viernes, 9 de agosto de 2013
Ella.
Ella era una chica diferente. Aún recuerdo esa última mirada que me dedicó picarona en lo alto del acantilado. Me dejó helado y ardiendo a la vez. Con las ganas de tirarme al mar con el propósito de aplacar la hipertermia que me provocaba el simple hecho de mirarla. Era tan osada, tan guerrera, tan salvaje, tan única. El negro de sus ojos me envolvía y me apresaba y la curva de la medio sonrisa de sus labios me dejaba sin aliento, en coma. Fue un verano espléndido. Lleno de luz. La luz que irradiaba Ella. Nunca la olvidaré. Tengo su retrato pintado en las retinas y cada vez que cierro los ojos vuelvo a estar a su lado en aquel acantilado bañado por el sol corriendo tras ella de roca en roca y acariciando su piel morena con la fascinación de quien puede rozar con la punta de los dedos una sublime obra de arte.
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