viernes, 24 de abril de 2015

Acontecimientos en Waitmore.

-¡Julianne, Julianne!

-¿Qué demonios quieres, pesada? ¡No me dejas trabajar!

-¡Vamos, deja esos cacharros y ven al balcón!

-Porque tú lo digas. ¡Ni que fuera todo un acontecimiento! Seguro que es otra de tus fábulas. Tengo que terminar esto o los señores me dejarán otra vez sin la ración de pan. ¿Por qué siempre me toca a mí quedarme sin pan cuando es todo por tu culpa, pequeña tramposa? ¡Llevo tres semanas seguidas sin recibir una maldita hogaza! ¡Me voy a morir de hambre! ¿Tú quieres que muera de hambre, verdad?

-¡Vamos no seas pejilguera! ¿O es que ahora te has vuelto tan aburrida como la abuela Rosaline? Ven anda tonta. Te gustará.

-Pocas cosas me gustan ya, siempre a vueltas con los cacharros, apestando a grasa y jabón… Y cuando me incitas a vivir una aventura… ¡zas! Me acaban pillando a mí y siempre acabo cargando yo con las culpas. ¡Nos van a echar!

-¡Pues nos buscamos otra casa, prima! Somos capaces de eso y mucho más. Con mi encanto y tu capacidad de trabajo nos querrán en cualquier sitio. No hemos venido del pueblo sólo a servir. ¿Dónde está tu espíritu aventurero, eh? Vamos, que al final te los pierdes.

-Vamos anda, enséñame eso que no puede esperar por nada del mundo, a ver si me dejas en paz de una santa vez, Thess.

Julianne y Thess, recorrieron entre risitas los pasillos de aquella casa hasta llegar a la balconada.

-Ten cuidado Julianne, que no te vean.

Julianne se asomó y ahí los vio a los dos, cansados de no obtener respuesta. Patrick y Jayden, los dos jóvenes que las rondaban desde su llegada a la casa de los Señores Waitmore. Se miraban los zapatos sintiéndose algo estúpidos ante el silencio de las chicas después de haberse pasado unos buenos minutos jugándose el tipo lanzando piedrecitas a las ventanas de la casa del coronel Waitmore.

-¿Ves? ¡Te lo dije Juli! Les hemos gustado.

-Eso parece…

Las chicas se rieron un buen rato, pues aquella situación las divertía sobremanera. Nunca habían sido objeto de adoración para nadie en el pueblo y ahora se sentían las dueñas y señoras de los corazones de aquellos chicos, prendados de sus bellezas rústicas y sus caracteres indómitos.
Apenas sin aliento de tanto reír y colorada como un tomate de huerto, Julianne, que parecía haberse dado cuenta de pronto de algo en lo que no había caído antes, volvió a la realidad y soltó de repente, con un imperceptible matiz de preocupación para la alocada Thess, un airoso:

-Puff, pues yo no los quiero volver a ver.

-¿Qué dices? ¿Te has vuelto loca de remate?

-Lo que oyes, no me gusta ninguno de los dos.

-¡Pero si Patrick está coladito por ti!

-Déjate de historias. Sabes perfectamente que los señores nos han prohibido tener ningún tipo de relación con nadie mientras sirvamos en la casa.

-¿Y qué van a saber los señores?

-Lo sabrán tarde o temprano. Ya sabes cómo son por aquí. Ya viste la habilidad de la señora Malillard con las noticias. En tan sólo diez minutos logró que todo el pueblo se enterara de la mala suerte de la pobre Elizabeth, la joven sirvienta que se quedó encinta del señor Trivony. Los chismes corren que vuelan y se acabarán enterando y nos echarán y no es tan fácil encontrar un empleo digno estos días. Así que cállate y volvamos al trabajo.

-Desde luego Julianne,- empezó a decir Thess con aire dramático- a veces eres tremendamente insoportable y por descontado eres de lo más irritante que hay sobre la faz de la Tierra querida prima. ¿Acaso no hay en tu corazón de arpía mayor un resquicio de mínima compasión por esos gallardos jóvenes que han puesto en nosotras sus más enardecidos sentimientos amorosos?

Ambas se miraron como hacían tantas veces, con ojos pícaros y una sonrisa socarrona inevitable en los labios y estallaron de nuevo en sonoras carcajadas.


-Julianne, despierta.

-Ummm déjame dormir. No, mejor aún ¡déjame vivir Thess!

-Vamos Juli, he oído algo raro.

-Déjame en paz. Sólo te pido las seis horas de sueño de rigor, por favor.

-Julianne, he oído algo raro y tengo miedo.

-¿Qué? ¿Qué has oído?

-Alguien sigue tirando piedras contra el cristal.

-¿Cómo?

-Calla y escucha. ¿Lo oyes prima? Ahí fuera hay alguien.

-Serán Patrick y Jayden para fastidiar.

-Lo dudo mucho prima. El señor Waitmore les dijo que no volvieran a tirar piedras a sus ventanas o los denunciaría. No creo que sean tan rematadamente tontos.

-Tienes razón- dijo Julianne desperezándose- ¿quién podrá ser entonces?

-Tendremos que averiguarlo.

-¿Y si nos quedamos aquí y esperamos a que se vaya?

-¿Y quedarnos con la duda? Jamás.

-Thess es noche cerrada y no tenemos forma de volver a entrar en la casa si salimos.

-Entonces vayamos sólo a echar un vistazo.

Las dos chicas se deslizaron entre las sombras y cuando llegaron al ventanal y se asomaron se les heló la sangre. Patrick y Jayden estaban ahí lanzando piedras a su ventana como dos autómatas pero en sus rostros no había signo de vida, ni siquiera en sus ojos que estaban encerrados bajo unos párpados cosidos al igual que sus bocas. Las chicas no pudieron evitar soltar un grito de terror que alertó a los Señores Waitmore que encendieron la luz de su habitación. En ese momento los pobres Patrick y Jayden, o lo que quedaba de aquellos desdichados muchachos, se esfumaron como por arte de magia y bajo sus ropas salieron dos serpientes que se adentraron veloces y siseantes en el bosque negro.

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