martes, 13 de agosto de 2013
A las 7 y un minuto.
Cada día bien temprano pongo a punto los relojes del bar. Y es que la espero impaciente. Ella es como un clavo. Todas las tardes busco la excusa perfecta para mirar por la ventana del bar en el que pierdo mi tiempo cuando no estoy estudiando Medicina. Hago como que me pongo a limpiar los vasos y enciendo el modo piloto automático y como un robot friego y seco, friego y seco, con la mirada perdida más allá de la ventana. Entonces a las 7 y un minuto mi corazón se acelera. No lo noto palpitar hasta que no llega esa hora, el resto del día está muerto. Oigo pasos. Me preparo. Mis ojos la buscan en la calle y se desesperan y ahí la veo tras el cristal. Tarda en cruzarlo 5 segundos. 5 gloriosos segundos en los que se para el tiempo y mi respiración y lo demás no importa en absoluto. Es la chica más bonita que he visto jamás y sin duda la más intrigante, siempre sumida en sus pensamientos. Todos los días siento que voy a explotar de felicidad, voy a echar a correr tras ella y la voy a besar como si no hubiera mañana. Pero no. Me quedo clavado en mi puesto una vez más, incapaz de hacer ningún movimiento. La quiero. No sé por qué pero la quiero. Y sé que un día reuniré el valor necesario para salir tras ella y entregarle cada milisegundo de mi vida.
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