Querido yayo,
cuánto te necesito. Son tantas cosas las que me gustaría que supieras de mí, de mi vida... Necesito tanto oír tu voz... Necesito tantísimo tu alegría, tus ojos engrandecidos tras las lentes de aquellas gafas, tus palabras de afecto, tu risa. Necesito despertar temprano y oírte tararear una jota con ese silbido perfecto que nunca podré imitar. ¿Sabes? Hace poco dijeron en la tele que cada vez los seres humanos silbamos menos y peor por culpa de las tecnologías, porque no necesitamos memorizar las melodías, tan accesibles son para nosotros en cualquier momento a través de los móviles y ordenadores y la inmediata conexión a Internet. Así que, una vez más, corroboro lo inmensamente inteligente que eras. Ojalá me convierta algún día en la nieta que te merecías.., pero tu marcha me ha afectado más de lo que podía imaginar. No estaba preparada y me hundí, yayo. Aún no he logrado salir a flote como me gustaría pero lucho por hacerlo y por sentir que, de alguna forma, correspondo a tu esfuerzo y a tu cariño. Me acuerdo tanto de ti, pero me siento tan vacía desde que te fuiste... Creo que nunca me recuperaré del todo, ni volveré a ser la misma. Tampoco me deja la vida volver a sentirme una niña, aunque lucho contra viento y marea para retener esa parte de mí que vivió a tu lado, resguardada bajo tus inmensas alas. Así, este blog es lo más parecido a ese rincón que necesito para volver contigo, porque me obligo a escribir, a recordar, a que mi mente no se atrofie por tratar de evitarme el sufrimiento. Por eso te escribo aquí, haciéndolo de alguna forma imperecedero, como es mi inmenso cariño y amor por ti. Te quiero yayo.
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