¿29 de enero ya? La inexorabilidad del tiempo me abruma. Me frustra que la vida se escape entre mis dedos sin poder hacer nada, sin poder apretar los puños para que lo poco que me queda no se filtre entre las rendijas y caiga al suelo sin remedio. Si pudiera, si existiese la fórmula, inventaría el tiempo a la medida de cada uno. Lo manejaría a mi antojo, haría de mi vida todo lo que siempre soñé hacer de ella. No tendría que lamentarme por perder el tiempo como lo pierdo. No me sentiría tan agobiada por no hacer lo correcto. Pero.., ¿lo valoraría tanto como ahora que él es dueño de mi existir?
Cuando era niña, no vivía preocupada por tales asuntos. De alguna manera sabía que tenía todo el tiempo del mundo para mí, para los míos. Sin embargo, ahora me duele el tictac del reloj de mi mesita de noche. Ahora siento que desfallezco cada vez que se mueven las agujas. Cada segundo que pasa lo noto retumbar en mi cabeza. Y no se mueve de ahí. Me taladra. Sin saberlo y sin quererlo, me he convertido, como tantos otros, en una presa del paso del tiempo. Por eso, trato de vencer al día con sus horas, no quiero vivir sometida. Ahora soy perfectamente consciente de que tengo un límite. Estoy aquí de paso y no sé cuánto va a durar mi estancia. No existe cura posible ante este miedo. Y si hablas de ello te tratan de psicótico. Eres un desequilibrado porque no te acostumbras a llevar las cadenas de la mortalidad. Así pues, no tienes más opción que la de vivir cada fracción de milisegundo como si fuera el último día.
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