Todo el mundo sabía dónde estaba Gregory a esas horas. Desde que había entrado en el internado mantenía la costumbre de desaparecer. Realmente no hacía nada del otro mundo pero era consciente de que era aquella costumbre la que mantenía viva su ilusión. En aquel internado, salido de un cuento de terror, la ilusión estaba prohibida. Las historias fantásticas, las aventuras, se traficaban clandestinamente en los cuartos de baño, escritas en rollos de papel higiénico que pasaban de unos a otros a través de la rendija de la puerta verde aguamarina. Y como ocurre con todo lo que se trafica siempre hay un proveedor detrás, un camello. Por cierto, yo soy Gregory y soy camello de historias. Solía escaparme por debajo de la reja que rodeaba los alrededores del internado, hasta llegar al inmenso trigal donde me tumbaba a mirar las nubes. Nunca he sido de costumbres ostentosas, lo admito. Llevaba unos días de sequía, sin historias que contar. No esperaba encontrar en lo que me pasó mi nueva fuente de inspiración. Los chicos merecían más historias.
Cerré los ojos y al rato alguien me despertó de mi ensoñación.
-Eh muchacho! Esto es tuyo!
Alcé la mirada todavía adormilado y parpadeé para despegarme aquellas telarañas de sueño que se colgaban como pesos de los párpados cerrándome los ojillos. Aún frotándome los ojos no conseguía vislumbrar a nadie. La voz volvió a sonar pero no supe reconocer a mi interlocutor. Nervioso y torpe al fin conseguí verlo. Un hombre de cabello algodonoso tendía hacia mi un sombrero de paja.
-¿Es esto tuyo?
-Emmm... no, creo que es de Winston, pero él no suele venir por aquí...
-Bueno, así puedes dárselo de mi parte. últimamente le noto muy solo en el patio. Necesita tus historias y tu compañía. Será una buena forma de entablar conversación.
-¿Cómo sabe que..? ¿Quién es usted? ¿Nos espía?
-No hijo no. Es que desde ahí arriba se ve todo, quieras o no. Soy pastor de nubes.
-Quiere decir que...
-En fin hijo, hasta la próxima. Sigue soñando historias que contar.
El pastor ascendió como por una escalera invisible hasta perderse en la blancura celestial. Me pareció entonces que las nubes comenzaban a moverse de nuevo en una trashumancia constante.
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