viernes, 20 de mayo de 2016

Un dolor extraño.

En un intento de reconciliarme conmigo misma y hallar la seguridad para avanzar por fin sin balbucear, y después de miles de amagos, intenté rebuscar en mi pasado, creyéndolo culpable de todos mis males, buceando entre recuerdos, sonidos, olores y flashbacks como en las pelis.., a cuerpo descubierto, sin protección alguna... Pero no encontré esa ansiada respuesta. Sólo una neblina gris en el lóbulo frontal, más confusión y un intenso dolor reventándome el diagnóstico, haciéndolo añicos sorprendiéndome como un piedra suicida estallando contra la luna de un coche a toda pastilla. Un dolor extraño, tan extraño como yo me sentía allí desmadejada tratando de sobrellevar ese pesado duelo existencial por la muerte de una parte de mi. Nunca me habían gustado las despedidas. Me había resistido durante mucho tiempo a arrostrar ese necesario enfrentamiento con mi yo pasado, más presente que nunca en aquella habitación, casi corpóreo. Ojalá no hubiera emprendido nunca esa búsqueda pero lo había hecho y sólo me quedaba tirar de valor. Quizá había sido la única forma de pasar página por fin, a pesar del precio, a pesar del vacío. Comprendí que ese dolor era el sentimiento que me acompañaría durante mucho tiempo, hasta que en el próximo enfrentamiento la melancolía madura lo reemplazara con el paso de los años, tiñéndolo de serenidad, firmando así la tregua. Quise poder cambiarlo todo, quemarlo todo y no dejar rastro de mi. Quise huir. Quise no haber sido lo que fui. Quise comprender lo incomprensible. Quise tantas cosas... Y aun queriéndolo con todas mis fuerzas nada sucedió. Sólo seguía allí igual de desmadejada que hacía cinco minutos. Quizá habían pasado horas desde que decidí dar el paso pero el revoltijo espacio temporal en mi cabeza me había hecho perder la noción del tiempo.

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