No se pueden hacer una idea del tiempo que llevo queriendo decir esto. Llevo años tratando de encontrar la historia perfecta y no se pueden imaginar lo cansado que es mantener los sentidos bien despiertos cada segundo que pasa para descubrir en las escenas callejeras la representación viva de mi novela. Por fin sé que podré dormir tranquilo porque ya he encontrado el sentido de mi vida. Siempre he vivido para la escritura. Desde crío me sentaba en las escaleras de mi portal y dejaba que mis ojos se fueran posando en las distintas personas que pasaban ante mi puerta. Nunca me cansaba. Para mí cada una de esas personas eran mundos a parte, historias que contar, libros andantes, guardianes de sabrosas anécdotas…
Era propio de mí quedarme a las puertas de la escuela observando a mis compañeros: unos iban jugando con la peonza, otros exprimían hasta el último minuto para empaparse de la lección del señor Agustín, otros envolvían a escondidas papel de fumar que le habían robado a sus padres y se colocaban en el murete del patio de la escuela para impresionar a las chicas que acudían al colegio de enfrente. Después de haber estado observando un rato, cogía mi cuaderno de apuntes y me ponía a escribir como loco. Ya tendría tiempo de ordenar las ideas cuando estuviera en mi casa.
Por aquel entonces tenía muy claros mis objetivos pero la guerra civil chafó mis planes iniciales.
Mi familia y yo tuvimos que trasladarnos. Mi historia cambió.
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