domingo, 25 de agosto de 2013

Su mejor sonrisa.


- Mami, no ha quedado nada – susurró con profundo pesar la pequeña Sophi a las faldas de su madre que intentaba tirar de ella evitándola detenerse frente a las ruinas del que había sido su hogar: el Estudio de Montreuil. Ella tampoco podía dejarse llevar por el abatimiento. Sabía que si miraba no podría despegar los ojos de aquel desastre y la pena la inundaría. Tenía que ser fuerte por las dos. Ya no quedaba nada para ellas en aquel lugar, no tenía sentido mirar atrás. Fueron años maravillosos, sí, de sueños e ilusión, viajes a la Luna y criaturas imposibles. Una vida sin muchas complicaciones, un mundo aparte, sin más guerras que las que Méliès llevaba en su cinematógrafo entre humanos y langostinos lunares. Pero ahora el gran genio había sido humillado y reducido a contentarse con mantener una tienducha de muñecos y sus vidas como artistas habían tocado a su fin con la Segunda Guerra Mundial y se veían perdidas. De nada servía ya la ilusión. Nadie se la devolvería. Quizá sus dotes de costurera le abrirían las puertas de algún taller de París. Sólo tenía que poner su mejor sonrisa y llamar a cada puerta con la esperanza de no tener que volver a hacerlo.

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