lunes, 28 de septiembre de 2015

Martín y la Noche en un desván.

"Dicen que la Noche es muda pero cuenta historias a través de las plumas elegidas por las musas. Que la Noche se licua y se hace tinta y canta todas las historias de las que es testigo cuando engulle al Sol. Que el cielo estrellado embruja a los hombres y los mueve a contar confidencias con chispas en los ojos, a amarse y traicionarse, a soñar".


A pesar de contar sólo siete años, Martín sabía todo esto o al menos lo intuía. Martín llevaba meses soñando atrapar la Noche. La esperaba paciente día tras día poniendo a prueba los artilugios más ingeniosos de los que disponía para darle caza. Sabía que la Noche le daba los sueños que no le daba el día y por eso quería tenerla para admirarla a cualquier hora y poder soñar despierto. Comprendió que la Noche buscaba la luz para hacerse más oscura. Así, Martín encendió las viejas lámparas que dormían en el desván, como si de un cebo se tratara, y cuando llegó la noche atraída por ellas y penetró en la estancia por el tragaluz, Martín lo tapió con cartulinas y cartones. Contempló maravillado las estrellas que se habían colado por aquel sumidero, encendiendo chispas en sus ojos de golondrina.Temía salir del desván y que a su vuelta la Noche se hubiera esfumado. Para evitarlo, decidió vivir allí siempre, aunque echara terriblemente de menos sus juguetes y los mimos de su madre. Se haría un hombre valiente en aquel desván. Ignoró a la mosca del sueño y se bañó en la luz de la luna chapoteando polvo estelar por doquier sin importarle lo que tendría que limpiar después. Con los ojos enrojecidos y picantes se tumbó a descansar cinco minutos aunque no pudo evitar que, al despertar horas después, la luz del día volviera a inundar la estancia. Su hermana Clara lo miraba enojada por haberlo estado buscando toda la noche, pero él no pudo evitar enfadarse aún más con ella por haberle abierto la puerta a su Noche permitiendo que escapara una vez más.

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