domingo, 11 de enero de 2015
Mis miedos, mis parásitos.
Estoy colapsada, atenazada, paralizada de nuevo por un temor irracional que no me deja pensar con claridad. Nadie me dijo que fuera fácil ser uno mismo.., pero tampoco nadie me advirtió de lo peligroso que podía ser llegar a descubrirse tal y como uno es. Cada día que pasa descubro en mí una nueva debilidad, una nueva razón para despreciarme, para querer volver a ser ese ser puro y despreocupado de la niñez capaz de perderse en mil fantasías... Pero ya es demasiado tarde para eso. Demasiado imprudente y necio querer atraparse en algo que no va a volver por mucho que se desee, por mucho que uno trate de empaparse de recuerdos pueriles, ésos que hacían la vida inmensamente feliz y fácil. Y eso que se ha ido, eso que ya no volverá, ha dejado vía libre a mis miedos para que lo infesten todo y me parasiten pudriéndome por dentro y por fuera. Son mis miedos los que me debilitan, haciéndome parecer un espectro, una sombra de lo que fui o de lo que querría y debería ser, borrando de mis mejillas el sonrojo y de mis ojos la chispa de la vitalidad. Y no puedo evitar compararme con otros de mi edad, y ver lo felices que son, lo estupendamente sanos y felices que están, lo que resaltan sus colorados pómulos y sus pupilas apasionadas, me hace desear ser como ellos o tan sólo parecerme.., y al descubrirme imitando.., me desespero por ni siquiera atisbar un resquicio de mejora en mí. Es un sentimiento de vacío, de desidia, de desesperación, de angustia vital, de búsqueda sin captura, una desilusión constante, una incapacidad crónica como tantas otras. ¿Tan imposible es que me abandonen estos artefactos funestos de mi mente, que me dejen en paz de una vez por todas? Yo les dejo la puerta abierta para que se escurran al olvido, para que se los trague sin remedio el agujero negro de la madurez... ¡¿Qué más quieren?! ¿Qué más necesitan? Quiero expulsarlos de mi cuerpo como al demonio más arraigado y difícil de exorcizar, como al cáncer más enclavado en el tejido y dedicarme así por fin a la reparación de mi alma y esperar de la noche un sueño reparador y no uno que agarrote mis músculos a base de pesadillas monstruosas.
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