Es curioso el comportamiento de los deseos. Unas veces tan altos, otras veces tan a ras de suelo. Unas veces tan prácticos y otras tan inútilmente fútiles. Unas tan aparentemente fáciles y otras tan terriblemente complejos, inalcanzables y fascinantes. Unas permiten el sueño y otras te lo quitan. Unas veces te dan alas y otras te las cortan impidiendo el vuelo. Unas veces engrasan los motores y otras simplemente los dejan chirriar como chirrían las vías bajo el peso de la maquinaria adormecida de un tren de vapor. Unas veces te parten el corazón y otras te lo recomponen. Son niños caprichosos que a veces, simplemente, te vuelven del revés. A veces les chillarías, a veces los castigarías a un rincón de pensar del pensamiento y a la cama sin cenar, a veces los pondrías mirando hacia la pared hasta que, agotados de puro aburrimiento, dejaran de insistir tercos como mulas en su empeño.
Yo lo hice, los castigué. Me tenían harta. Y dejé de oírles durante un buen tiempo. Me costó admitirlo pero llegué a echarles de menos y un día, sin más, volvieron con su jaleo habitual. Como si no hubiera pasado nada. Ahora son un ruido constante en mi cabeza. Somos una gran familia y aunque buscamos la supervivencia del grupo; a veces las pérdidas son inevitables. Ya hemos sufrido unas cuantas bajas, pues parece ser que, aunque se habla de epidemia a nivel nacional, parece que por cifras podría llegar a convertirse en un mal mucho mayor, tal vez y si no se para a tiempo, una pandemia. Aunque se sabe la etiología de este cuadro multifactorial sin nombre con tendencia a la cronificación, lo que es impepinable, hasta para los ignorantes como yo, es que incrementa la tasa de mortalidad entre el grupo de riesgo: los deseos que no dan de comer... Ellos son los grandes damnificados. Y éste es el motivo por el que muchos han caído, como hadas enfermas en una sociedad falta de imaginación y atea en cuestiones oníricas y fantasiosas. Por eso cada vez son menos, convirtiéndose en especímenes raros, de colección. Incluso han dado pie a que personas sin escrúpulos, piratas y maleantes, se dediquen a raptar a los deseos más incautos, esos que un día se quedan solos y ya nunca más nadie sabe nada de ellos. Y así es como, a base de sueños robados, muchas personas construyen sus mansiones y su ego. Mi consejo, de sabio y de viejo, es que si tenéis de esos deseos, los guardéis como vuestro mayor tesoro. Hay quién piensa que en ellos está la cura de esta epidemia. Quizá nuestra salvación sea un suero de esencia de deseos, implantes transdérmicos que liberen poco a poco el principio activo de los anhelos humanos o sueños en comprimidos de 50 miligramos antes de dormir. Pura ingeniería genética. Soñad. Desead. No importa lo alto que sea, no importa lo loco o descabellado. No importa lo ilógico, lo mágico. Simplemente hacedlo antes de que sea tarde.
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