martes, 4 de junio de 2013

Estropicio.

No sabía cómo había llegado a aquella situación. No se explicaba cómo había perdido el control ni cómo había llegado hasta ella la sangre que bañaba sus manos. Siempre la habían considerado una persona templada y ella misma así se creía; pero algo muy oscuro se había apoderado de su mente, algo que ni siquiera ella había podido combatir y la había llevado a cometer aquella atrocidad. La poca luz que se filtraba por las rendijas de la persiana le permitía ver el resultado de su locura. El cuerpo inerte de aquel hombre que la había chantajeado durante los últimos meses haciendo de su vida un infierno se encontraba desmadejado y desmembrado. En su enajenación había esparcido esos restos por la habitación dejando regueros de fluidos por todas partes. Ahora que había vuelto en sí sintió unas náuseas horribles y el vómito fue inexorable. Se sintió vacia y sucia, enferma y muerta. Quería gritar pero no tenía fuerzas y no le serviría de nada. A penas podía pensar pero no tenía tiempo y se obligó a ello. Sabía que ahora no podría salir de aquel círculo vicioso, ahora no la dejarían en paz. La buscarían, seguirían sus pasos y la matarían por venganza. Tenía que huir, cambiar de aspecto, de vida, de pasado. Pero, ¿qué podía hacer con todo aquel estropicio? Tenía que armarse de valor y devolver el orden a aquella habitación. Se obligó a analizar dónde se encontraban los restos y cómo podía deshacerse de ellos. Tragó saliva y empezó a amontonar dedos, brazos y piernas.

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