No va a venir- pensó Emma decepcionada mirando tras los cristales de la habitación de aquel solitario caserón. De fondo, la tos desgarrada de su hijo pequeño le golpeaba el pecho produciéndole un dolor insoportable. Se volvió hacia él y se sentó a su lado.
- Tranquilo mi niño. El doctor no tardará. Seguramente no habrá encontrado el camino pero seguro que vendrá- parecía que diciéndoselo en voz alta acabaría sonando como una verdadera justificación. El doctor le había dado su palabra. Iría a sanar al niño y nada más. No podía fallarle. En eso no. Su hijo era su prioridad no sus deslices amorosos. Se había jurado no volver a desearle por nada del mundo. Era una dolorosa necesidad que ella misma se había impuesto. Ya había sufrido demasiado por amor y no volvería a caer en los desesperados brazos del deseo. La segunda guerra mundial parecía inminente y sabía que al doctor lo llamarían para atender a los soldados heridos pues pertenecía a los altos escalafones del Ejército Británico.
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