miércoles, 21 de agosto de 2013

El Secreto del Reloj.


A Marian le fascinaba bailar desde aquella vez que acudió con su hermana Christine al festival de danza para los huérfanos de Coldshire y el suelo de tablillas de madera del sótano de la casa de campo de la tía Margaret le permitía hacer piruetas sin temor a resbalarse. Aquella tarde después de la lección de piano con Thomas, el joven vecino que estudiaba en el conservatorio de la ciudad, decidió probar el tutú que tía Margaret le había comprado en la capital por su cumpleaños.

Marian se lo puso extasiada y comenzó a fantasear como si se reencarnara en la esbelta figura de la mismísima Lynn Everet, la famosa bailarina. Sus pies correteaban, saltaban movidos por una música que sólo sonaba en la cabeza de Marian y que se atrevía a tararear sólo cuando se cercioraba de que estaba totalmente sola. Entonces, justo cuando pensaba hacer un salto precioso, una tablilla que sobresalía la hizo caer estrepitosamente.

Marian se quejó, lanzando improperios impropios de una señorita de su edad y clase. Tras masajearse el pie dolorido entre maldiciones, buscó la causa de su tropiezo. Miró las tablillas y efectivamente, una de ellas se había levantado ocasionándole la caída y despertándola bruscamente de su ensoñación. Se acercó a colocarla pero seguía sin encajar, se quedaba levantada con respecto a las demás. ¿Sería a causa de que la madera estaba podrida o doblada por la humedad de aquella vieja casa de campo?

La respuesta la encontró en seguida. No encajaba esa tablilla porque había algo en su sitio que le impedía apoyarse completamente como las otras. Marian se aproximó y se agachó para mirar en la oquedad. Parecía una cajita de madera tallada cubierta de polvo centenario. La cogió con delicadeza, la examinó y finalmente la abrió. En su interior se hallaba..., ¿un guardapelo? No, Marian lo miró bien. Aquel cachivache dorado y finamente ornamentado con filigranas grabadas era un reloj antiquísimo, una auténtica reliquia, de ésas que tanto le gustaba cuidar a tía Margaret. ¿Sabría ella de su existencia? ¿Lo habría colocado ella misma ahí para que nadie supiera de la existencia y se sintiera tentado por su incalculable valor? La verdad es que aquello no tenía mucho sentido puesto que tía Margaret era una de las mujeres más ricas de la comarca y si había algo en este mundo que le gustara era regodearse de sus valiosísimos trofeos y joyas familiares. Era capaz de organizar toda una fiesta sólo para que las ricachonas de la zona chismorrearan sobre su nueva adquisición de orfebrería. ¿Por qué habría escondido entonces este reloj? ¿Acaso le había traído infortunio? ¿Estaría maldito? Todas estas preguntas corrían como torbellinos por la mente de la joven.


No tardarían en responderse todas esas preguntas.

Por suerte para Marian, nadie la oyó. La muchacha se apresuró y recogió los bártulos para ir a toda velocidad a la habitación de recreo de Christine, donde seguro la encontraría escribiendo sus relatos. Ella la ayudaría a desentrañar el secreto del reloj.

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