A veces necesito pararlo todo, bajarme de este mundo que va a un ritmo que me resulta difícil de seguir y en ocasiones me marea y permitirme uno de esos lujos, que no siempre nos podemos permitir, que son esos breves momentos de "un poquito de reflexión por favor".
Y es que, hace unos días, llegué zapeando, es decir por casualidad, a un reportaje de televisión en el que hablaban sobre la Verdad Absoluta, ésa que como tal no existe o que si existe se nos manifiesta disfrazada de una manera distinta para cada uno, sometida a las interpretaciones de cada individuo. Así, a golpe de teorías filosóficas, se debatían los tertulianos entre lo absoluto y lo relativo, con una pasión propia de los que ponen sus pupilas en lo abstracto descubriéndonos a los demás lo que hay más allá del día a día. Pero lo que me llamó la atención de todo aquello fue un faldón azul en la parte inferior de la pantalla que congelaba la frase más reseñable de algún pensador cuyo nombre no recuerdo pero que me impactó lo suficiente como para mantenerme un rato ensimismada, buscando una muy necesitada lección de vida en el trasfondo de aquellas palabras para enderezar mi pensamiento un poco tocado de un tiempo a esta parte. Y lo cierto es que me pareció muy esclarecedora. Venía a decir algo así como que:"la trampa de relativizarlo todo es que puedes dejar de darle importancia a muchas cosas, en el afán de no dársela". Y pensé "cuánta razón". Muchas veces me he sentido insignificante, perdida, sin esa estrella que seguir. Durante mucho tiempo me defendí de los acontecimientos de mi vida a base de relativizar y relativizar. Lo convertí sin darme cuenta en la forma de entender mi propia vida, esa vida que empezaba a conducir con mis propias decisiones, y las cosas que sucedían ajenas y no tan ajenas a mi voluntad. He pensado también en innumerables ocasiones que las cosas que me sucedían no tenían la suficiente importancia porque en comparación con otras o con lo que les pasaba a otros, eran nimias e irrelevantes. Mi vida era algo irrelevante, una aventura tediosa, una sucesión de días sin más. Me limitaba a caminar por un sendero que parecía trazado por otros, en vez de abrirme paso entre la maleza que podría llevarme a mi horizonte soñado. No había nada remarcable en mi vida, nada que me impulsara con energía a vivir con una actitud positiva, con fuerza y pasión, sin la rebeldía que a veces es necesaria para no sentirte una marioneta. Así que comprendí que había caído en la trampa de la maldita relatividad. Una trampa que confunde y que hace que no gestiones bien tu propia vida, tus sentimientos.., llegando a convertirte en espectador casi pasivo, en vez de actor de tu experiencia vital.
Así que una vez comprendido aquello sólo queda vivir sin relativizar, o relativizando lo justo, o quizá vivir sin más.
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