viernes, 23 de enero de 2015

Los Zapatos Fúnebres.

A veces los relatos más turbadores salen de las pesadillas nocturnas más horribles, ésas que nos envuelven en un sudor frío y un desbocado palpitar, del que no tenemos otra salida más que despertar a tiempo.


La joven Chris corría descalza y desesperada por aquel interminable sendero salvaje. La jauría que la perseguía hambrienta no parecía ceder al cansancio y ella estaba a punto de claudicar. Era su fin. Podía sentir el hediondo aliento de la muerte muy cerca de su nuca, provocándole violentos escalofríos que la hacían sacudirse entera. No podía más. Aquellos engendros harían con ella lo que quisieran porque no iba a presentar batalla tan derrotada y exhausta como estaba. Así que empezó a hacerse a la idea de abandonar su cuerpo a tal desdichado destino. Sin embargo, sus pies cansados seguían machacando los afilados guijarros del sendero sin tregua como si se negaran a aceptar el cruel sino que les esperaba si dejaban de hacerlo. Entonces frente a ella se alzó de la nada, como por arte de magia, una imponente fachada gris. No podía creerlo. Justo cuando empezaba a hacerse a la idea de que jamás vería un nuevo amanecer, apareció allí mismo, como si nada, aquella mansión. Ella no dejaba de correr, sin mirar atrás, acercándose más y más a aquella casa, y cuando pensaba que se estamparía contra la puerta, ésta se abrió de par en par dejándola entrar. A su paso se cerró violentamente y desde el otro lado pudo oír cómo los engendros se chocaban contra ella rompiéndose los cráneos que crujían desparramando su contenido por todas partes, helándole la sangre. Aún con el susto en el cuerpo, parecía que iba a vomitar el corazón, se dio cuenta de que llevaba tiempo conteniendo la respiración así que probó a inspirar y el aire helado de la estancia le quemó los pulmones. Los temblores no cesaban pero al verse a salvo en aquella casa sombría trató de recomponerse. Todo estaba extrañamente oscuro. Entonces una forma desdibujada al otro lado del largo pasillo empezó a moverse entre las sombras. La penumbra de la habitación no le permitía discernir qué era aquello que se le acercaba y Chris no pudo evitar retroceder ante aquello desconocido hasta toparse de espaldas contra lo que parecía un ventanal por el que a penas entraba luz. Cuando aquella cosa, que parecía estar suspendida en el aire bailando como una débil llama fantasmagórica, se acercó lo suficiente, Chris pudo ver de qué se trataba. Un cojín rojo que portaba dos zapatos aún más rojos llegaba en las pálidas manos de un sirviente. Chris trató de mirar a la cara escondida en las sombras de aquel mayordomo pero para su horror descubrió que tenía las cuencas vacías. Chris no pudo reprimir un grito de horror. El mayordomo parecía indicarle que se pusiera aquellos zapatos. Chris, tras pensárselo mucho, terminó por obedecer y se los puso lentamente, sin poder evitar mirarlos con extrañeza. Eran unos zapatos de un rojo brillante, que provocaban en ella una extraña hipnosis, una suerte de tentación, pues podían ser el sueño de cualquier chica como ella, acostumbrada a viejos zapatos oscuros y raídos. Entonces los vio allí en sus pies, tan bonitos, tan relucientes... Y cuando se empezaba a acostumbrar a su brillo otro sirviente de cuencas vacías apareció con otro cojín y otro par de zapatos aún más preciosos que los anteriores, y tras él se empezaba a amontonar una fila de sirvientes con cojines y zapatos a cuál más original. Eran tantos que Chris empezó a sentirse agobiada. Trató de buscar espacio y volvió a palpar el cristal del ventanal. Pensó que quizá los engendros que la habían perseguido sin tregua hasta aquella casa habrían cejado en su intento por devorarla y echó de menos estar fuera de aquella mansión, lejos de aquellos seres, y volver junto a los suyos. Entonces miró por el ventanal y lo que entendió de aquella visión le heló la sangre. Un convoy de coches fúnebres conducidos por hombres con cuencas vacías entraban a cuentagotas en la parte trasera de aquella mansión y de ellos extraían camillas con cuerpos cubiertos por una sábana de la que sólo asomaban sus pies cubiertos por espléndidos zapatos. Chris reprimió el vómito. Aquellos seres la habían empujado a la casa para ofrecerla como tributo aquellos zapatos fúnebres...

Entonces despertó.

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