A veces no apetece escribir a cerca de nada en particular. A veces simplemente apetece escribir por escribir. El sonido de las teclas es relajante. Te transporta a un mundo que es sólo tuyo. El mundo en el que verdaderamente eres libre y eres tú. Y no hay límites. Estáis sólo tú y el papel. En perfecta armonía. Haciéndoos el amor. Gozando de una intimidad que no podría existir de otra manera.
A veces te gusta crear palabras. Unir letra tras letra y crear la perfección: la palabra. Nada tiene más sentido que una palabra. Tanto significado en unos simples garabatos. Ya no me parecen tan simples.
Y siempre hay un momento para dejarte llevar por esta emoción. A mí me encanta la noche. Sobre todo, el período que precede al sueño. En ese momento es cuando las musas vienen a embriagarme con su dulce aliento. La imaginación comienza a desatarse y a sobrevolar tejados. Es increíble. Estoy en ese momento y mis dedos se deslizan por el teclado sin apenas darle tiempo a las neuronas a pensar en la siguiente palabra. Es emocionante. Es vital. Cuánto me gustaría saber si hay más gente que lo practica. Debería ser deporte obligado igual que el enamoramiento de la vida. ¿Cuántas veces podemos pararnos a pensar en nosotros a lo largo de nuestra monótona vida? De hecho, el hecho de poder volar por mi imaginación es lo que me mantiene viva y me hace querer vivir de día para soñar por la noche y si me apuras seguir durmiendo de día.
Cuanto me gusta esto. Es liberador. Es único. Es amor.
Siento que a cada palabra que escribo más maduro y más cerca estoy del final. De mi final.
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