erguido a duras penas tras las bombas. Frente a sus ojos el campo de batalla se evaporaba poco a poco por efecto de su mente febril para dar paso a trigales inmensos, que brotaban de su corazón escarlata, que llenaban de dorado sus pupilas perdidas en la negrura, y que se ensombrecían bajo la silueta de aquel dragón de sangre que los sobrevolaba libre, rugiendo de felicidad.
martes, 29 de septiembre de 2015
El bardo y la destrucción.
Ya no quedaban más como él. La Tierra y los Hombres habían cambiado más de lo que se esperaba y apenas eran reconocibles ya a los ojos del cansado bardo. Recordó entonces los tiempos en los que los bosques eran vírgenes y las ninfas hermosas... Ahora, las ninfas mutiladas arrastraban jirones de piel por los lodazales y sus lamentos ahuyentaban a los pocos que deseaban de corazón encontrarlas para trasladarlas a algún reducto terrestre en el que pudieran recuperarse. Pero las ninfas no están hechas para la cautividad. Nadie las busca ya. Nadie las adora hasta perder la cordura... El corazón del bardo lloraba amargamente pues una tierra abrasada no podía inspirar más bellos poemas.
lunes, 28 de septiembre de 2015
Martín y la Noche en un desván.
"Dicen que la Noche es muda pero cuenta historias a través de las plumas elegidas por las musas. Que la Noche se licua y se hace tinta y canta todas las historias de las que es testigo cuando engulle al Sol. Que el cielo estrellado embruja a los hombres y los mueve a contar confidencias con chispas en los ojos, a amarse y traicionarse, a soñar".
A pesar de contar sólo siete años, Martín sabía todo esto o al menos lo intuía. Martín llevaba meses soñando atrapar la Noche. La esperaba paciente día tras día poniendo a prueba los artilugios más ingeniosos de los que disponía para darle caza. Sabía que la Noche le daba los sueños que no le daba el día y por eso quería tenerla para admirarla a cualquier hora y poder soñar despierto. Comprendió que la Noche buscaba la luz para hacerse más oscura. Así, Martín encendió las viejas lámparas que dormían en el desván, como si de un cebo se tratara, y cuando llegó la noche atraída por ellas y penetró en la estancia por el tragaluz, Martín lo tapió con cartulinas y cartones. Contempló maravillado las estrellas que se habían colado por aquel sumidero, encendiendo chispas en sus ojos de golondrina.Temía salir del desván y que a su vuelta la Noche se hubiera esfumado. Para evitarlo, decidió vivir allí siempre, aunque echara terriblemente de menos sus juguetes y los mimos de su madre. Se haría un hombre valiente en aquel desván. Ignoró a la mosca del sueño y se bañó en la luz de la luna chapoteando polvo estelar por doquier sin importarle lo que tendría que limpiar después. Con los ojos enrojecidos y picantes se tumbó a descansar cinco minutos aunque no pudo evitar que, al despertar horas después, la luz del día volviera a inundar la estancia. Su hermana Clara lo miraba enojada por haberlo estado buscando toda la noche, pero él no pudo evitar enfadarse aún más con ella por haberle abierto la puerta a su Noche permitiendo que escapara una vez más.
A pesar de contar sólo siete años, Martín sabía todo esto o al menos lo intuía. Martín llevaba meses soñando atrapar la Noche. La esperaba paciente día tras día poniendo a prueba los artilugios más ingeniosos de los que disponía para darle caza. Sabía que la Noche le daba los sueños que no le daba el día y por eso quería tenerla para admirarla a cualquier hora y poder soñar despierto. Comprendió que la Noche buscaba la luz para hacerse más oscura. Así, Martín encendió las viejas lámparas que dormían en el desván, como si de un cebo se tratara, y cuando llegó la noche atraída por ellas y penetró en la estancia por el tragaluz, Martín lo tapió con cartulinas y cartones. Contempló maravillado las estrellas que se habían colado por aquel sumidero, encendiendo chispas en sus ojos de golondrina.Temía salir del desván y que a su vuelta la Noche se hubiera esfumado. Para evitarlo, decidió vivir allí siempre, aunque echara terriblemente de menos sus juguetes y los mimos de su madre. Se haría un hombre valiente en aquel desván. Ignoró a la mosca del sueño y se bañó en la luz de la luna chapoteando polvo estelar por doquier sin importarle lo que tendría que limpiar después. Con los ojos enrojecidos y picantes se tumbó a descansar cinco minutos aunque no pudo evitar que, al despertar horas después, la luz del día volviera a inundar la estancia. Su hermana Clara lo miraba enojada por haberlo estado buscando toda la noche, pero él no pudo evitar enfadarse aún más con ella por haberle abierto la puerta a su Noche permitiendo que escapara una vez más.
PEPITA NOCHE
Pepita Noche era toda embrujo. Muchos la conocían como “ésa a la que todos aman”. Sus ojos, sus curvas, su voz, sus formas, su manera de amar.., todo en ella destilaba apetecible y misteriosa nocturnidad. Había olvidado sus orígenes o nunca nadie le había hablado de ellos. Pretendía encontrar su historia en boca de hombres y mujeres hechizados por ella en la intimidad de una alcoba, cuyas palabras la reconfortaban y reconstruían. Decidió adoptar para ella la teoría que un hombre viejo formuló antes de expirar tras los esfuerzos amatorios: “si por el día te escondes, deambulas huyendo de todo… eso es que eres y siempre serás hija de la noche”.
jueves, 17 de septiembre de 2015
Hojas Secas.
Aún no me he recuperado de la visión que sigue pintada en mi retina y mi cuerpo tampoco parece dar señales de querer recuperarse del shock. Apenas puedo parpadear y mucho menos escribir. Me tiemblan las manos y me faltan palabras para describir lo que acaba de pasar aquí en mi cuarto. Y eso que soy escritor. En paro y con el síndrome de la página en blanco, pero escritor al fin y al cabo. Debería poder sentirme capaz de sacar una saga entera de lo que he presenciado y sin embargo, sólo pretendo escribirlo para no olvidarlo jamás, si es que algo así se puede olvidar. Quizá sólo haya pasado en mi imaginación pero sé que no, que ha sido tan real como yo. Me había alquilado una tranquila casita rural para tratar de refrescar mis ideas para la nueva novela que tenía apalabrada. Ésa que, a estas alturas del año, ni siquiera tiene forma en mi cabeza. Sonaba bien hace una semana aquella frase que tanto me había repetido en la universidad y que no había dejado de emplearla en mi madurez totalmente seguro de la flor que alguien, mi santa madre quizá, me había puesto en el culo “allí seguro que se me ocurre algo y otra vez a vivir del cuento –y nunca mejor dicho-”. Pero mi frustración iba creciendo al ver que se acababa el plazo de entrega del borrador definitivo y mi mente seguía en blanco. No, la flor nunca me había fallado y la presión me excitaba inspirándome hasta límites insospechados. Mi editora me besaría el culo al ver el borrador encuadernado en su escritorio justo unas horas antes de que nos venciera la maldita fecha, como la tenía acostumbrada sólo por ver su cara de éxtasis y oír los sensuales improperios que solía descargar contra mí. Se ponía tan bonita cuando se exasperaba… Y quizá me lo acabaría agradeciendo como sólo ella sabe. Sin embargo, aquella casita y su silencio desquiciante me estaban volviendo del revés. Soy un hombre de bullicio y de inspiración callejera. No se puede esperar que un entorno idílico sede a quién se duerme escuchando heavy del duro. La paz no es para mí, ni lo será. Pero no cambio ni por todo el ruido del mundo ni por todo el oro lo que he vivido hace unos instantes. Justo cuando estaba a punto de tirarme de los pelos ha ocurrido lo inimaginable, incluso para mí, que lo he imaginado casi todo y más si es por dinero. Es probable que al releer esto ni yo mismo me crea mis propias palabras. Pero sé que no son fruto del alcohol ni de un buen porro. Hasta hace unos instantes, una ninfa, no de las que detienen coches en lencería, sino una de verdad, una de esas criaturas que han poblado fuentes y bosques durante siglos, que han hecho perder la cordura y la paciencia a más de un incauto forajido y han tomado forma en las mentes de los grandes artistas, ha estado en mi cama. Miraba sin ver a través de la ventana de mi habitación con un café ardiendo entre las manos, cuando al entornar los ojos y enfocar, la he visto. Un cuerpo desnudo y tendido en el suelo alzaba una mano suplicante con las pocas fuerzas que le quedaban. Tardé un poco en reaccionar pero salí pitando hacia ella. A medida que me iba acercando a la ninfa sentía que mi corazón se aceleraba. Era como si de repente estuviera presenciando un milagro, la visión más espléndida que puede esperar un hombre enamorado de las musas. Pero aquel ser estaba malherido y se hundía en las sombras, el más cruel de los destinos para una criatura de luz. Sentí que me daba permiso para cogerla en brazos y llevarla a un lugar seguro. Sólo quise salvarla. Deseé que se salvara. La llevé dentro y la dejé con cuidado sobre mi cama. Temí que se hiciera añicos al rozar las sábanas. No me atrevía a hacerla nada, ni siquiera a acariciarla, aunque de mis dedos tiraban unos hilos con la fuerza de un imán de neodimio hacia su cuerpo. Casi podía sentir cómo mis labios boqueaban el aire buscando sus labios. Así que sólo pude quedarme petrificado, sin saber qué hacer. Entonces me miró a los ojos y sentí lo que no soy capaz de describir. Puede que me hechizara, pero estoy seguro de que no fui presa de ningún embrujo. Simplemente durante aquellos minutos la amé locamente. Quise acariciarla pero en sus gestos entendí que la aterrorizaba. Recordé que las ninfas huían de los seres humanos y conmigo no iba a ser diferente. Pero ella no podía huir. Buscaba un refugio donde morir. Quizá mi cama era algo más cálida que la tumba de fría y punzante hojarasca que la hubiera envuelto de no haberla recogido. Quizá necesitaba sentir que aquel mundo que se apagaba ante sus ojos no era tan malvado. Algo oscuro la estaba devorando por dentro. Agonizaba en mi cama por la ponzoña de una trampa mortal que invadía su cuerpo desnudo, níveo y centelleante, ennegreciéndolo. No he podido despegar mis ojos de ella. Y al mirarme una segunda vez supe que estaba perdido, condenado a ver cómo desaparecía entre las sábanas dejando un rastro de hojas secas.
lunes, 31 de agosto de 2015
domingo, 30 de agosto de 2015
viernes, 28 de agosto de 2015
El comportamiento de los deseos.
Es curioso el comportamiento de los deseos. Unas veces tan altos, otras veces tan a ras de suelo. Unas veces tan prácticos y otras tan inútilmente fútiles. Unas tan aparentemente fáciles y otras tan terriblemente complejos, inalcanzables y fascinantes. Unas permiten el sueño y otras te lo quitan. Unas veces te dan alas y otras te las cortan impidiendo el vuelo. Unas veces engrasan los motores y otras simplemente los dejan chirriar como chirrían las vías bajo el peso de la maquinaria adormecida de un tren de vapor. Unas veces te parten el corazón y otras te lo recomponen. Son niños caprichosos que a veces, simplemente, te vuelven del revés. A veces les chillarías, a veces los castigarías a un rincón de pensar del pensamiento y a la cama sin cenar, a veces los pondrías mirando hacia la pared hasta que, agotados de puro aburrimiento, dejaran de insistir tercos como mulas en su empeño.
Yo lo hice, los castigué. Me tenían harta. Y dejé de oírles durante un buen tiempo. Me costó admitirlo pero llegué a echarles de menos y un día, sin más, volvieron con su jaleo habitual. Como si no hubiera pasado nada. Ahora son un ruido constante en mi cabeza. Somos una gran familia y aunque buscamos la supervivencia del grupo; a veces las pérdidas son inevitables. Ya hemos sufrido unas cuantas bajas, pues parece ser que, aunque se habla de epidemia a nivel nacional, parece que por cifras podría llegar a convertirse en un mal mucho mayor, tal vez y si no se para a tiempo, una pandemia. Aunque se sabe la etiología de este cuadro multifactorial sin nombre con tendencia a la cronificación, lo que es impepinable, hasta para los ignorantes como yo, es que incrementa la tasa de mortalidad entre el grupo de riesgo: los deseos que no dan de comer... Ellos son los grandes damnificados. Y éste es el motivo por el que muchos han caído, como hadas enfermas en una sociedad falta de imaginación y atea en cuestiones oníricas y fantasiosas. Por eso cada vez son menos, convirtiéndose en especímenes raros, de colección. Incluso han dado pie a que personas sin escrúpulos, piratas y maleantes, se dediquen a raptar a los deseos más incautos, esos que un día se quedan solos y ya nunca más nadie sabe nada de ellos. Y así es como, a base de sueños robados, muchas personas construyen sus mansiones y su ego. Mi consejo, de sabio y de viejo, es que si tenéis de esos deseos, los guardéis como vuestro mayor tesoro. Hay quién piensa que en ellos está la cura de esta epidemia. Quizá nuestra salvación sea un suero de esencia de deseos, implantes transdérmicos que liberen poco a poco el principio activo de los anhelos humanos o sueños en comprimidos de 50 miligramos antes de dormir. Pura ingeniería genética. Soñad. Desead. No importa lo alto que sea, no importa lo loco o descabellado. No importa lo ilógico, lo mágico. Simplemente hacedlo antes de que sea tarde.
Yo lo hice, los castigué. Me tenían harta. Y dejé de oírles durante un buen tiempo. Me costó admitirlo pero llegué a echarles de menos y un día, sin más, volvieron con su jaleo habitual. Como si no hubiera pasado nada. Ahora son un ruido constante en mi cabeza. Somos una gran familia y aunque buscamos la supervivencia del grupo; a veces las pérdidas son inevitables. Ya hemos sufrido unas cuantas bajas, pues parece ser que, aunque se habla de epidemia a nivel nacional, parece que por cifras podría llegar a convertirse en un mal mucho mayor, tal vez y si no se para a tiempo, una pandemia. Aunque se sabe la etiología de este cuadro multifactorial sin nombre con tendencia a la cronificación, lo que es impepinable, hasta para los ignorantes como yo, es que incrementa la tasa de mortalidad entre el grupo de riesgo: los deseos que no dan de comer... Ellos son los grandes damnificados. Y éste es el motivo por el que muchos han caído, como hadas enfermas en una sociedad falta de imaginación y atea en cuestiones oníricas y fantasiosas. Por eso cada vez son menos, convirtiéndose en especímenes raros, de colección. Incluso han dado pie a que personas sin escrúpulos, piratas y maleantes, se dediquen a raptar a los deseos más incautos, esos que un día se quedan solos y ya nunca más nadie sabe nada de ellos. Y así es como, a base de sueños robados, muchas personas construyen sus mansiones y su ego. Mi consejo, de sabio y de viejo, es que si tenéis de esos deseos, los guardéis como vuestro mayor tesoro. Hay quién piensa que en ellos está la cura de esta epidemia. Quizá nuestra salvación sea un suero de esencia de deseos, implantes transdérmicos que liberen poco a poco el principio activo de los anhelos humanos o sueños en comprimidos de 50 miligramos antes de dormir. Pura ingeniería genética. Soñad. Desead. No importa lo alto que sea, no importa lo loco o descabellado. No importa lo ilógico, lo mágico. Simplemente hacedlo antes de que sea tarde.
miércoles, 26 de agosto de 2015
Ay Caperucita.
Hoy escribo desde un prisma gris, desde el fondo de una botella, desde las cenizas de una colilla y los posos de cinco cafés. Desde las sábanas oscuras que tapan los restos de esos recuerdos que se han salvado de la quema y ahora pueblan como fantasmas el sótano de mi memoria. Con el alma revuelta y los pies descalzos, los ojos de un zombie llorón y la sonrisa de una muñeca de porcelana olvidada en el desván. Son mis amores lobos de dientes enormes y afilados, de aliento que apesta a pasado, que acechan tras los árboles de mis mundos de pesadilla, recordándome lo que se quedó fosilizado en páginas de diario. Son mis sueños abuelitas indefensas de las que quedan sólo los huesos tras ser devoradas sin haberme dado siquiera tiempo a alcanzarlas, a advertirlas del peligro inminente. No hay leñadores por los alrededores. O quizá sí. Ay Caperucita... ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Por qué te dejaste tentar? ¿Por qué aún escuchas a los lobos?
miércoles, 19 de agosto de 2015
Ladrón.
Cómo te gusta reírte de mí. Apareces y desapareces de mis sueños con esa cara de no haber roto un plato en tu vida, con los ojos llenos de fuego y la sonrisa de quién vive destrozando corazones con los que alimenta su insaciable ego de rufián. Te mueves por mi mente con una tarjeta VIP, desorganizándolo todo, como un caco enrabietado buscando unas joyas que jamás encontrará, abriendo cajones a tu antojo sin importarte que luego tenga que perder mi tiempo en volver a colocarlo todo donde estaba junto a los pedazos de corazón exangüe que quedan esparcidos sin miramientos y pisoteados en tu huida despavorida y descuidada, en la que dejas pistas apestosas que no hay forma de erradicar. No hay lejía que limpie tus huellas. Y así, cada vez que bajo la guardia, pertrechas tus fechorías para ejecutarlas a sangre fría y con algún fin que no puede ser otro que tenerme enganchada a tu recuerdo. Cualquier día aprenderé a colarme en tus sueños, cuando bajes la guardia, sí, y entonces y sólo entonces, estaremos en paz.
miércoles, 8 de julio de 2015
viernes, 19 de junio de 2015
El secreto de la Mansión Baltimore.
Isabelle cumplía dieciocho años. De esos dieciocho largos años, diecisiete y casi doce meses los había vivido en el orfanato junto a los que consideraba sus hermanos, niños y niñas que, como ella, habían tenido que sobrevivir a la pesadumbre, a la resignación, inventando aventuras por la residencia, un edificio enclavado en una zona arbolada algo apartada de la ciudad. Cumplir la mayoría de edad suponía adquirir algo que no habían tenido nunca: capacidad para decidir por sí mismos qué rumbo dar a su vida. A esa edad los chicos del orfanato eran oficialmente libres para salir a conocer el mundo o lo que era más inmediato: la cercana ciudad de Baltimore. Ese día todos los chicos del orfanato y las amas de llaves, que querían a Isabelle como a una hermana o incluso una hija propia, celebraron, como hacían cada vez que alguno cumplía dieciocho años, con sincera alegría la salida de su hermana mayor. Aunque lo pasaron muy bien, en el fondo sentían muchísimo pesar ante la perspectiva de vivir sin Isabelle, que se debatía entre la ilusión de salir y ser libre o quedarse allí con ellos, su única familia. Isabelle era un alma pura, la alegría de la casa y todos la querían muchísimo.
La despedida fue amarga, un pellizco al corazón, pero los niños no dejaron de sonreír para hacerle a su querida Isabelle menos duro el momento del adiós que precedía al vacío.
Isabelle llevaba un buen rato perdida en la carretera hacia Baltimore. Manoseaba un viejo periódico y de vez en cuando leía las ofertas de trabajo. Ése era su objetivo: encontrar un buen trabajo y un hogar. ¿Sería mucho pedir? Después de un buen rato leyendo se empezaba a desesperar. “Periodista no, Vendedora ambulante no, ¿¿Cabaretera?? ¿Pero es que no hay ni un solo trabajo para mí en esta ciudad?”, pensaba para sí dejando escapar esas maldiciones que se inventaban en el orfanato.
Tiró el periódico cansada y hambrienta y se sentó en la maleta derrotada, que le parecía más pesada que al iniciar el camino. Entonces, le sobrevino un agotamiento que nunca había sentido. Tuvo ganas de llorar, de volver al orfanato y rendirse al sueño de explorar un nuevo mundo.
Sin embargo, cuando creía perdida toda esperanza, se posó a sus pies un papel que había arrastrado el aire. Lo cierto es que se había levantado un viento furioso e Isabelle empezó a sentir las primeras gotas de lluvia. Si se le echaba encima la tormenta que se avecinaba lo iba a pasar verdaderamente mal. No había imaginado así su salida del orfanato. Por fin lo vio y se agachó para cogerlo. Empezó a leer.
-“Se busca persona”… vale eso está… “seria y responsable”… bueno, eso puede ser mejorable.., “para… mantener una casa en orden”. Bueno no es el sueño de mi vida pero por algo tendré que empezar ¿no? “Mansión Baltimore” ¿Una mansión? Qué raro… no… no pone la dirección…
Entonces empezó a llover de verdad como si no hubiera un mañana: -¡Genial! ¡Estupendo!- gritó su frustración a los cuatro vientos. La única respuesta que recibió fue un trueno. Dio un respingo, se abofeteó un par de veces las mejillas como solía hacer para entrar en razón, alzó la cabeza sintiendo que volvía a inundarla la necesidad de sobrevivir y al fin vio una salida. La mansión Baltimore. -Allá voy- se dijo convencida cuando al subirse a un pequeño montículo, para intentar situarse, vio lo que parecía una enorme casa al final de un camino.
Isabelle se topó con una puerta robusta. Llamó delicadamente pero no hubo ninguna respuesta. Llamó más fuerte, y más y más y en uno de esos golpes la puerta cedió con un chirrido. Isabelle decidió que la lluvia ya la había empapado lo suficiente y entró en la mansión. Apenas quedaba nada de su aspecto de niña bien educada y recatada. El pelo mojado y esa sensación de cansancio la habían transformado en su versión más oscura y decidida, algo menos frágil. Tampoco quedaba nada ya de aquel oportuno panfleto con la oferta laboral, que aún llevaba en la mano, pues estaba echado a perder.
-¿Hola? ¿Hay alguien en casa?-. A Isabelle la recibió una atmósfera algo viciada. Probablemente en algún lugar de la casa habría una chimenea calentita. Isabelle se sintió reconfortada. Sin embargo, se sentía inquieta. De algún lugar salía un murmullo continuo como un coro de voces fantasmales. No podía localizar de dónde venían además la casa parecía aparentemente vacía.
–Hola. La puerta estaba abierta y fuera llueve mucho. Vengo por la oferta de empleo- dijo mostrando aquel papel mojado totalmente inutilizable. Dejó la maleta en el suelo y se escurrió la falda que goteaba como si la hubiera sumergido completamente en una pila. Aunque todo era extrañamente lúgubre y la impresionaba, no se achantó y siguió hablando alzando un poco más la voz.
-En la oferta dicen que requieren los servicios de una persona seria y responsable y verán creo que doy el perfil... llevo años cuidando de una panda de locos bajitos..,emm de un montón de chicos, quiero decir, así que ¿qué dificultad podrían tener una casa grande y un montón de trastos viejos? Lo único que puedo tratar de mejorar es lo de "no hacer preguntas"... porque soy bastante habladora cuando cojo confianza.., y lo veo un poco difícil la verdad, si me permiten el atrevimiento.
Entonces se abrió una puerta de forma inesperada y tras ella apareció un hombre muy entrado en años, con gafas de media luna, una barba bien recortada y aspecto de mayordomo. -En seguida le llevo su bebida señor, aderezada con un culín de ron añejo como a usted le gusta- dijo dirigiendo su voz ajada hacia lo alto de unas escaleras que irrumpían majestuosas en el gran salón. El viejo reparó en la chiquilla empapada que permanecía plantada en el hall. -Ah has venido. En tu cuarto encontrarás ropa. Puedes empezar por el salón comedor. La vajilla es de plata. El señor la quiere tan reluciente como si acabara de salir de la orfebrería. NO-ROM-PAS-NA-DA- dicho esto, el anciano mayordomo se dirigió hacia las escaleras sin añadir nada más.
Isabelle se quedó petrificada, con la palabra en la boca. Tan sólo pudo decir un tímido “GRACIAS” tan abrumada como se sentía con aquel recibimiento. No sabía muy bien qué hacer así que pensó que buscaría su habitación. Aquella mansión rezumaba misterio. Tras perderse por larguísimos y tortuosos pasillos, Isabelle encontró por fin una pequeña habitación. En la cama, un montoncito de ropa limpia y seca le daba la bienvenida a su nuevo hogar. ¿De verdad la esperaban? Isabelle, decidió que aquello era una pregunta que resolvería más tarde y se tendió sobre la cama sintiéndose segura por primera vez desde su salida del orfanato. Se desperezó para secarse, y cambiarse de ropa. Pero luego se desplomó sobre la cama de nuevo quedándose profundamente dormida sin sospechar siquiera que unos ojos claros la observaban. Por la mañana la despertaron los rayos de sol más dulces. Decidió que, si todo era como había sido hasta el momento, nadie le diría qué hacer. Así que se puso en marcha. De camino al salón comedor encontró las cocinas. No había nadie, para variar, por lo que husmeó entre los cacharros y encontró una tinaja de hojalata llena de leche fresca. Se sirvió un buen tazón y tras lavarlo con mimo puso rumbo al salón comedor, donde empezaría su jornada. Al llegar allí, al fondo de la estancia, en una preciosa alacena se exponía una preciosa vajilla de plata. Isabelle se sintió desfallecer ante tanta cubertería que debía abrillantar pero contentar al señor de la mansión sería la única forma de ganarse su confianza. -Bueno Isabelle,- se dijo a sí misma – empecemos, que esto no se va a limpiar solo.
Así pasaron los días. Isabelle no hacía preguntas y trabajaba sin parar, pero necesitaba hablar con alguien. Quería conocer a ese señor de la mansión que no se había dignado a decirle nada. Un buen día al fin pudo conocerle aunque no fue tan agradable como hubiese deseado.
-Así que eres tú la que merodea por mi casa a mis espaldas, poniéndolo todo patas arriba, sin respetar mi descanso. La misma que abrillanta la vajilla. Por cierto, venía a comentarte que no la veo suficientemente brillante.
-Señor... verá yo vine hace ya... unos cuantos días por una oferta de trabajo... pero... usted no salió a recibirme. Su... su criado…-
-Melman- la interrumpió.
-... Melman me dio las indicaciones precisas para empezar en seguida y así lo hice.
-Ya veo... Este Melman... deja pasar a cualquiera.
-Verá creo que él quería que yo estuviera aquí.
-Ya le diré lo que pienso de contratar a la primera persona que se pierda por los alrededores. De momento usted es la elegida para mantener el orden en esta casa.
-Pues eso haré señor…
-Jules.
-Eso haré señor... Jules. Puede estar tranquilo. Su vajilla está en buenas manos.
-Lo dudo...
Y allí la dejó. Plantada de nuevo con la palabra en la boca. Isabelle sólo pudo pensar en la tristeza que había en sus ojos... parecía joven y sin embargo, su voz parecía la de un hombre cansado... de vivir.
-Has de comer algo chiquilla o te quedarás más plana que un lienzo- la voz de Melman la sobresaltó sacándola abruptamente de sus pensamientos.
-Tiene razón Melman. He de comer algo o esta casa me acabará comiendo a mí.
Desde su primer encuentro con Jules, Isabelle se sentía extrañamente feliz. Cantaba a todas horas y su cabecita loca andaba perdida en las nubes. Jules la escuchaba a escondidas y con el tiempo se acostumbró a oirla. Incluso y aunque le costaba admitirlo, se sentía extrañamente aliviado de tener allí a aquel pajarillo cantor. La casa estaba distinta. Isabelle había logrado convencer a Melman de que la dejara salir a dar algún paseo aunque no quería alejarse mucho de la casa para no traicionar su confianza. Se había tomado muy en serio su trabajo y se sentía feliz.
Sin embargo, la felicidad no le duró mucho. Días después la chica pudo interceptar al cartero, en la carretera, ansiosa por saber lo que pasaba en el mundo, pero hubiera dado su alma por no leer aquel periódico. Había habido un incendio en el orfanato. No quedaban supervivientes.
Isabelle sintió que algo dentro de ella se moría. Lloró y lloró amargamente perdiendo el sentido del tiempo. Entonces, cuando el cielo se pintó de noche cerrada Jules la recogió y la llevó en brazos hasta su alcoba. Isabelle sólo pudo dedicarle una mirada de agradecimiento antes de caer rendida en su cama y ser presa de terribles pesadillas. Los días siguientes la muchacha vagó por la casa como alma en pena sin encontrar consuelo. Sin su alegría la casa había vuelto a sumirse en la penumbra y el silencio.
-Isabelle... lamento profundamente…- empezó Jules mientras ella limpiaba la vajilla con tesón, como si borrando el óxido pudiera borrar los funestos recuerdos acumulados durante aquellos días.
-Déjelo quiere.
-Me gustaría… pedirte que…
-No puedo abrillantar más esta maldita vajilla señor.
-No es eso. Querría… quiero que hoy cenes conmigo.
-Se lo agradezco. Es usted muy gentil pero no soy buena compañía. Míreme.
-Eres la mejor compañía.
-No tiene otra señor, con todos mis respetos.
-Entonces ¿qué me dices? ¿Vienes?
Isabelle aceptó. Después de tantos días de dolor, necesitaba una pausa. Sentirse arropada por alguien.
A la mañana siguiente Jules salió a dar un paseo. Su ánimo había mejorado notablemente desde que se había atrevido por fin a acercarse a Isabelle. Se sentía extraño. Isabelle también pues aquella sensación era nueva para ambos. Jules había arropado su corazón destrozado. Se dirigía a las cocinas cuando de repente oyó de nuevo esas voces susurrantes que no había vuelto a oír desde el día de su llegada. Procedían del piso de arriba. Isabelle se debatió entre la curiosidad y la obediencia. Realmente nunca le habían prohibido subir las escaleras, pero nunca se había atrevido a hacerlo porque había como una prohibición velada sobre el hecho de subir a la planta de arriba. En aquel momento, sin embargo, se sintió fuertemente atraída por averiguar de dónde provenían aquellas voces. Subió las escaleras y siguiendo el sonido llegó a una habitación de la que parecía provenir una extraña luz. Isabelle entró con mucho sigilo y sintió que se le encogía el corazón. Una mujer se movía dentro de un lienzo.
-Huye ahora que estás a tiempo... es un monstruo.- la voz de Melman la sacó de su ensimismamiento. El viejo mayordomo estaba derrotado en una esquina de la habitación.
-¿Quién? ¿Quién es un monstruo?
-Ella por supuesto. No es quién parece. Es un ser despiadado y egoísta.
-¿Quién es, Melman?
-Mi adorada esposa.
Isabelle estuvo a punto de desmayarse.
-¿Cómo dices?
-Hace muchos años, un joven iluso se enamoró de una noble dama.-Le costaba hilar las palabras, e Isabelle tuvo la sensación de que Melman tenía la boca seca. Pero éste siguió lentamente como adentrándose en sus recuerdos. -Ideó para ellos el mejor de los futuros pero ella era avariciosa y sólo se quería a sí misma. Quise contentar todos sus caprichos y ésa fue nuestra perdición. Practicaba la magia negra a mis espaldas, una afición que tenía desde muy joven y supo de la existencia de un objeto mágico que la permitiría ser inmortal. Durante un tiempo conseguí agasajarla con presentes de lo más variopintos. Nos mudamos a esta casa y engendramos a nuestro hijo. Pero ella jamás lo atendió como tal tan preocupada estaba por las arrugas que asomaban en su rostro. En uno de mis viajes a la capital conseguí ponerme en contacto con un mercader que me vendió su objeto más valioso: un cuadro mágico. Quién lograba entrar en él se hacía inmortal. Cegado por mi deseo de satisfacerla y ganar su corazón cada vez más podrido de ambición, la obsequié con aquel objeto con el fin de que lo tuviera como adorno. Un día, sin más, desapareció para materializarse inmediatamente dentro de aquel lienzo. Ninguno supimos hallar la manera de hacerla salir de ahí y eso la volvió loca con el lento transcurrir el tiempo. Chillaba día y noche y al final decidí encerrarla aquí para poder cuidar de Jules. Él nunca ha querido saber de ella, aunque en el fondo creo que sabe quién es, y se martiriza día tras día y yo no he podido decirle que soy su padre. Por eso me hice pasar por su criado. La oye pero no hace nada por salvarla. Yo trato de hacerle compañía pero nada le sirve. Hace relativamente poco oí que el mercader había vuelto a la ciudad y fui a verle. A suplicarle que me indicara la forma de sacarla de ahí.
Decir que Isabelle se había quedado de piedra con aquella historia sería quedarse muy corto. Estaba en shock, sin saber cómo tomarse todo aquello. Volvió a mirar al cuadro y allí la vio, desquiciada, una mujer a la que su propia avaricia la había transformado en un esperpento.
-Ya no sé si quiero salvarla de esta condena- siguió Melman como perdido en sus pensamientos y en su propia historia.
-Pero ¿sabes cómo salvarla?- pudo reaccionar por fin Isabelle.
-Sí.
-Pues ¡¿a qué esperas?!
-No puedo hacerlo. No quiero hacerlo.
-¿Prefieres vivir con el remordimiento de haber llevado a la mujer que amabas a la perdición?
-Ella no va a volver. Si deshacemos el hechizo ella desaparecerá para siempre. No sé si estoy preparado.
-Yo te ayudaré Melman. Al fin y al cabo, tú fuiste quién hizo llegar aquel panfleto con la oferta de trabajo a mis manos ¿verdad? Tú me necesitabas porque para entonces ya sabías el contrahechizo, o al menos sabías que necesitabas a alguien para romperlo y allí estaba yo. El destino me puso en tu camino Melman. Y tu hijo merece ser feliz, salir de aquí. No tiene que vivir encadenado a este espectro que una vez fue su madre. Deseo que sea feliz. Confío en ti.
Melman lloraba de gratitud. Al fin alguien le tendía una mano tras tantos años de sufrimiento. Se secó las lágrimas y dijo:- Has de formular en alto tu deseo de entrar en el lienzo.
-Pero…
Isabelle se sintió muy aturdida. No se había preparado para aquella respuesta. Se sentía angustiada pero pensó en Jules, en que se merecía mucho descansar por fin de aquel recuerdo viviente que era aquel cuadro. También pensó en ella misma. Nada le ataba ya. Sólo Jules. Así que se colocó frente al lienzo y pronunció en alto su deseo de entrar sabiendo que no podría salir hasta que alguien hiciera lo mismo por ella.
Sintió que su cuerpo se desvanecía y después nada. Sólo su conciencia le hacía compañía. El sonido de la voz de Melman le llegaba algo amortiguado desde el otro lado aunque podía verlo perfectamente. Ya estaba hecho y no había vuelta atrás.
-¿Por qué no oigo su murmullo incesante, Melman?- decía Jules acaloradamente cuando llegó a la mansión.
-Se ha ido, señor.
-¿Cómo? Es imposible. Después de tantos años.
-Señor no debería.
-Déjame, he de verlo con mis propios ojos.
Entonces Jules llegó a la habitación y cayó de rodillas cuando descubrió a Isabelle ocupando el lienzo. Una lágrima resbaló por la cara de la chica al verlo.
-Oh Isabelle…- lloraba- no puede ser… Tú no deberías... Esa bruja tenía lo que merecía y ahora tú... no, mi ángel... no lo soportaría... te amo…
Entonces el cuadro se resquebrajó y pareció dejar de emitir esa extraña luz azulada. Se había quedado sin vida, sin aquella magia negra. De pronto, empezó a licuarse como derritiéndose por un intenso calor y de las gotas que caían al suelo se iba componiendo una figura humana. Era Isabelle. Jules la abrazó conmovido y la besó sin pensar. Por fin ambos sintieron que resucitaban en los labios del otro.
La despedida fue amarga, un pellizco al corazón, pero los niños no dejaron de sonreír para hacerle a su querida Isabelle menos duro el momento del adiós que precedía al vacío.
Isabelle llevaba un buen rato perdida en la carretera hacia Baltimore. Manoseaba un viejo periódico y de vez en cuando leía las ofertas de trabajo. Ése era su objetivo: encontrar un buen trabajo y un hogar. ¿Sería mucho pedir? Después de un buen rato leyendo se empezaba a desesperar. “Periodista no, Vendedora ambulante no, ¿¿Cabaretera?? ¿Pero es que no hay ni un solo trabajo para mí en esta ciudad?”, pensaba para sí dejando escapar esas maldiciones que se inventaban en el orfanato.
Tiró el periódico cansada y hambrienta y se sentó en la maleta derrotada, que le parecía más pesada que al iniciar el camino. Entonces, le sobrevino un agotamiento que nunca había sentido. Tuvo ganas de llorar, de volver al orfanato y rendirse al sueño de explorar un nuevo mundo.
Sin embargo, cuando creía perdida toda esperanza, se posó a sus pies un papel que había arrastrado el aire. Lo cierto es que se había levantado un viento furioso e Isabelle empezó a sentir las primeras gotas de lluvia. Si se le echaba encima la tormenta que se avecinaba lo iba a pasar verdaderamente mal. No había imaginado así su salida del orfanato. Por fin lo vio y se agachó para cogerlo. Empezó a leer.
-“Se busca persona”… vale eso está… “seria y responsable”… bueno, eso puede ser mejorable.., “para… mantener una casa en orden”. Bueno no es el sueño de mi vida pero por algo tendré que empezar ¿no? “Mansión Baltimore” ¿Una mansión? Qué raro… no… no pone la dirección…
Entonces empezó a llover de verdad como si no hubiera un mañana: -¡Genial! ¡Estupendo!- gritó su frustración a los cuatro vientos. La única respuesta que recibió fue un trueno. Dio un respingo, se abofeteó un par de veces las mejillas como solía hacer para entrar en razón, alzó la cabeza sintiendo que volvía a inundarla la necesidad de sobrevivir y al fin vio una salida. La mansión Baltimore. -Allá voy- se dijo convencida cuando al subirse a un pequeño montículo, para intentar situarse, vio lo que parecía una enorme casa al final de un camino.
Isabelle se topó con una puerta robusta. Llamó delicadamente pero no hubo ninguna respuesta. Llamó más fuerte, y más y más y en uno de esos golpes la puerta cedió con un chirrido. Isabelle decidió que la lluvia ya la había empapado lo suficiente y entró en la mansión. Apenas quedaba nada de su aspecto de niña bien educada y recatada. El pelo mojado y esa sensación de cansancio la habían transformado en su versión más oscura y decidida, algo menos frágil. Tampoco quedaba nada ya de aquel oportuno panfleto con la oferta laboral, que aún llevaba en la mano, pues estaba echado a perder.
-¿Hola? ¿Hay alguien en casa?-. A Isabelle la recibió una atmósfera algo viciada. Probablemente en algún lugar de la casa habría una chimenea calentita. Isabelle se sintió reconfortada. Sin embargo, se sentía inquieta. De algún lugar salía un murmullo continuo como un coro de voces fantasmales. No podía localizar de dónde venían además la casa parecía aparentemente vacía.
–Hola. La puerta estaba abierta y fuera llueve mucho. Vengo por la oferta de empleo- dijo mostrando aquel papel mojado totalmente inutilizable. Dejó la maleta en el suelo y se escurrió la falda que goteaba como si la hubiera sumergido completamente en una pila. Aunque todo era extrañamente lúgubre y la impresionaba, no se achantó y siguió hablando alzando un poco más la voz.
-En la oferta dicen que requieren los servicios de una persona seria y responsable y verán creo que doy el perfil... llevo años cuidando de una panda de locos bajitos..,emm de un montón de chicos, quiero decir, así que ¿qué dificultad podrían tener una casa grande y un montón de trastos viejos? Lo único que puedo tratar de mejorar es lo de "no hacer preguntas"... porque soy bastante habladora cuando cojo confianza.., y lo veo un poco difícil la verdad, si me permiten el atrevimiento.
Entonces se abrió una puerta de forma inesperada y tras ella apareció un hombre muy entrado en años, con gafas de media luna, una barba bien recortada y aspecto de mayordomo. -En seguida le llevo su bebida señor, aderezada con un culín de ron añejo como a usted le gusta- dijo dirigiendo su voz ajada hacia lo alto de unas escaleras que irrumpían majestuosas en el gran salón. El viejo reparó en la chiquilla empapada que permanecía plantada en el hall. -Ah has venido. En tu cuarto encontrarás ropa. Puedes empezar por el salón comedor. La vajilla es de plata. El señor la quiere tan reluciente como si acabara de salir de la orfebrería. NO-ROM-PAS-NA-DA- dicho esto, el anciano mayordomo se dirigió hacia las escaleras sin añadir nada más.
Isabelle se quedó petrificada, con la palabra en la boca. Tan sólo pudo decir un tímido “GRACIAS” tan abrumada como se sentía con aquel recibimiento. No sabía muy bien qué hacer así que pensó que buscaría su habitación. Aquella mansión rezumaba misterio. Tras perderse por larguísimos y tortuosos pasillos, Isabelle encontró por fin una pequeña habitación. En la cama, un montoncito de ropa limpia y seca le daba la bienvenida a su nuevo hogar. ¿De verdad la esperaban? Isabelle, decidió que aquello era una pregunta que resolvería más tarde y se tendió sobre la cama sintiéndose segura por primera vez desde su salida del orfanato. Se desperezó para secarse, y cambiarse de ropa. Pero luego se desplomó sobre la cama de nuevo quedándose profundamente dormida sin sospechar siquiera que unos ojos claros la observaban. Por la mañana la despertaron los rayos de sol más dulces. Decidió que, si todo era como había sido hasta el momento, nadie le diría qué hacer. Así que se puso en marcha. De camino al salón comedor encontró las cocinas. No había nadie, para variar, por lo que husmeó entre los cacharros y encontró una tinaja de hojalata llena de leche fresca. Se sirvió un buen tazón y tras lavarlo con mimo puso rumbo al salón comedor, donde empezaría su jornada. Al llegar allí, al fondo de la estancia, en una preciosa alacena se exponía una preciosa vajilla de plata. Isabelle se sintió desfallecer ante tanta cubertería que debía abrillantar pero contentar al señor de la mansión sería la única forma de ganarse su confianza. -Bueno Isabelle,- se dijo a sí misma – empecemos, que esto no se va a limpiar solo.
Así pasaron los días. Isabelle no hacía preguntas y trabajaba sin parar, pero necesitaba hablar con alguien. Quería conocer a ese señor de la mansión que no se había dignado a decirle nada. Un buen día al fin pudo conocerle aunque no fue tan agradable como hubiese deseado.
-Así que eres tú la que merodea por mi casa a mis espaldas, poniéndolo todo patas arriba, sin respetar mi descanso. La misma que abrillanta la vajilla. Por cierto, venía a comentarte que no la veo suficientemente brillante.
-Señor... verá yo vine hace ya... unos cuantos días por una oferta de trabajo... pero... usted no salió a recibirme. Su... su criado…-
-Melman- la interrumpió.
-... Melman me dio las indicaciones precisas para empezar en seguida y así lo hice.
-Ya veo... Este Melman... deja pasar a cualquiera.
-Verá creo que él quería que yo estuviera aquí.
-Ya le diré lo que pienso de contratar a la primera persona que se pierda por los alrededores. De momento usted es la elegida para mantener el orden en esta casa.
-Pues eso haré señor…
-Jules.
-Eso haré señor... Jules. Puede estar tranquilo. Su vajilla está en buenas manos.
-Lo dudo...
Y allí la dejó. Plantada de nuevo con la palabra en la boca. Isabelle sólo pudo pensar en la tristeza que había en sus ojos... parecía joven y sin embargo, su voz parecía la de un hombre cansado... de vivir.
-Has de comer algo chiquilla o te quedarás más plana que un lienzo- la voz de Melman la sobresaltó sacándola abruptamente de sus pensamientos.
-Tiene razón Melman. He de comer algo o esta casa me acabará comiendo a mí.
Desde su primer encuentro con Jules, Isabelle se sentía extrañamente feliz. Cantaba a todas horas y su cabecita loca andaba perdida en las nubes. Jules la escuchaba a escondidas y con el tiempo se acostumbró a oirla. Incluso y aunque le costaba admitirlo, se sentía extrañamente aliviado de tener allí a aquel pajarillo cantor. La casa estaba distinta. Isabelle había logrado convencer a Melman de que la dejara salir a dar algún paseo aunque no quería alejarse mucho de la casa para no traicionar su confianza. Se había tomado muy en serio su trabajo y se sentía feliz.
Sin embargo, la felicidad no le duró mucho. Días después la chica pudo interceptar al cartero, en la carretera, ansiosa por saber lo que pasaba en el mundo, pero hubiera dado su alma por no leer aquel periódico. Había habido un incendio en el orfanato. No quedaban supervivientes.
Isabelle sintió que algo dentro de ella se moría. Lloró y lloró amargamente perdiendo el sentido del tiempo. Entonces, cuando el cielo se pintó de noche cerrada Jules la recogió y la llevó en brazos hasta su alcoba. Isabelle sólo pudo dedicarle una mirada de agradecimiento antes de caer rendida en su cama y ser presa de terribles pesadillas. Los días siguientes la muchacha vagó por la casa como alma en pena sin encontrar consuelo. Sin su alegría la casa había vuelto a sumirse en la penumbra y el silencio.
-Isabelle... lamento profundamente…- empezó Jules mientras ella limpiaba la vajilla con tesón, como si borrando el óxido pudiera borrar los funestos recuerdos acumulados durante aquellos días.
-Déjelo quiere.
-Me gustaría… pedirte que…
-No puedo abrillantar más esta maldita vajilla señor.
-No es eso. Querría… quiero que hoy cenes conmigo.
-Se lo agradezco. Es usted muy gentil pero no soy buena compañía. Míreme.
-Eres la mejor compañía.
-No tiene otra señor, con todos mis respetos.
-Entonces ¿qué me dices? ¿Vienes?
Isabelle aceptó. Después de tantos días de dolor, necesitaba una pausa. Sentirse arropada por alguien.
A la mañana siguiente Jules salió a dar un paseo. Su ánimo había mejorado notablemente desde que se había atrevido por fin a acercarse a Isabelle. Se sentía extraño. Isabelle también pues aquella sensación era nueva para ambos. Jules había arropado su corazón destrozado. Se dirigía a las cocinas cuando de repente oyó de nuevo esas voces susurrantes que no había vuelto a oír desde el día de su llegada. Procedían del piso de arriba. Isabelle se debatió entre la curiosidad y la obediencia. Realmente nunca le habían prohibido subir las escaleras, pero nunca se había atrevido a hacerlo porque había como una prohibición velada sobre el hecho de subir a la planta de arriba. En aquel momento, sin embargo, se sintió fuertemente atraída por averiguar de dónde provenían aquellas voces. Subió las escaleras y siguiendo el sonido llegó a una habitación de la que parecía provenir una extraña luz. Isabelle entró con mucho sigilo y sintió que se le encogía el corazón. Una mujer se movía dentro de un lienzo.
-Huye ahora que estás a tiempo... es un monstruo.- la voz de Melman la sacó de su ensimismamiento. El viejo mayordomo estaba derrotado en una esquina de la habitación.
-¿Quién? ¿Quién es un monstruo?
-Ella por supuesto. No es quién parece. Es un ser despiadado y egoísta.
-¿Quién es, Melman?
-Mi adorada esposa.
Isabelle estuvo a punto de desmayarse.
-¿Cómo dices?
-Hace muchos años, un joven iluso se enamoró de una noble dama.-Le costaba hilar las palabras, e Isabelle tuvo la sensación de que Melman tenía la boca seca. Pero éste siguió lentamente como adentrándose en sus recuerdos. -Ideó para ellos el mejor de los futuros pero ella era avariciosa y sólo se quería a sí misma. Quise contentar todos sus caprichos y ésa fue nuestra perdición. Practicaba la magia negra a mis espaldas, una afición que tenía desde muy joven y supo de la existencia de un objeto mágico que la permitiría ser inmortal. Durante un tiempo conseguí agasajarla con presentes de lo más variopintos. Nos mudamos a esta casa y engendramos a nuestro hijo. Pero ella jamás lo atendió como tal tan preocupada estaba por las arrugas que asomaban en su rostro. En uno de mis viajes a la capital conseguí ponerme en contacto con un mercader que me vendió su objeto más valioso: un cuadro mágico. Quién lograba entrar en él se hacía inmortal. Cegado por mi deseo de satisfacerla y ganar su corazón cada vez más podrido de ambición, la obsequié con aquel objeto con el fin de que lo tuviera como adorno. Un día, sin más, desapareció para materializarse inmediatamente dentro de aquel lienzo. Ninguno supimos hallar la manera de hacerla salir de ahí y eso la volvió loca con el lento transcurrir el tiempo. Chillaba día y noche y al final decidí encerrarla aquí para poder cuidar de Jules. Él nunca ha querido saber de ella, aunque en el fondo creo que sabe quién es, y se martiriza día tras día y yo no he podido decirle que soy su padre. Por eso me hice pasar por su criado. La oye pero no hace nada por salvarla. Yo trato de hacerle compañía pero nada le sirve. Hace relativamente poco oí que el mercader había vuelto a la ciudad y fui a verle. A suplicarle que me indicara la forma de sacarla de ahí.
Decir que Isabelle se había quedado de piedra con aquella historia sería quedarse muy corto. Estaba en shock, sin saber cómo tomarse todo aquello. Volvió a mirar al cuadro y allí la vio, desquiciada, una mujer a la que su propia avaricia la había transformado en un esperpento.
-Ya no sé si quiero salvarla de esta condena- siguió Melman como perdido en sus pensamientos y en su propia historia.
-Pero ¿sabes cómo salvarla?- pudo reaccionar por fin Isabelle.
-Sí.
-Pues ¡¿a qué esperas?!
-No puedo hacerlo. No quiero hacerlo.
-¿Prefieres vivir con el remordimiento de haber llevado a la mujer que amabas a la perdición?
-Ella no va a volver. Si deshacemos el hechizo ella desaparecerá para siempre. No sé si estoy preparado.
-Yo te ayudaré Melman. Al fin y al cabo, tú fuiste quién hizo llegar aquel panfleto con la oferta de trabajo a mis manos ¿verdad? Tú me necesitabas porque para entonces ya sabías el contrahechizo, o al menos sabías que necesitabas a alguien para romperlo y allí estaba yo. El destino me puso en tu camino Melman. Y tu hijo merece ser feliz, salir de aquí. No tiene que vivir encadenado a este espectro que una vez fue su madre. Deseo que sea feliz. Confío en ti.
Melman lloraba de gratitud. Al fin alguien le tendía una mano tras tantos años de sufrimiento. Se secó las lágrimas y dijo:- Has de formular en alto tu deseo de entrar en el lienzo.
-Pero…
Isabelle se sintió muy aturdida. No se había preparado para aquella respuesta. Se sentía angustiada pero pensó en Jules, en que se merecía mucho descansar por fin de aquel recuerdo viviente que era aquel cuadro. También pensó en ella misma. Nada le ataba ya. Sólo Jules. Así que se colocó frente al lienzo y pronunció en alto su deseo de entrar sabiendo que no podría salir hasta que alguien hiciera lo mismo por ella.
Sintió que su cuerpo se desvanecía y después nada. Sólo su conciencia le hacía compañía. El sonido de la voz de Melman le llegaba algo amortiguado desde el otro lado aunque podía verlo perfectamente. Ya estaba hecho y no había vuelta atrás.
-¿Por qué no oigo su murmullo incesante, Melman?- decía Jules acaloradamente cuando llegó a la mansión.
-Se ha ido, señor.
-¿Cómo? Es imposible. Después de tantos años.
-Señor no debería.
-Déjame, he de verlo con mis propios ojos.
Entonces Jules llegó a la habitación y cayó de rodillas cuando descubrió a Isabelle ocupando el lienzo. Una lágrima resbaló por la cara de la chica al verlo.
-Oh Isabelle…- lloraba- no puede ser… Tú no deberías... Esa bruja tenía lo que merecía y ahora tú... no, mi ángel... no lo soportaría... te amo…
Entonces el cuadro se resquebrajó y pareció dejar de emitir esa extraña luz azulada. Se había quedado sin vida, sin aquella magia negra. De pronto, empezó a licuarse como derritiéndose por un intenso calor y de las gotas que caían al suelo se iba componiendo una figura humana. Era Isabelle. Jules la abrazó conmovido y la besó sin pensar. Por fin ambos sintieron que resucitaban en los labios del otro.
viernes, 12 de junio de 2015
Tormenta.
Aquella maldita e inoportuna tormenta la había arrancado de la cama. Con lo frágil que era su sueño, evocado artificialmente a base de pastillas soporíferas, no sería fácil volver a conciliarlo. Por eso, y para evitar dar vueltas en la cama hasta desesperarse, había salido al encuentro de los relámpagos tras el cristal de su ventana. Su ajado reflejo casi la asustaba más que aquellos truenos con los que podría anunciarse fácilmente el fin del mundo. Cuánto había cambiado... Aquel era el primer pensamiento que se le venía a la cabeza a Ana al encontrarse con su yo más etéreo en el vidrio empañado. No se reconocía tras todas aquellas arrugas que cubrían su rostro apergaminado antaño tan liso y fresco. Tampoco su sonrisa era la que la había identificado siempre. Ahora parecía un rasguño casi desdentado en su cara. Apenas quedaba nada de la chica alegre que había sido una vez. Tan sólo tenía un recuerdo fantasmal de ella. A veces soñaba y la veía ahí tocando tímidamente el piano. Entonces se miraba las manos y algo se rompía en su interior. Ana estaba cansada y sabía que su fin estaba cerca. Como tantas otras veces en su vida se sentía poco preparada para ello. ¿Por qué las tormentas la hacían sentirse así? ¿Por qué siempre le encogían el corazón y la sumían en esa melancolía? Trató de tranquilizarse. No era momento de pensar en esas cosas. Volvió a alzar su mirada al cielo y taladró con sus pupilas las nubes negras que lo encendían todo a centellazos que parecían partir el cielo en dos.
lunes, 8 de junio de 2015
Refugio.
Luchando contra las náuseas y las ganas de abandonar, Ivy trató de centrarse en buscar un escondrijo. Su casa ya no era segura y ella era la única superviviente de aquel exterminio. Corría sin mirar atrás por interminables calles grises, huesudas y desvencijadas, con olor a muerte, movida por la necesidad de escapar del aliento pestilente que emanaba de las bocas deformes de aquellas criaturas antinaturales, aberraciones cuasihumanas, hambrientas y desquiciadas que llegaba hasta su nuca rapada. Empezaba a marearse y a sentir flato pero siguió corriendo en piloto automático. Sus piernas la llevaban hasta el lugar al que siempre había acudido cuando se había sentido en peligro. Pero el miedo la impedía pensar con claridad y ver la ruta hasta su escondite. Por eso dejó que la guiara el instinto. Entonces, cuando su mente la empezaba a convencer de que no había escapatoria, lo vio y no dudó. El vagón. El viejo vagón. Allí podría ocultarse durante un buen rato como le enseñó su padre. Acurrucada en las sombras, cerró los ojos para acallar los chillidos de las bestias que habían perdido su rastro al pasar por las inmediaciones del viejo matadero. Aquellas monstruosidades se perdían por la carne y seguir su olor las mantendría distraídas durante un buen rato. Ivy trató de fugarse de allí recordando las historias de su niñez acerca de aquellos humanos que, allá por el siglo XXI, habían viajado en ese armatoste de hierros oxidados que ahora era su refugio en aquella Ciudad corrompida por las epidemias y dominada por aquellas criaturas que se alimentaban de los pocos humanos que quedaban.
domingo, 7 de junio de 2015
Un momento de reflexión por favor: Obsolescencia.
Necesitaba pensar. Pararlo todo una vez más y pensar de verdad, como antes de vivir inmersa en esta vorágine de pensamientos caóticos de la que no puedo escapar tan fácilmente, dedicándole el tiempo necesario a esa necesidad tan primaria que es reflexionar y que a veces olvido cubrir porque no hace rugir al estómago. Así, en silencio y a solas, me encuentro gozando de un ratito de intimidad con mi pensamiento acelerado, voluble y cambiante. La sensación es fascinante desde luego.
Y me he dado cuenta, de que este pensamiento que ahora transcribo frenéticamente producto de mi pensamiento más actualizado, valga la redundancia, permanecerá en formol en esta entrada del blog, hasta que muera la Red o hasta que la Red quiera, encerrado como una foto en un álbum de recuerdos o un amor soñado en un diario y se quedará anticuado e incluso, dentro de unos años, me podrá parecer irreconocible cuando lo relea. Y será como es esa imagen congelada en el tiempo, tan sólo un pensamiento temprano que escribí como si me fuera la vida en ello y que algún día veré obsoleto, anticuado, afuncional. Quizá bonito, quizá inmaduro, quizá ficticio, quizá lo mire con ojos tiernos, pero jamás volverá intacto y puro a llenar los rincones de mi mente como lo hace ahora, con la fuerza de un río liberado después de mucho tiempo retenido. Probablemente se disfrace de matices y vuelva a reescribirlo travestido o mutado, pero nunca será el mismo. Se adaptará, si es bueno, para no morir en neuronas marginadas, pero nunca nunca nunca volverá a ser el mismo. Así es la obsolescencia del pensamiento. Los pensamientos también se olvidan en un rincón, en algún milímetro cuadrado del hipocampo, se abandonan como un juguete roto, como un móvil pasado de moda. Porque siempre acaba llegando un pensamiento mejor que lo reemplaza, que ocupa su sitio en nuestro lóbulo frontal. Sólo los grandes pensamientos, los más puros, permanecen inmutables, siempre en el escaparate de nuestra mente, del que tiramos en cualquier situación, el que nos reconforta cuando todo se ha transformado y aún con todo es difícil encontrarlos en un cerebro con un gran historial. Esos pensamientos son especímenes raros en la pecera que llevamos sobre los hombros y pescarlos se hace difícil cuando las aguas se vuelven turbias y se llenan de mierda. A veces es bueno depurar las aguas para entrever el sedimento, las montoneras de pensamientos, algunos fosilizados ya, que cubren el fondo y sirven de sustrato a otros pensamientos nuevos.
Obsolescencia...
Tremenda palabra. Nunca una palabra me había evocado tanto abandono, tanto olvido, tanto reemplazo, tanta inutilidad. Y es que, nos guste o no, vivimos en la era de la obsolescencia. La sustitución de lo que se queda en segundo plano por algo mejor. ¿Dónde está el arte de la conservación? A veces uno no sabe qué conservar y qué tirar, y se ve abocado a un dilema existencial al juzgar lo que tiene valor y aquello que no tiene el suficiente como para preservarlo. Antaño, se buscaba la inmortalidad de lo material y un buen ejemplo de ello era la costumbre de dejar en herencia joyas de madres a hijas, y éstas, a su vez, a las suyas y así de generación en generación. Pero... ¿y ahora? ¿Qué les dejan las madres a sus hijas si nada tiene un valor suficiente como para no ser reemplazado?
Entonces llego a la conclusión de que probablemente lo más rico que les podamos dejar a nuestros hijos sean esos pensamientos que un día creímos caducos, obsoletos. Porque quizá ellos los tengan también y al leerlos, sientan que no están perdidos, que no están solos, que lo que piensan ya lo han pensado otros y puedan así utilizarlos como especímenes con los que dar vida a su propia pecera, de aguas cristalinas, espero.
Y me he dado cuenta, de que este pensamiento que ahora transcribo frenéticamente producto de mi pensamiento más actualizado, valga la redundancia, permanecerá en formol en esta entrada del blog, hasta que muera la Red o hasta que la Red quiera, encerrado como una foto en un álbum de recuerdos o un amor soñado en un diario y se quedará anticuado e incluso, dentro de unos años, me podrá parecer irreconocible cuando lo relea. Y será como es esa imagen congelada en el tiempo, tan sólo un pensamiento temprano que escribí como si me fuera la vida en ello y que algún día veré obsoleto, anticuado, afuncional. Quizá bonito, quizá inmaduro, quizá ficticio, quizá lo mire con ojos tiernos, pero jamás volverá intacto y puro a llenar los rincones de mi mente como lo hace ahora, con la fuerza de un río liberado después de mucho tiempo retenido. Probablemente se disfrace de matices y vuelva a reescribirlo travestido o mutado, pero nunca será el mismo. Se adaptará, si es bueno, para no morir en neuronas marginadas, pero nunca nunca nunca volverá a ser el mismo. Así es la obsolescencia del pensamiento. Los pensamientos también se olvidan en un rincón, en algún milímetro cuadrado del hipocampo, se abandonan como un juguete roto, como un móvil pasado de moda. Porque siempre acaba llegando un pensamiento mejor que lo reemplaza, que ocupa su sitio en nuestro lóbulo frontal. Sólo los grandes pensamientos, los más puros, permanecen inmutables, siempre en el escaparate de nuestra mente, del que tiramos en cualquier situación, el que nos reconforta cuando todo se ha transformado y aún con todo es difícil encontrarlos en un cerebro con un gran historial. Esos pensamientos son especímenes raros en la pecera que llevamos sobre los hombros y pescarlos se hace difícil cuando las aguas se vuelven turbias y se llenan de mierda. A veces es bueno depurar las aguas para entrever el sedimento, las montoneras de pensamientos, algunos fosilizados ya, que cubren el fondo y sirven de sustrato a otros pensamientos nuevos.
Obsolescencia...
Tremenda palabra. Nunca una palabra me había evocado tanto abandono, tanto olvido, tanto reemplazo, tanta inutilidad. Y es que, nos guste o no, vivimos en la era de la obsolescencia. La sustitución de lo que se queda en segundo plano por algo mejor. ¿Dónde está el arte de la conservación? A veces uno no sabe qué conservar y qué tirar, y se ve abocado a un dilema existencial al juzgar lo que tiene valor y aquello que no tiene el suficiente como para preservarlo. Antaño, se buscaba la inmortalidad de lo material y un buen ejemplo de ello era la costumbre de dejar en herencia joyas de madres a hijas, y éstas, a su vez, a las suyas y así de generación en generación. Pero... ¿y ahora? ¿Qué les dejan las madres a sus hijas si nada tiene un valor suficiente como para no ser reemplazado?
Entonces llego a la conclusión de que probablemente lo más rico que les podamos dejar a nuestros hijos sean esos pensamientos que un día creímos caducos, obsoletos. Porque quizá ellos los tengan también y al leerlos, sientan que no están perdidos, que no están solos, que lo que piensan ya lo han pensado otros y puedan así utilizarlos como especímenes con los que dar vida a su propia pecera, de aguas cristalinas, espero.
sábado, 6 de junio de 2015
A través de los sueños.
Bárbara se despertó bruscamente de aquella pesadilla empapada en sudor, como siempre que él se le aparecía en sueños. A su lado, su marido dormía plácidamente ajeno a los remordimientos de ella. Aún temblando le venían a la mente escenas de ese sueño. Escenas que no quería olvidar porque eran la única forma de estar al lado de aquel que aún ocupaba con fuerza su corazón no correspondido. Miró a su alrededor, sus ojos cansados se posaron en sus botes de pastillas y luego en el reloj de la mesilla que parecía haberse parado y no pudo reprimir unas lágrimas silenciosas. Se sentía cansada de que sus sueños le sacaran a relucir todo lo que deseaba, todo lo que había dejado atrás, todo a lo que había renunciado por el simple hecho de tomar el camino más fácil, pero no el menos doloroso, se recordó. Y a pesar de sus setenta y ocho años, Bárbara seguía soñando con aquel ser imperecedero, que aún conservaba una sonrisa pícara y aires galanes, que la amaba más allá del tiempo y a través de los sueños.
viernes, 5 de junio de 2015
El Próximo Crepúsculo.
La pequeña Toad tenía un secreto, pero no un secreto cualquiera sino uno bueno de verdad.
Uno de esos secretos que insuflan una energía muy especial en el corazón haciéndole latir con fuerza desmesurada cada día, aún cuando no haya nada que celebrar, ni nada por lo que seguir.
Sin embargo, Toad era feliz porque no estaba tan sola como los demás pensaban que se sentía una huérfana.
Cada crepúsculo, cuando la pequeña villa se iba a dormir, y con los gatos asomados desde los tejados como únicos testigos nocturnos, la niña arrastraba su pequeña pianola hasta la colina y a la luz de las estrellas le arrancaba las melodías más preciosas. Pero no era sólo por el placer de interpretar sin que la molestaran, sino porque con cada nota se añadían centímetros de piel a esa mujer que aparecía de la nada.
Era la Música, sin duda, la que tomaba forma corpórea para acompañar a la huérfana y danzar al ritmo de sus melodías. La mismísima Música danzaba a su alrededor, con la luz de las estrellas reflejándose en su piel. Era tan bella como creía que había sido su madre en vida. La acariciaba y a cada caricia de sus dedos etéreos, Toad cerraba los ojos para saborear ese calor que la inundaba reconfortándola de tanta soledad y desamparo.
Sin embargo, algo se le rompía por dentro cuando intuía el final. Las horas pasaban demasiado deprisa a su lado. Al amanecer debería estar de vuelta en el orfanato antes de que se dieran cuenta de su ausencia. Muchos no soportaban verla feliz y si llegaban a descubrir su secreto podrían delatarla, despojarla de aquella pianola mágica y.., no podía imaginar su vida sin la única compañía que la hacía feliz. Sería su desgracia. Por ello, Toad hacía de tripas corazón para, al notar los tenues destellos anaranjados del Sol, reprimir las lágrimas al ver cómo la Música se deshacía entre sus dedos al parar de tocar. Verla desaparecer la entristecía pero vivía pensando en el próximo crepúsculo.
Uno de esos secretos que insuflan una energía muy especial en el corazón haciéndole latir con fuerza desmesurada cada día, aún cuando no haya nada que celebrar, ni nada por lo que seguir.
Sin embargo, Toad era feliz porque no estaba tan sola como los demás pensaban que se sentía una huérfana.
Cada crepúsculo, cuando la pequeña villa se iba a dormir, y con los gatos asomados desde los tejados como únicos testigos nocturnos, la niña arrastraba su pequeña pianola hasta la colina y a la luz de las estrellas le arrancaba las melodías más preciosas. Pero no era sólo por el placer de interpretar sin que la molestaran, sino porque con cada nota se añadían centímetros de piel a esa mujer que aparecía de la nada.
Era la Música, sin duda, la que tomaba forma corpórea para acompañar a la huérfana y danzar al ritmo de sus melodías. La mismísima Música danzaba a su alrededor, con la luz de las estrellas reflejándose en su piel. Era tan bella como creía que había sido su madre en vida. La acariciaba y a cada caricia de sus dedos etéreos, Toad cerraba los ojos para saborear ese calor que la inundaba reconfortándola de tanta soledad y desamparo.
Sin embargo, algo se le rompía por dentro cuando intuía el final. Las horas pasaban demasiado deprisa a su lado. Al amanecer debería estar de vuelta en el orfanato antes de que se dieran cuenta de su ausencia. Muchos no soportaban verla feliz y si llegaban a descubrir su secreto podrían delatarla, despojarla de aquella pianola mágica y.., no podía imaginar su vida sin la única compañía que la hacía feliz. Sería su desgracia. Por ello, Toad hacía de tripas corazón para, al notar los tenues destellos anaranjados del Sol, reprimir las lágrimas al ver cómo la Música se deshacía entre sus dedos al parar de tocar. Verla desaparecer la entristecía pero vivía pensando en el próximo crepúsculo.
lunes, 1 de junio de 2015
La niña que dejó de huir.
Alicia corría y corría. De vez en cuando giraba la cabeza para asegurarse de que le sacaba una buena ventaja a aquella panda de seres descerebrados y desquiciados que pedían su cabeza, pero no dejaba de correr. No podía. Y así ocurría siempre, como cada vez que alguien leía su historia obligándola a revivir una pesadilla terrible. ¿Es que nadie pensaba en la pobre Alicia? ¿Cuántos le habían preguntado si quería perseguir a ese condenado conejo blanco? Desde luego aquello era una verdadera locura. Detestaba correr hasta ser rescatada justo en el momento en el que se le echaban encima aquellos endemoniados personajes. Pero no había otro remedio. Había aprendido a resignarse, a esperar despertar en el momento adecuado. Así eran las cosas en aquel lugar y no se podían cambiar ¿o sí?
De repente Alicia frenó en seco y sin dudarlo sacó dos espadas del cinto. Empuñó ambas con sendas manos y al hacerlo una furia tremenda se apoderó de ella y, en menos que canta un dodo, comenzaron a rodar cabezas y a volar pedacitos de cartas por doquier. Alicia pudo sentir por un instante la euforia fugaz de la venganza y despertar de aquella pesadilla sabiendo que había ganado la batalla de verdad, que por un día había dejado de huir. Jamás podría adivinar que alguien en un pequeño blog había cambiado su historia para que, cuando fuera leída, Alicia pudiera cambiar su destino y saborear la venganza en una tierra de locos.
De repente Alicia frenó en seco y sin dudarlo sacó dos espadas del cinto. Empuñó ambas con sendas manos y al hacerlo una furia tremenda se apoderó de ella y, en menos que canta un dodo, comenzaron a rodar cabezas y a volar pedacitos de cartas por doquier. Alicia pudo sentir por un instante la euforia fugaz de la venganza y despertar de aquella pesadilla sabiendo que había ganado la batalla de verdad, que por un día había dejado de huir. Jamás podría adivinar que alguien en un pequeño blog había cambiado su historia para que, cuando fuera leída, Alicia pudiera cambiar su destino y saborear la venganza en una tierra de locos.
martes, 26 de mayo de 2015
Querido yayo.
Querido yayo,
cuánto te necesito. Son tantas cosas las que me gustaría que supieras de mí, de mi vida... Necesito tanto oír tu voz... Necesito tantísimo tu alegría, tus ojos engrandecidos tras las lentes de aquellas gafas, tus palabras de afecto, tu risa. Necesito despertar temprano y oírte tararear una jota con ese silbido perfecto que nunca podré imitar. ¿Sabes? Hace poco dijeron en la tele que cada vez los seres humanos silbamos menos y peor por culpa de las tecnologías, porque no necesitamos memorizar las melodías, tan accesibles son para nosotros en cualquier momento a través de los móviles y ordenadores y la inmediata conexión a Internet. Así que, una vez más, corroboro lo inmensamente inteligente que eras. Ojalá me convierta algún día en la nieta que te merecías.., pero tu marcha me ha afectado más de lo que podía imaginar. No estaba preparada y me hundí, yayo. Aún no he logrado salir a flote como me gustaría pero lucho por hacerlo y por sentir que, de alguna forma, correspondo a tu esfuerzo y a tu cariño. Me acuerdo tanto de ti, pero me siento tan vacía desde que te fuiste... Creo que nunca me recuperaré del todo, ni volveré a ser la misma. Tampoco me deja la vida volver a sentirme una niña, aunque lucho contra viento y marea para retener esa parte de mí que vivió a tu lado, resguardada bajo tus inmensas alas. Así, este blog es lo más parecido a ese rincón que necesito para volver contigo, porque me obligo a escribir, a recordar, a que mi mente no se atrofie por tratar de evitarme el sufrimiento. Por eso te escribo aquí, haciéndolo de alguna forma imperecedero, como es mi inmenso cariño y amor por ti. Te quiero yayo.
cuánto te necesito. Son tantas cosas las que me gustaría que supieras de mí, de mi vida... Necesito tanto oír tu voz... Necesito tantísimo tu alegría, tus ojos engrandecidos tras las lentes de aquellas gafas, tus palabras de afecto, tu risa. Necesito despertar temprano y oírte tararear una jota con ese silbido perfecto que nunca podré imitar. ¿Sabes? Hace poco dijeron en la tele que cada vez los seres humanos silbamos menos y peor por culpa de las tecnologías, porque no necesitamos memorizar las melodías, tan accesibles son para nosotros en cualquier momento a través de los móviles y ordenadores y la inmediata conexión a Internet. Así que, una vez más, corroboro lo inmensamente inteligente que eras. Ojalá me convierta algún día en la nieta que te merecías.., pero tu marcha me ha afectado más de lo que podía imaginar. No estaba preparada y me hundí, yayo. Aún no he logrado salir a flote como me gustaría pero lucho por hacerlo y por sentir que, de alguna forma, correspondo a tu esfuerzo y a tu cariño. Me acuerdo tanto de ti, pero me siento tan vacía desde que te fuiste... Creo que nunca me recuperaré del todo, ni volveré a ser la misma. Tampoco me deja la vida volver a sentirme una niña, aunque lucho contra viento y marea para retener esa parte de mí que vivió a tu lado, resguardada bajo tus inmensas alas. Así, este blog es lo más parecido a ese rincón que necesito para volver contigo, porque me obligo a escribir, a recordar, a que mi mente no se atrofie por tratar de evitarme el sufrimiento. Por eso te escribo aquí, haciéndolo de alguna forma imperecedero, como es mi inmenso cariño y amor por ti. Te quiero yayo.
viernes, 22 de mayo de 2015
jueves, 21 de mayo de 2015
El error de la relatividad.
A veces necesito pararlo todo, bajarme de este mundo que va a un ritmo que me resulta difícil de seguir y en ocasiones me marea y permitirme uno de esos lujos, que no siempre nos podemos permitir, que son esos breves momentos de "un poquito de reflexión por favor".
Y es que, hace unos días, llegué zapeando, es decir por casualidad, a un reportaje de televisión en el que hablaban sobre la Verdad Absoluta, ésa que como tal no existe o que si existe se nos manifiesta disfrazada de una manera distinta para cada uno, sometida a las interpretaciones de cada individuo. Así, a golpe de teorías filosóficas, se debatían los tertulianos entre lo absoluto y lo relativo, con una pasión propia de los que ponen sus pupilas en lo abstracto descubriéndonos a los demás lo que hay más allá del día a día. Pero lo que me llamó la atención de todo aquello fue un faldón azul en la parte inferior de la pantalla que congelaba la frase más reseñable de algún pensador cuyo nombre no recuerdo pero que me impactó lo suficiente como para mantenerme un rato ensimismada, buscando una muy necesitada lección de vida en el trasfondo de aquellas palabras para enderezar mi pensamiento un poco tocado de un tiempo a esta parte. Y lo cierto es que me pareció muy esclarecedora. Venía a decir algo así como que:"la trampa de relativizarlo todo es que puedes dejar de darle importancia a muchas cosas, en el afán de no dársela". Y pensé "cuánta razón". Muchas veces me he sentido insignificante, perdida, sin esa estrella que seguir. Durante mucho tiempo me defendí de los acontecimientos de mi vida a base de relativizar y relativizar. Lo convertí sin darme cuenta en la forma de entender mi propia vida, esa vida que empezaba a conducir con mis propias decisiones, y las cosas que sucedían ajenas y no tan ajenas a mi voluntad. He pensado también en innumerables ocasiones que las cosas que me sucedían no tenían la suficiente importancia porque en comparación con otras o con lo que les pasaba a otros, eran nimias e irrelevantes. Mi vida era algo irrelevante, una aventura tediosa, una sucesión de días sin más. Me limitaba a caminar por un sendero que parecía trazado por otros, en vez de abrirme paso entre la maleza que podría llevarme a mi horizonte soñado. No había nada remarcable en mi vida, nada que me impulsara con energía a vivir con una actitud positiva, con fuerza y pasión, sin la rebeldía que a veces es necesaria para no sentirte una marioneta. Así que comprendí que había caído en la trampa de la maldita relatividad. Una trampa que confunde y que hace que no gestiones bien tu propia vida, tus sentimientos.., llegando a convertirte en espectador casi pasivo, en vez de actor de tu experiencia vital.
Así que una vez comprendido aquello sólo queda vivir sin relativizar, o relativizando lo justo, o quizá vivir sin más.
Y es que, hace unos días, llegué zapeando, es decir por casualidad, a un reportaje de televisión en el que hablaban sobre la Verdad Absoluta, ésa que como tal no existe o que si existe se nos manifiesta disfrazada de una manera distinta para cada uno, sometida a las interpretaciones de cada individuo. Así, a golpe de teorías filosóficas, se debatían los tertulianos entre lo absoluto y lo relativo, con una pasión propia de los que ponen sus pupilas en lo abstracto descubriéndonos a los demás lo que hay más allá del día a día. Pero lo que me llamó la atención de todo aquello fue un faldón azul en la parte inferior de la pantalla que congelaba la frase más reseñable de algún pensador cuyo nombre no recuerdo pero que me impactó lo suficiente como para mantenerme un rato ensimismada, buscando una muy necesitada lección de vida en el trasfondo de aquellas palabras para enderezar mi pensamiento un poco tocado de un tiempo a esta parte. Y lo cierto es que me pareció muy esclarecedora. Venía a decir algo así como que:"la trampa de relativizarlo todo es que puedes dejar de darle importancia a muchas cosas, en el afán de no dársela". Y pensé "cuánta razón". Muchas veces me he sentido insignificante, perdida, sin esa estrella que seguir. Durante mucho tiempo me defendí de los acontecimientos de mi vida a base de relativizar y relativizar. Lo convertí sin darme cuenta en la forma de entender mi propia vida, esa vida que empezaba a conducir con mis propias decisiones, y las cosas que sucedían ajenas y no tan ajenas a mi voluntad. He pensado también en innumerables ocasiones que las cosas que me sucedían no tenían la suficiente importancia porque en comparación con otras o con lo que les pasaba a otros, eran nimias e irrelevantes. Mi vida era algo irrelevante, una aventura tediosa, una sucesión de días sin más. Me limitaba a caminar por un sendero que parecía trazado por otros, en vez de abrirme paso entre la maleza que podría llevarme a mi horizonte soñado. No había nada remarcable en mi vida, nada que me impulsara con energía a vivir con una actitud positiva, con fuerza y pasión, sin la rebeldía que a veces es necesaria para no sentirte una marioneta. Así que comprendí que había caído en la trampa de la maldita relatividad. Una trampa que confunde y que hace que no gestiones bien tu propia vida, tus sentimientos.., llegando a convertirte en espectador casi pasivo, en vez de actor de tu experiencia vital.
Así que una vez comprendido aquello sólo queda vivir sin relativizar, o relativizando lo justo, o quizá vivir sin más.
jueves, 14 de mayo de 2015
domingo, 10 de mayo de 2015
viernes, 24 de abril de 2015
Acontecimientos en Waitmore.
-¡Julianne, Julianne!
-¿Qué demonios quieres, pesada? ¡No me dejas trabajar!
-¡Vamos, deja esos cacharros y ven al balcón!
-Porque tú lo digas. ¡Ni que fuera todo un acontecimiento! Seguro que es otra de tus fábulas. Tengo que terminar esto o los señores me dejarán otra vez sin la ración de pan. ¿Por qué siempre me toca a mí quedarme sin pan cuando es todo por tu culpa, pequeña tramposa? ¡Llevo tres semanas seguidas sin recibir una maldita hogaza! ¡Me voy a morir de hambre! ¿Tú quieres que muera de hambre, verdad?
-¡Vamos no seas pejilguera! ¿O es que ahora te has vuelto tan aburrida como la abuela Rosaline? Ven anda tonta. Te gustará.
-Pocas cosas me gustan ya, siempre a vueltas con los cacharros, apestando a grasa y jabón… Y cuando me incitas a vivir una aventura… ¡zas! Me acaban pillando a mí y siempre acabo cargando yo con las culpas. ¡Nos van a echar!
-¡Pues nos buscamos otra casa, prima! Somos capaces de eso y mucho más. Con mi encanto y tu capacidad de trabajo nos querrán en cualquier sitio. No hemos venido del pueblo sólo a servir. ¿Dónde está tu espíritu aventurero, eh? Vamos, que al final te los pierdes.
-Vamos anda, enséñame eso que no puede esperar por nada del mundo, a ver si me dejas en paz de una santa vez, Thess.
Julianne y Thess, recorrieron entre risitas los pasillos de aquella casa hasta llegar a la balconada.
-Ten cuidado Julianne, que no te vean.
Julianne se asomó y ahí los vio a los dos, cansados de no obtener respuesta. Patrick y Jayden, los dos jóvenes que las rondaban desde su llegada a la casa de los Señores Waitmore. Se miraban los zapatos sintiéndose algo estúpidos ante el silencio de las chicas después de haberse pasado unos buenos minutos jugándose el tipo lanzando piedrecitas a las ventanas de la casa del coronel Waitmore.
-¿Ves? ¡Te lo dije Juli! Les hemos gustado.
-Eso parece…
Las chicas se rieron un buen rato, pues aquella situación las divertía sobremanera. Nunca habían sido objeto de adoración para nadie en el pueblo y ahora se sentían las dueñas y señoras de los corazones de aquellos chicos, prendados de sus bellezas rústicas y sus caracteres indómitos.
Apenas sin aliento de tanto reír y colorada como un tomate de huerto, Julianne, que parecía haberse dado cuenta de pronto de algo en lo que no había caído antes, volvió a la realidad y soltó de repente, con un imperceptible matiz de preocupación para la alocada Thess, un airoso:
-Puff, pues yo no los quiero volver a ver.
-¿Qué dices? ¿Te has vuelto loca de remate?
-Lo que oyes, no me gusta ninguno de los dos.
-¡Pero si Patrick está coladito por ti!
-Déjate de historias. Sabes perfectamente que los señores nos han prohibido tener ningún tipo de relación con nadie mientras sirvamos en la casa.
-¿Y qué van a saber los señores?
-Lo sabrán tarde o temprano. Ya sabes cómo son por aquí. Ya viste la habilidad de la señora Malillard con las noticias. En tan sólo diez minutos logró que todo el pueblo se enterara de la mala suerte de la pobre Elizabeth, la joven sirvienta que se quedó encinta del señor Trivony. Los chismes corren que vuelan y se acabarán enterando y nos echarán y no es tan fácil encontrar un empleo digno estos días. Así que cállate y volvamos al trabajo.
-Desde luego Julianne,- empezó a decir Thess con aire dramático- a veces eres tremendamente insoportable y por descontado eres de lo más irritante que hay sobre la faz de la Tierra querida prima. ¿Acaso no hay en tu corazón de arpía mayor un resquicio de mínima compasión por esos gallardos jóvenes que han puesto en nosotras sus más enardecidos sentimientos amorosos?
Ambas se miraron como hacían tantas veces, con ojos pícaros y una sonrisa socarrona inevitable en los labios y estallaron de nuevo en sonoras carcajadas.
-Julianne, despierta.
-Ummm déjame dormir. No, mejor aún ¡déjame vivir Thess!
-Vamos Juli, he oído algo raro.
-Déjame en paz. Sólo te pido las seis horas de sueño de rigor, por favor.
-Julianne, he oído algo raro y tengo miedo.
-¿Qué? ¿Qué has oído?
-Alguien sigue tirando piedras contra el cristal.
-¿Cómo?
-Calla y escucha. ¿Lo oyes prima? Ahí fuera hay alguien.
-Serán Patrick y Jayden para fastidiar.
-Lo dudo mucho prima. El señor Waitmore les dijo que no volvieran a tirar piedras a sus ventanas o los denunciaría. No creo que sean tan rematadamente tontos.
-Tienes razón- dijo Julianne desperezándose- ¿quién podrá ser entonces?
-Tendremos que averiguarlo.
-¿Y si nos quedamos aquí y esperamos a que se vaya?
-¿Y quedarnos con la duda? Jamás.
-Thess es noche cerrada y no tenemos forma de volver a entrar en la casa si salimos.
-Entonces vayamos sólo a echar un vistazo.
Las dos chicas se deslizaron entre las sombras y cuando llegaron al ventanal y se asomaron se les heló la sangre. Patrick y Jayden estaban ahí lanzando piedras a su ventana como dos autómatas pero en sus rostros no había signo de vida, ni siquiera en sus ojos que estaban encerrados bajo unos párpados cosidos al igual que sus bocas. Las chicas no pudieron evitar soltar un grito de terror que alertó a los Señores Waitmore que encendieron la luz de su habitación. En ese momento los pobres Patrick y Jayden, o lo que quedaba de aquellos desdichados muchachos, se esfumaron como por arte de magia y bajo sus ropas salieron dos serpientes que se adentraron veloces y siseantes en el bosque negro.
-¿Qué demonios quieres, pesada? ¡No me dejas trabajar!
-¡Vamos, deja esos cacharros y ven al balcón!
-Porque tú lo digas. ¡Ni que fuera todo un acontecimiento! Seguro que es otra de tus fábulas. Tengo que terminar esto o los señores me dejarán otra vez sin la ración de pan. ¿Por qué siempre me toca a mí quedarme sin pan cuando es todo por tu culpa, pequeña tramposa? ¡Llevo tres semanas seguidas sin recibir una maldita hogaza! ¡Me voy a morir de hambre! ¿Tú quieres que muera de hambre, verdad?
-¡Vamos no seas pejilguera! ¿O es que ahora te has vuelto tan aburrida como la abuela Rosaline? Ven anda tonta. Te gustará.
-Pocas cosas me gustan ya, siempre a vueltas con los cacharros, apestando a grasa y jabón… Y cuando me incitas a vivir una aventura… ¡zas! Me acaban pillando a mí y siempre acabo cargando yo con las culpas. ¡Nos van a echar!
-¡Pues nos buscamos otra casa, prima! Somos capaces de eso y mucho más. Con mi encanto y tu capacidad de trabajo nos querrán en cualquier sitio. No hemos venido del pueblo sólo a servir. ¿Dónde está tu espíritu aventurero, eh? Vamos, que al final te los pierdes.
-Vamos anda, enséñame eso que no puede esperar por nada del mundo, a ver si me dejas en paz de una santa vez, Thess.
Julianne y Thess, recorrieron entre risitas los pasillos de aquella casa hasta llegar a la balconada.
-Ten cuidado Julianne, que no te vean.
Julianne se asomó y ahí los vio a los dos, cansados de no obtener respuesta. Patrick y Jayden, los dos jóvenes que las rondaban desde su llegada a la casa de los Señores Waitmore. Se miraban los zapatos sintiéndose algo estúpidos ante el silencio de las chicas después de haberse pasado unos buenos minutos jugándose el tipo lanzando piedrecitas a las ventanas de la casa del coronel Waitmore.
-¿Ves? ¡Te lo dije Juli! Les hemos gustado.
-Eso parece…
Las chicas se rieron un buen rato, pues aquella situación las divertía sobremanera. Nunca habían sido objeto de adoración para nadie en el pueblo y ahora se sentían las dueñas y señoras de los corazones de aquellos chicos, prendados de sus bellezas rústicas y sus caracteres indómitos.
Apenas sin aliento de tanto reír y colorada como un tomate de huerto, Julianne, que parecía haberse dado cuenta de pronto de algo en lo que no había caído antes, volvió a la realidad y soltó de repente, con un imperceptible matiz de preocupación para la alocada Thess, un airoso:
-Puff, pues yo no los quiero volver a ver.
-¿Qué dices? ¿Te has vuelto loca de remate?
-Lo que oyes, no me gusta ninguno de los dos.
-¡Pero si Patrick está coladito por ti!
-Déjate de historias. Sabes perfectamente que los señores nos han prohibido tener ningún tipo de relación con nadie mientras sirvamos en la casa.
-¿Y qué van a saber los señores?
-Lo sabrán tarde o temprano. Ya sabes cómo son por aquí. Ya viste la habilidad de la señora Malillard con las noticias. En tan sólo diez minutos logró que todo el pueblo se enterara de la mala suerte de la pobre Elizabeth, la joven sirvienta que se quedó encinta del señor Trivony. Los chismes corren que vuelan y se acabarán enterando y nos echarán y no es tan fácil encontrar un empleo digno estos días. Así que cállate y volvamos al trabajo.
-Desde luego Julianne,- empezó a decir Thess con aire dramático- a veces eres tremendamente insoportable y por descontado eres de lo más irritante que hay sobre la faz de la Tierra querida prima. ¿Acaso no hay en tu corazón de arpía mayor un resquicio de mínima compasión por esos gallardos jóvenes que han puesto en nosotras sus más enardecidos sentimientos amorosos?
Ambas se miraron como hacían tantas veces, con ojos pícaros y una sonrisa socarrona inevitable en los labios y estallaron de nuevo en sonoras carcajadas.
-Julianne, despierta.
-Ummm déjame dormir. No, mejor aún ¡déjame vivir Thess!
-Vamos Juli, he oído algo raro.
-Déjame en paz. Sólo te pido las seis horas de sueño de rigor, por favor.
-Julianne, he oído algo raro y tengo miedo.
-¿Qué? ¿Qué has oído?
-Alguien sigue tirando piedras contra el cristal.
-¿Cómo?
-Calla y escucha. ¿Lo oyes prima? Ahí fuera hay alguien.
-Serán Patrick y Jayden para fastidiar.
-Lo dudo mucho prima. El señor Waitmore les dijo que no volvieran a tirar piedras a sus ventanas o los denunciaría. No creo que sean tan rematadamente tontos.
-Tienes razón- dijo Julianne desperezándose- ¿quién podrá ser entonces?
-Tendremos que averiguarlo.
-¿Y si nos quedamos aquí y esperamos a que se vaya?
-¿Y quedarnos con la duda? Jamás.
-Thess es noche cerrada y no tenemos forma de volver a entrar en la casa si salimos.
-Entonces vayamos sólo a echar un vistazo.
Las dos chicas se deslizaron entre las sombras y cuando llegaron al ventanal y se asomaron se les heló la sangre. Patrick y Jayden estaban ahí lanzando piedras a su ventana como dos autómatas pero en sus rostros no había signo de vida, ni siquiera en sus ojos que estaban encerrados bajo unos párpados cosidos al igual que sus bocas. Las chicas no pudieron evitar soltar un grito de terror que alertó a los Señores Waitmore que encendieron la luz de su habitación. En ese momento los pobres Patrick y Jayden, o lo que quedaba de aquellos desdichados muchachos, se esfumaron como por arte de magia y bajo sus ropas salieron dos serpientes que se adentraron veloces y siseantes en el bosque negro.
jueves, 23 de abril de 2015
Conversaciones conmigo misma.
-Pase lo que pase no dejes de escribir nunca, Ana.
-¿Y si no tengo nada más que escribir?
-Vaya tontería ¿cómo se te ocurre?
-No es ninguna tontería, me aterra. ¿Y si por más que lo intento no consigo encontrar nada que merezca la pena?
-¿Acaso te ha pasado?
-Sí, un porrón de veces, como decía mi abuelo.
-¿Y te has muerto por no poder hacerlo?
-Casi.
-Siempre has sido un poquitín exagerada. ¿Acaso le importaría a alguien que no escribieras nunca más?
-Ummmmm no. Es más creo que muchos lo agradecerían.
-¿Tú crees?
-Sí, absolutamente.
-¿Y te has muerto porque a alguien no le importe que no escribas nunca más?
-Ummmm. Pues casi.
-Lo que yo te digo: exageradita eres un rato.
-Lo reconozco pero no te vayas por la tangente ¿qué respondes? ¿y si un buen día llega la nada a mi cerebro? ¿y si de repente no sé sobre qué escribir? ¿y si pierdo la creatividad porque me doy un golpe tremendo en la cabeza al caerme por unas escaleras por llevarme un susto del quince al pisarle el rabito a mi gatita y del chillido de ésta trastabillo y ruedo escaleras abajo partiéndome el espinazo y siete costillas como el pobre Señor Don Gato? ¿y si se me mueren las pocas neuronas que dedico al noble arte de la escritura porque el destino quiera que un pequeño émbolo sanguíneo se me atraviese en una de esas arterias que riega el lóbulo shakesperiano? ¿y si..?
-¿Y si mueres atropellada por el camión de la basura? ¡Ana por favor! ¿Cómo es posible que te quedes sin nada que escribir con la de cosas absurdas que puedes llegar a pensar al cabo del día? ¿Cuántas veces has escrito en una servilleta, en un billete de tren, en un cuaderno de apuntes de veterinaria lo primero que se te venía a la cabeza sólo para poder sacarle el jugo después?
-Unas cuantas.
-Y las que te rondaré morena.
-Tienes razón.
-Claro que la tengo. Si encuentras motivo de interés literario el vuelo de un mosquito tigre... entonces no hay nada que temer y pase lo que pase nunca dejes de escribir.
El hueco de sus manos.
Había visto de todo en su corta vida pero aquello sin duda la había sobrepasado con creces. Cerró la puerta del baño con toda la furia y toda la rabia que tenía acumuladas dentro tratando de acallar con el portazo la desesperación que luchaba por salir desde algún lugar de su pecho abriéndose hueco dolorosamente por la tráquea, quemándole sin contemplaciones la garganta hasta abrasarle la boca y salir finalmente despedida a propulsión en forma de gritos y llanto desconsolado. Porque no había consuelo, no había droga capaz de hacerla desconectar de aquella realidad. No había nada que la pudiera devolver lo que le había robado la vida. Ni siquiera la muerte parecía ser la salida. No para ella no. No era capaz de otra cosa más que de odiar. Llevaba muchos años en guerra consigo misma y con el mundo y nadie se libraba del veneno de sus pensamientos. Nadie. Ni siquiera esa deidad a la que ella había rezado fervorosamente desde niña. Ya no era capaz de oir las respuestas a sus propias preguntas. Respuestas que ella misma fabricaba y que bailaban en su cabeza como puestas ahí por Él. Pero Él nunca le había dado una sola respuesta. Ella había dado con las soluciones por sí misma creyendo que venían de más allá, de alguien que velaba por ella. Pero ya no oía esas soluciones, ni siquiera era capaz de autoengañarse. Ya no. No podía traicionarse de aquella manera. Con los ojos ardientes y mojados de quién llora amargamente miró al cielo de su baño, más allá de las sucias baldosas del techo, atravesando kilos y kilos de hormigón y cemento armado, llegando con sus pupilas a las mismas estrellas del firmamento y le espetó sin miramientos por qué la había abandonado de aquella manera, por qué ya no se sentía una hija más, una hija especial como le habían dicho tantas veces aquellas monjas que velaban tan fervorosamente por su pudor y recato. La saliva seguía saliendo a cada palabra que pronunciaba. Se sentía una pobre loca encerrada, engañada. Por qué le había obligado a mirar a la cara a la realidad, preguntaba con los ojos desorbitados fuera de sí. Por qué no se apiadaba de ella de una vez y la permitía vivir ajena a tanta desolación, a tanto dolor. Por qué se reía de ella, le gritó como una demente. Por qué iba a creer en su palabra. ¿Acaso para ella tenía reservado un mejor final o un mejor destino? En qué era ella diferente a toda aquella gente abandonada, en qué era diferente para pensar que tendría una mejor vida que la de aquellos que la vieron crecer y acabaron sus días entre sufrimiento y olvido. ¿Por qué para ella iba a ser mejor, más idílico? ¿Acaso lo merecía? ¿Qué había hecho ella para merecer nada de Dios o de la Vida? Entonces comprendió que una vez más no iba a obtener respuesta. Que ni siquiera estaba en sus manos responderse y entonces se apoderó de ella el miedo como nunca antes. Se dejó caer al suelo y se hizo un ovillo escondiendo la cabeza entre sus manos. Lo único que la calmó fue aquella oscuridad improvisada en el hueco de sus manos.
martes, 21 de abril de 2015
Aromas de una infancia.
Hoy el viento me ha traído, madre,
sin quererlo ni beberlo
en pequeños frascos de brisa suave
los aromas más perfectos,
las esencias más amables.
Y de entre todas las fragancias más puras imaginables
ha querido venir a regalarme
las que para mí son sin duda alguna
las más perfectas, las más clave.
Las que con sus matices y sus notas,
avivan en mi cerebro como verdugos sin freno
las ascuas de mis recuerdos,
las brasas de mis más puros deseos.
Lilas y romero, húmeda hojarasca, madera castellana y almendro
Tormenta de verano, piñas abrasadas en estufa de leña y lluvia de enero,
Un desván desvencijado, café recién hecho,
lecturas de fantasía, azafrán del bueno,
suelo mojado, suelo seco, así me huele Robledo.
Son recuerdos dolorosos, fragancias trasnochadas
Tantas risas y tanto duelo
Que despellejan el alma y avivan en mí el profundo deseo
de despertar a tu lado algún día, abuelo.
Hoy el viento me ha obsequiado, madre,
Con el más bello de los detalles
con pequeños frascos de brisa suave
Llenos de los aromas de mis mejores despertares.
domingo, 12 de abril de 2015
Batalla de tres.
Demasiado tiempo sin transcribir las crónicas de un pensamiento inquieto y un interior aún más convulso de lo que creía, hace que se amontonen las palabras en el intento de recoger lo más notorio y trascendente. Y es que una guerra se libra en mi interior. Una lucha sin ejércitos que cada vez tiene bandos mejor definidos pero intangibles e incorpóreos como una legión de fantasmas. No hay cañones, ni metralletas, ni sables, ni misiles teledirigidos. En esta contienda no hay balas ni metralla, ni toques de queda ni refugios, nadie muere, nadie vence. Sin embargo es detestable como cualquier otra y se vuelve insoportable como siempre que dos hermanos se pelean a muerte como si la causa por la que lucha cada uno fuese mucho más fuerte que el amor que discurre por sus venas. Esta guerra que hay en mi interior es compleja y es entre dos seres que quiero por igual: la niña que fui y que no quiere irse y la mujer que empiezo a ser y que algún día seré. Ambas gritan fuerte y pelean con puños de acero y gran convencimiento pero son tan iguales en fuerza que ninguna logra ganar una batalla que empieza a parecer eterna, enzarzadas en combate sin fin. Y eso me causa una gran confusión. No cabemos tres en un cuerpo tan pequeño y frágil. Deseo fervientemente que la mujer gane terreno porque la necesitamos para afrontar nuevas etapas pero tampoco quiero que nos abandone la pequeña criatura que patalea por todo, que se rinde y se esconde entre los brazos de su madre, temerosa del mundo, la que mira al cielo y pierde en él sus pupilas viajeras. Si Ella se va, ¿quién se asustará de los monstruos de la realidad? ¿quién nos regalará los sueños más hermosos? ¿quién nos proporcionará ese júbilo inocente ante las pequeñas cosas? Temo que al irse pierda mi más pura esencia, la pierda a ella y con ella se vaya mi yo más verdadero. Sería tan maravilloso que ambas firmaran la paz... que ambas me dieran una tregua y me eximieran de la ardua decisión de inclinarme por una de ellas... Si las lograra convencer de que las necesito a las dos tanto como el respirar... Sólo así lograría poner un poco de sentido común en este conflicto. Quizá lo haga. Sí. Quizá entre tanto "vociferio" logre que paren los ataques por un segundo y me escuchen. Al menos podré apelar a su honor y suplicarles que tengan piedad y me den un tiempo para recoger los pedacitos de mí que han quedado esparcidos por todas partes para reconstruirme.
domingo, 5 de abril de 2015
jueves, 2 de abril de 2015
sábado, 28 de marzo de 2015
jueves, 26 de marzo de 2015
viernes, 30 de enero de 2015
lunes, 26 de enero de 2015
Contando baldosas.
Hoy he llegado a una conclusión ¿maravillosa? No, nada tiene de especial y mucho menos de maravillosa. Más bien debería decir que he llegado a una conclusión normalucha, del montón, de ésas en las que no merece la pena reparar y mucho menos ponerse a pensar en ella y menos si cabe escribirla. Una conclusión extraña. Una más de las muchas que me rondan al finalizar un día insulso, un día sin brillo, sin nada mejor que contar. Y es que mirando el parquet del pasillo de mi casa esperando para entrar al cuarto de baño he tenido un flashback de los fuertes. Sí, sí, de los fuertes. De ésos que te dejan en shock y que si tienes cierta visión literaria intentas saborear pensando en la forma que vas a darle cuando lo escribas en el blog como si fuera lo más curioso y asombroso del mundo. Y es que por mi mente han pasado, como si se tratara de una película premortem, todos los suelos que he pisado en mi vida y he concluído que gran parte de mi existencia la he pasado contando baldosas. En eso sí que he salido a mi abuelo Marcelino. Ambos compartimos la extraña costumbre de caminar mirando al suelo. Otros miran al frente, como es lo suyo, cosa que no te da el típico aspecto de niña ausente, pero nosotros somos de ese género raro que mira al suelo porque teme tropezar con algo (cuando no lo hice choqué contra una farola) porque siempre hay algo que pueda hacerte tropezar o simplemente porque sí. Y yo además le he sumado a esa inservible costumbre el mirar al suelo cuando espero, no porque alrededor no hubiera nada interesante sino simplemente porque me gustaban las baldosas. He contado muchas en mi vida. ¿Habré llegado al millón? Fácilmente. Las he contado sin descanso en el colegio esperando a entrar en clase.., en el "otro colegio" esperando entrar a clase de piano.., en la facultad.., en la habitación del hospital evitando que me sobreviniera el sueño para poder cuidar de mi abuelo.., Y todo esto me ha llevado a la terrible sensación de haberme pasado las horas más jugosas de mi vida esperando. Siempre esperando.
domingo, 25 de enero de 2015
sábado, 24 de enero de 2015
viernes, 23 de enero de 2015
Los Zapatos Fúnebres.
A veces los relatos más turbadores salen de las pesadillas nocturnas más horribles, ésas que nos envuelven en un sudor frío y un desbocado palpitar, del que no tenemos otra salida más que despertar a tiempo.
La joven Chris corría descalza y desesperada por aquel interminable sendero salvaje. La jauría que la perseguía hambrienta no parecía ceder al cansancio y ella estaba a punto de claudicar. Era su fin. Podía sentir el hediondo aliento de la muerte muy cerca de su nuca, provocándole violentos escalofríos que la hacían sacudirse entera. No podía más. Aquellos engendros harían con ella lo que quisieran porque no iba a presentar batalla tan derrotada y exhausta como estaba. Así que empezó a hacerse a la idea de abandonar su cuerpo a tal desdichado destino. Sin embargo, sus pies cansados seguían machacando los afilados guijarros del sendero sin tregua como si se negaran a aceptar el cruel sino que les esperaba si dejaban de hacerlo. Entonces frente a ella se alzó de la nada, como por arte de magia, una imponente fachada gris. No podía creerlo. Justo cuando empezaba a hacerse a la idea de que jamás vería un nuevo amanecer, apareció allí mismo, como si nada, aquella mansión. Ella no dejaba de correr, sin mirar atrás, acercándose más y más a aquella casa, y cuando pensaba que se estamparía contra la puerta, ésta se abrió de par en par dejándola entrar. A su paso se cerró violentamente y desde el otro lado pudo oír cómo los engendros se chocaban contra ella rompiéndose los cráneos que crujían desparramando su contenido por todas partes, helándole la sangre. Aún con el susto en el cuerpo, parecía que iba a vomitar el corazón, se dio cuenta de que llevaba tiempo conteniendo la respiración así que probó a inspirar y el aire helado de la estancia le quemó los pulmones. Los temblores no cesaban pero al verse a salvo en aquella casa sombría trató de recomponerse. Todo estaba extrañamente oscuro. Entonces una forma desdibujada al otro lado del largo pasillo empezó a moverse entre las sombras. La penumbra de la habitación no le permitía discernir qué era aquello que se le acercaba y Chris no pudo evitar retroceder ante aquello desconocido hasta toparse de espaldas contra lo que parecía un ventanal por el que a penas entraba luz. Cuando aquella cosa, que parecía estar suspendida en el aire bailando como una débil llama fantasmagórica, se acercó lo suficiente, Chris pudo ver de qué se trataba. Un cojín rojo que portaba dos zapatos aún más rojos llegaba en las pálidas manos de un sirviente. Chris trató de mirar a la cara escondida en las sombras de aquel mayordomo pero para su horror descubrió que tenía las cuencas vacías. Chris no pudo reprimir un grito de horror. El mayordomo parecía indicarle que se pusiera aquellos zapatos. Chris, tras pensárselo mucho, terminó por obedecer y se los puso lentamente, sin poder evitar mirarlos con extrañeza. Eran unos zapatos de un rojo brillante, que provocaban en ella una extraña hipnosis, una suerte de tentación, pues podían ser el sueño de cualquier chica como ella, acostumbrada a viejos zapatos oscuros y raídos. Entonces los vio allí en sus pies, tan bonitos, tan relucientes... Y cuando se empezaba a acostumbrar a su brillo otro sirviente de cuencas vacías apareció con otro cojín y otro par de zapatos aún más preciosos que los anteriores, y tras él se empezaba a amontonar una fila de sirvientes con cojines y zapatos a cuál más original. Eran tantos que Chris empezó a sentirse agobiada. Trató de buscar espacio y volvió a palpar el cristal del ventanal. Pensó que quizá los engendros que la habían perseguido sin tregua hasta aquella casa habrían cejado en su intento por devorarla y echó de menos estar fuera de aquella mansión, lejos de aquellos seres, y volver junto a los suyos. Entonces miró por el ventanal y lo que entendió de aquella visión le heló la sangre. Un convoy de coches fúnebres conducidos por hombres con cuencas vacías entraban a cuentagotas en la parte trasera de aquella mansión y de ellos extraían camillas con cuerpos cubiertos por una sábana de la que sólo asomaban sus pies cubiertos por espléndidos zapatos. Chris reprimió el vómito. Aquellos seres la habían empujado a la casa para ofrecerla como tributo aquellos zapatos fúnebres...
Entonces despertó.
La joven Chris corría descalza y desesperada por aquel interminable sendero salvaje. La jauría que la perseguía hambrienta no parecía ceder al cansancio y ella estaba a punto de claudicar. Era su fin. Podía sentir el hediondo aliento de la muerte muy cerca de su nuca, provocándole violentos escalofríos que la hacían sacudirse entera. No podía más. Aquellos engendros harían con ella lo que quisieran porque no iba a presentar batalla tan derrotada y exhausta como estaba. Así que empezó a hacerse a la idea de abandonar su cuerpo a tal desdichado destino. Sin embargo, sus pies cansados seguían machacando los afilados guijarros del sendero sin tregua como si se negaran a aceptar el cruel sino que les esperaba si dejaban de hacerlo. Entonces frente a ella se alzó de la nada, como por arte de magia, una imponente fachada gris. No podía creerlo. Justo cuando empezaba a hacerse a la idea de que jamás vería un nuevo amanecer, apareció allí mismo, como si nada, aquella mansión. Ella no dejaba de correr, sin mirar atrás, acercándose más y más a aquella casa, y cuando pensaba que se estamparía contra la puerta, ésta se abrió de par en par dejándola entrar. A su paso se cerró violentamente y desde el otro lado pudo oír cómo los engendros se chocaban contra ella rompiéndose los cráneos que crujían desparramando su contenido por todas partes, helándole la sangre. Aún con el susto en el cuerpo, parecía que iba a vomitar el corazón, se dio cuenta de que llevaba tiempo conteniendo la respiración así que probó a inspirar y el aire helado de la estancia le quemó los pulmones. Los temblores no cesaban pero al verse a salvo en aquella casa sombría trató de recomponerse. Todo estaba extrañamente oscuro. Entonces una forma desdibujada al otro lado del largo pasillo empezó a moverse entre las sombras. La penumbra de la habitación no le permitía discernir qué era aquello que se le acercaba y Chris no pudo evitar retroceder ante aquello desconocido hasta toparse de espaldas contra lo que parecía un ventanal por el que a penas entraba luz. Cuando aquella cosa, que parecía estar suspendida en el aire bailando como una débil llama fantasmagórica, se acercó lo suficiente, Chris pudo ver de qué se trataba. Un cojín rojo que portaba dos zapatos aún más rojos llegaba en las pálidas manos de un sirviente. Chris trató de mirar a la cara escondida en las sombras de aquel mayordomo pero para su horror descubrió que tenía las cuencas vacías. Chris no pudo reprimir un grito de horror. El mayordomo parecía indicarle que se pusiera aquellos zapatos. Chris, tras pensárselo mucho, terminó por obedecer y se los puso lentamente, sin poder evitar mirarlos con extrañeza. Eran unos zapatos de un rojo brillante, que provocaban en ella una extraña hipnosis, una suerte de tentación, pues podían ser el sueño de cualquier chica como ella, acostumbrada a viejos zapatos oscuros y raídos. Entonces los vio allí en sus pies, tan bonitos, tan relucientes... Y cuando se empezaba a acostumbrar a su brillo otro sirviente de cuencas vacías apareció con otro cojín y otro par de zapatos aún más preciosos que los anteriores, y tras él se empezaba a amontonar una fila de sirvientes con cojines y zapatos a cuál más original. Eran tantos que Chris empezó a sentirse agobiada. Trató de buscar espacio y volvió a palpar el cristal del ventanal. Pensó que quizá los engendros que la habían perseguido sin tregua hasta aquella casa habrían cejado en su intento por devorarla y echó de menos estar fuera de aquella mansión, lejos de aquellos seres, y volver junto a los suyos. Entonces miró por el ventanal y lo que entendió de aquella visión le heló la sangre. Un convoy de coches fúnebres conducidos por hombres con cuencas vacías entraban a cuentagotas en la parte trasera de aquella mansión y de ellos extraían camillas con cuerpos cubiertos por una sábana de la que sólo asomaban sus pies cubiertos por espléndidos zapatos. Chris reprimió el vómito. Aquellos seres la habían empujado a la casa para ofrecerla como tributo aquellos zapatos fúnebres...
Entonces despertó.
jueves, 22 de enero de 2015
jueves, 15 de enero de 2015
La venganza de Keshan.
-Keshan… Keshan… Ummmmm es un nombre realmente inspirador…. Extremadamente sugerente me permitiría añadir. Pero.., ¿yo esperaría encontrar a un hombre detrás de ese nombre?
-Pues aquel que lo haga se llevará una decepción.
-Ya veo que te gusta jugar con el factor sorpresa.
-Simplemente no quiero ponérselo fácil, madre Tapkin. Sé que rehuiría luchar conmigo y no he llegado hasta aquí para nada, no quiero perder la oportunidad de atravesarle con mi espada.
-Así pues has decidido Anna. Tu nombre desaparecerá con tu antiguo yo y tras el entrenamiento serás Keshan hasta cumplir tu objetivo de venganza. Haremos correr tu leyenda y lo atraeremos hasta ti. Yo te enseñaré el arte de la lucha y sólo tu conciencia te permitirá renunciar a tu deseo de tomarte la justicia por tu mano si decides retractarte en algún momento. Está en ti.
-Lo sé. Sólo te pido que me enseñes. Yo responderé ante mi conciencia, ante los hombres y ante Dios.
-¿Y tu hijo?
-Él no ha de cargar con las consecuencias que acarree el odio que nos profesamos su padre, si es que debe recibir tal título, y yo.
-Pero tu hijo te ama, tal y como eres, y rechazará este deseo de venganza que te ha podrido el alma. Te odiará cuando lo sepa.
Una sombra de algo que en otro tiempo había sido una profunda tristeza apareció en los ojos de Anna, pero enseguida recompuso el gesto y su voz sonó gélida.
-Lo concebí muy joven, cuando amaba a Gero, y lo crié a salvo de esta obsesión. Marcel me prometió que le diría, llegado el momento, que yo me había empeñado en partir en busca de mi destino encontrando la muerte. Jamás sabrá la historia de sangre que ha manchado a sus padres. Nunca supo ni sabrá que Gero me traicionó por poder, que mató a mi padre sólo porque se lo ordenaron y que él no dudó un instante porque siempre lo detestó. Que vio el dolor y la súplica en mis ojos y aún así decidió meterme en aquel barco condenado a la deriva para mantenerme lejos de él y sus aspiraciones aristocráticas, para poder construir y refugiarse en su inquebrantable fortaleza de grandiosa e inmaculada reputación. Nunca supo antes de aquello que esperaba un hijo. Gero estaba demasiado ocupado lamiéndole el culo a esas sabandijas que le llenaron de avaricia y le cegaron. Ahora sé que mi destino es arder en el Infierno con aquel que amé y tanto he odiado. Él pudo ser mi salvación y ahora es mi condena. Lo tengo asumido madre Tapkin. Pagaré mi error toda la eternidad. Estoy dispuesta. Pero necesito llegar hasta él sin que se dé cuenta y para eso os necesito y cuando lo haga, no le dejaré escapar. Nos diremos todo lo que no nos hemos dicho y después inevitablemente nos llegará la hora de acabar lo que ya ha empezado. Es la única salida. Mi única opción de redimirnos aunque sea por la fuerza.
-Pues aquel que lo haga se llevará una decepción.
-Ya veo que te gusta jugar con el factor sorpresa.
-Simplemente no quiero ponérselo fácil, madre Tapkin. Sé que rehuiría luchar conmigo y no he llegado hasta aquí para nada, no quiero perder la oportunidad de atravesarle con mi espada.
-Así pues has decidido Anna. Tu nombre desaparecerá con tu antiguo yo y tras el entrenamiento serás Keshan hasta cumplir tu objetivo de venganza. Haremos correr tu leyenda y lo atraeremos hasta ti. Yo te enseñaré el arte de la lucha y sólo tu conciencia te permitirá renunciar a tu deseo de tomarte la justicia por tu mano si decides retractarte en algún momento. Está en ti.
-Lo sé. Sólo te pido que me enseñes. Yo responderé ante mi conciencia, ante los hombres y ante Dios.
-¿Y tu hijo?
-Él no ha de cargar con las consecuencias que acarree el odio que nos profesamos su padre, si es que debe recibir tal título, y yo.
-Pero tu hijo te ama, tal y como eres, y rechazará este deseo de venganza que te ha podrido el alma. Te odiará cuando lo sepa.
Una sombra de algo que en otro tiempo había sido una profunda tristeza apareció en los ojos de Anna, pero enseguida recompuso el gesto y su voz sonó gélida.
-Lo concebí muy joven, cuando amaba a Gero, y lo crié a salvo de esta obsesión. Marcel me prometió que le diría, llegado el momento, que yo me había empeñado en partir en busca de mi destino encontrando la muerte. Jamás sabrá la historia de sangre que ha manchado a sus padres. Nunca supo ni sabrá que Gero me traicionó por poder, que mató a mi padre sólo porque se lo ordenaron y que él no dudó un instante porque siempre lo detestó. Que vio el dolor y la súplica en mis ojos y aún así decidió meterme en aquel barco condenado a la deriva para mantenerme lejos de él y sus aspiraciones aristocráticas, para poder construir y refugiarse en su inquebrantable fortaleza de grandiosa e inmaculada reputación. Nunca supo antes de aquello que esperaba un hijo. Gero estaba demasiado ocupado lamiéndole el culo a esas sabandijas que le llenaron de avaricia y le cegaron. Ahora sé que mi destino es arder en el Infierno con aquel que amé y tanto he odiado. Él pudo ser mi salvación y ahora es mi condena. Lo tengo asumido madre Tapkin. Pagaré mi error toda la eternidad. Estoy dispuesta. Pero necesito llegar hasta él sin que se dé cuenta y para eso os necesito y cuando lo haga, no le dejaré escapar. Nos diremos todo lo que no nos hemos dicho y después inevitablemente nos llegará la hora de acabar lo que ya ha empezado. Es la única salida. Mi única opción de redimirnos aunque sea por la fuerza.
martes, 13 de enero de 2015
Jeróme.
El pequeño Jeróme, desobedeciendo las órdenes de sus padres por seguir el impulso que nace de lo más profundo de su ser, se adentra en los dominios de Isabelle. La mansión Grisard y sus salvajes inmediaciones tienen encogido al pobre Jeróme... Y lo que alcanza a ver a través del ventanuco del sótano le paraliza, helándole la sangre.
Mi pequeño tributo a Laura Gallego García.
domingo, 11 de enero de 2015
El rey de piedra. Primera parte.
Aquellos que ven más allá cuentan que siempre que surge un poder oscuro, otro igual opuesto nace para contrarrestarlo.
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Todos sabían que el rey Ethey había muerto. Era más que evidente porque un denso silencio lo inundaba todo y era de todos sabido que al pobre rey Ethey lo que menos le gustaba en este mundo era el silencio. Nadie en la modesta aldea de Arviria sabía nada del nuevo soberano que sucedía a Ethey gobernando desde el imponente palacio de mármol ennegrecido, antaño níveo y resplandeciente, que se erguía orgulloso tras el bosque encantado, pero lo que sí podían sospechar es que nada sería igual desde aquel momento.
Eran muchos los que esperaban oír el anuncio oficial de su muerte y de la consiguiente celebración de los fastuosas ceremonias fúnebres, como era tradición por aquellas tierras tras el fallecimiento de un rey, pero aquel anuncio no llegaba. Ni siquiera el lacayo de Ethey, el fiel Monreau, había ido a comunicarlo en persona a la plaza de la aldea como habría cabido esperar. No era propio de Ethey abandonar los asuntos del reino, ni dejar a su pueblo a merced de la más absoluta ignorancia con respecto a lo que ocurría en la corte pero habían pasado unos años en los que Ethey había parecido ser engullido por las paredes de su palacio. Así ocurrió que las tabernas de los alrededores se convirtieron en verdaderos hervideros de chismorreos y leyendas. Casi valía más en aquellos días un buen rumor sobre el monarca que una joya venida de la mismísima Alejandría.
El rey Ethey, que siempre se había ganado a pulso que los aldeanos hablaran de él y de lo magnífico de su corte, seguía estando en boca de todos y nunca se habría llegado a figurar de qué manera. Unos preguntaban incrédulos si había fallecido realmente, otros respondían con el morbo brillándoles en los ojos que el viejo rey se había dado al vampirismo pero seguía gobernando desde las sombras, vagando por las inmediaciones al acecho de presas a las que hincar el diente.., otros negaban que estuviera muerto porque pensaban que era inmortal. Nadie sabía qué había pasado con Ethey. Sin embargo, entre tanta fantasía se podía escuchar de vez en cuando alguna historia no demasiado descabellada pero nadie sabía con certeza qué había sido de él y eso les llenaba de incertidumbre.
Todos conocían a Ethey, o al menos creían haberlo conocido... Era un rey pacífico, piadoso, que en su juventud se había ganado fama de conquistador de damas, y que se regocijaba llenando la corte de música y jolgorio, acostumbrándose a la buena vida y a los continuos festejos populares y cortesanos... Y un tanto bobalicón para muchos. Sólo aquellos que ven más allá sabían que en una de sus escapadas nocturnas a Arviria espió a una joven aldeana mientras se bañaba en el río a la luz de la luna, abordándola después y engatusándola con su labia de don Juan. A esa noche de pasión le siguieron otras tantas y entre ellos surgió un romance prohibido que duró años. El único que supo de ese romance fue Monreau, el gran amigo de Ethey. A la muerte de su padre, el rey Arquian, Ethey fue obligado a desposarse. Entonces cuando iba a presentar a la aldeana como su prometida y futura reina de Arviria, surgió entre los allí presentes una bruja que, con malas artes y magia negra, consiguió confundirle haciendo que Ethey la anunciara a ella como su prometida, rompiendo el corazón de la aldeana que lo amaba con toda su alma y que avergonzada huyó de palacio sabiendo que lo único que tendría de Ethey sería el bebé que empezaba a abultarle el vientre. Monreau no supo cómo actuar, temiendo que un paso en falso le supusiera la vida a alguno de ellos pues el poder de la bruja parecía insuperable. Así que decidió mantenerse alejado de ella aunque eso supusiera abandonar también a su amigo Ethey, con el fin de no caer en las trampas de la hechicera y poder serle de alguna utilidad, por poca que fuera, a Ethey.
Mientras en los aposentos de Ethey la hechicera, que ambicionaba el poder que le ofrecía el trono de Arviria por encima de todo, preparaba sucios brevajes y pócimas de amor para forzar a Ethey a amarla, para así acabar engendrando al heredero que acallara a los más escépticos de la corte y de paso la perpetuara a ella en el poder hasta que le llegara su fin. Ethey, que tenía el entendimiento embotado con tantos brevajes y hechizos que le desorientaban, fue consciente con el tiempo de que no podía escapar de aquella bruja y de sus malas artes y en su fuero interno lloraba por su amor verdadero, de la que tenía vagos recuerdos que se colaban en sus sueños, rezando porque pudiera rehacer su vida si es que había sido real. Ethey nunca fue el mismo. Se dejaba manejar como una marioneta por la bruja y ella se hizo con la corte manejándola a su gusto, incrementando el ritmo de festejos para tener contentos a los cortesanos y para su propio divertimento y el del hijo que acabó engendrando del rey, Hazel.
El fiel Monreau, que desconocía lo que le estaba ocurriendo a Ethey en manos de aquella harpía, escapó de la corte y fue en busca de Christine, la aldeana amada por Ethey y se ofreció a cuidar de la pequeña hija de ambos, la preciosa Viana, hasta que ésta pudiera reclamar su sitio en el trono como la primogénita de Ethey y así poner fin al sinsentido de la hechicera.
Hazel creció entre fastuosas celebraciones, consentido como nadie, egoísta, mezquino, rechazado por su padre que jamás le dedicó una palabra y siempre a la sombra de su madre. A la bruja ya no le importaba Ethey, no lo necesitaba. Estaba suficientemente desmadejado como para suponerle un estorbo.
Entonces llegó el fatídico día en el que el caprichoso Hazel le pidió a su madre la corona del rey. Ethey, que siempre había sabido que era cuestión de tiempo que llegara el día en el que su hijo reclamara el trono, supo que había llegado el momento. Lo dio todo por perdido y supo que su única liberación era la muerte, así que, tras decirle a la bruja que nunca la había amado y que nunca la amaría, le suplicó que acabara con su vida. Aquello provocó la ira de la bruja y era tanta la maldad de su corazón de piedra que decidió castigar eternamente a Ethey transformándole a él y a todos los que lo apoyaban manifiestamente en la corte, en estatuas. La bruja se hizo llamar Onyx e instauró un reinado de terror en la corte pues a todo aquel que osaba contradecirla a ella o a su hijo lo transformaba en estatua. Pronto el silencio se hizo dueño del palacio pues nadie se atrevía a decir nada, y el mármol níveo de las paredes se ennegreció, lo que fue detectado por los aldeanos de Arviria aunque sin llegar a sospechar siquiera que Onyx había llevado la desolación a aquella tierra.
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Todos sabían que el rey Ethey había muerto. Era más que evidente porque un denso silencio lo inundaba todo y era de todos sabido que al pobre rey Ethey lo que menos le gustaba en este mundo era el silencio. Nadie en la modesta aldea de Arviria sabía nada del nuevo soberano que sucedía a Ethey gobernando desde el imponente palacio de mármol ennegrecido, antaño níveo y resplandeciente, que se erguía orgulloso tras el bosque encantado, pero lo que sí podían sospechar es que nada sería igual desde aquel momento.
Eran muchos los que esperaban oír el anuncio oficial de su muerte y de la consiguiente celebración de los fastuosas ceremonias fúnebres, como era tradición por aquellas tierras tras el fallecimiento de un rey, pero aquel anuncio no llegaba. Ni siquiera el lacayo de Ethey, el fiel Monreau, había ido a comunicarlo en persona a la plaza de la aldea como habría cabido esperar. No era propio de Ethey abandonar los asuntos del reino, ni dejar a su pueblo a merced de la más absoluta ignorancia con respecto a lo que ocurría en la corte pero habían pasado unos años en los que Ethey había parecido ser engullido por las paredes de su palacio. Así ocurrió que las tabernas de los alrededores se convirtieron en verdaderos hervideros de chismorreos y leyendas. Casi valía más en aquellos días un buen rumor sobre el monarca que una joya venida de la mismísima Alejandría.
El rey Ethey, que siempre se había ganado a pulso que los aldeanos hablaran de él y de lo magnífico de su corte, seguía estando en boca de todos y nunca se habría llegado a figurar de qué manera. Unos preguntaban incrédulos si había fallecido realmente, otros respondían con el morbo brillándoles en los ojos que el viejo rey se había dado al vampirismo pero seguía gobernando desde las sombras, vagando por las inmediaciones al acecho de presas a las que hincar el diente.., otros negaban que estuviera muerto porque pensaban que era inmortal. Nadie sabía qué había pasado con Ethey. Sin embargo, entre tanta fantasía se podía escuchar de vez en cuando alguna historia no demasiado descabellada pero nadie sabía con certeza qué había sido de él y eso les llenaba de incertidumbre.
Todos conocían a Ethey, o al menos creían haberlo conocido... Era un rey pacífico, piadoso, que en su juventud se había ganado fama de conquistador de damas, y que se regocijaba llenando la corte de música y jolgorio, acostumbrándose a la buena vida y a los continuos festejos populares y cortesanos... Y un tanto bobalicón para muchos. Sólo aquellos que ven más allá sabían que en una de sus escapadas nocturnas a Arviria espió a una joven aldeana mientras se bañaba en el río a la luz de la luna, abordándola después y engatusándola con su labia de don Juan. A esa noche de pasión le siguieron otras tantas y entre ellos surgió un romance prohibido que duró años. El único que supo de ese romance fue Monreau, el gran amigo de Ethey. A la muerte de su padre, el rey Arquian, Ethey fue obligado a desposarse. Entonces cuando iba a presentar a la aldeana como su prometida y futura reina de Arviria, surgió entre los allí presentes una bruja que, con malas artes y magia negra, consiguió confundirle haciendo que Ethey la anunciara a ella como su prometida, rompiendo el corazón de la aldeana que lo amaba con toda su alma y que avergonzada huyó de palacio sabiendo que lo único que tendría de Ethey sería el bebé que empezaba a abultarle el vientre. Monreau no supo cómo actuar, temiendo que un paso en falso le supusiera la vida a alguno de ellos pues el poder de la bruja parecía insuperable. Así que decidió mantenerse alejado de ella aunque eso supusiera abandonar también a su amigo Ethey, con el fin de no caer en las trampas de la hechicera y poder serle de alguna utilidad, por poca que fuera, a Ethey.
Mientras en los aposentos de Ethey la hechicera, que ambicionaba el poder que le ofrecía el trono de Arviria por encima de todo, preparaba sucios brevajes y pócimas de amor para forzar a Ethey a amarla, para así acabar engendrando al heredero que acallara a los más escépticos de la corte y de paso la perpetuara a ella en el poder hasta que le llegara su fin. Ethey, que tenía el entendimiento embotado con tantos brevajes y hechizos que le desorientaban, fue consciente con el tiempo de que no podía escapar de aquella bruja y de sus malas artes y en su fuero interno lloraba por su amor verdadero, de la que tenía vagos recuerdos que se colaban en sus sueños, rezando porque pudiera rehacer su vida si es que había sido real. Ethey nunca fue el mismo. Se dejaba manejar como una marioneta por la bruja y ella se hizo con la corte manejándola a su gusto, incrementando el ritmo de festejos para tener contentos a los cortesanos y para su propio divertimento y el del hijo que acabó engendrando del rey, Hazel.
El fiel Monreau, que desconocía lo que le estaba ocurriendo a Ethey en manos de aquella harpía, escapó de la corte y fue en busca de Christine, la aldeana amada por Ethey y se ofreció a cuidar de la pequeña hija de ambos, la preciosa Viana, hasta que ésta pudiera reclamar su sitio en el trono como la primogénita de Ethey y así poner fin al sinsentido de la hechicera.
Hazel creció entre fastuosas celebraciones, consentido como nadie, egoísta, mezquino, rechazado por su padre que jamás le dedicó una palabra y siempre a la sombra de su madre. A la bruja ya no le importaba Ethey, no lo necesitaba. Estaba suficientemente desmadejado como para suponerle un estorbo.
Entonces llegó el fatídico día en el que el caprichoso Hazel le pidió a su madre la corona del rey. Ethey, que siempre había sabido que era cuestión de tiempo que llegara el día en el que su hijo reclamara el trono, supo que había llegado el momento. Lo dio todo por perdido y supo que su única liberación era la muerte, así que, tras decirle a la bruja que nunca la había amado y que nunca la amaría, le suplicó que acabara con su vida. Aquello provocó la ira de la bruja y era tanta la maldad de su corazón de piedra que decidió castigar eternamente a Ethey transformándole a él y a todos los que lo apoyaban manifiestamente en la corte, en estatuas. La bruja se hizo llamar Onyx e instauró un reinado de terror en la corte pues a todo aquel que osaba contradecirla a ella o a su hijo lo transformaba en estatua. Pronto el silencio se hizo dueño del palacio pues nadie se atrevía a decir nada, y el mármol níveo de las paredes se ennegreció, lo que fue detectado por los aldeanos de Arviria aunque sin llegar a sospechar siquiera que Onyx había llevado la desolación a aquella tierra.
Mis miedos, mis parásitos.
Estoy colapsada, atenazada, paralizada de nuevo por un temor irracional que no me deja pensar con claridad. Nadie me dijo que fuera fácil ser uno mismo.., pero tampoco nadie me advirtió de lo peligroso que podía ser llegar a descubrirse tal y como uno es. Cada día que pasa descubro en mí una nueva debilidad, una nueva razón para despreciarme, para querer volver a ser ese ser puro y despreocupado de la niñez capaz de perderse en mil fantasías... Pero ya es demasiado tarde para eso. Demasiado imprudente y necio querer atraparse en algo que no va a volver por mucho que se desee, por mucho que uno trate de empaparse de recuerdos pueriles, ésos que hacían la vida inmensamente feliz y fácil. Y eso que se ha ido, eso que ya no volverá, ha dejado vía libre a mis miedos para que lo infesten todo y me parasiten pudriéndome por dentro y por fuera. Son mis miedos los que me debilitan, haciéndome parecer un espectro, una sombra de lo que fui o de lo que querría y debería ser, borrando de mis mejillas el sonrojo y de mis ojos la chispa de la vitalidad. Y no puedo evitar compararme con otros de mi edad, y ver lo felices que son, lo estupendamente sanos y felices que están, lo que resaltan sus colorados pómulos y sus pupilas apasionadas, me hace desear ser como ellos o tan sólo parecerme.., y al descubrirme imitando.., me desespero por ni siquiera atisbar un resquicio de mejora en mí. Es un sentimiento de vacío, de desidia, de desesperación, de angustia vital, de búsqueda sin captura, una desilusión constante, una incapacidad crónica como tantas otras. ¿Tan imposible es que me abandonen estos artefactos funestos de mi mente, que me dejen en paz de una vez por todas? Yo les dejo la puerta abierta para que se escurran al olvido, para que se los trague sin remedio el agujero negro de la madurez... ¡¿Qué más quieren?! ¿Qué más necesitan? Quiero expulsarlos de mi cuerpo como al demonio más arraigado y difícil de exorcizar, como al cáncer más enclavado en el tejido y dedicarme así por fin a la reparación de mi alma y esperar de la noche un sueño reparador y no uno que agarrote mis músculos a base de pesadillas monstruosas.
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