miércoles, 25 de mayo de 2016

El Niño que creció.

Cuenta la leyenda que en la segunda estrella a la derecha, una temible abominación surgió del acto más puro. Un enloquecido Peter Pan, al no ver a la joven Wendy esperándolo tras el cristal, la buscó por todos los rincones y al reconocerla tras un rostro ajado, dolorido y hecho jirones, postrada en la cama y entre estertores, se deshizo su sombra en un llanto ahogado.
Tembloroso y desesperado, descubriendo el miedo en su reflejo, la cubrió con polvo de hadas y tímidos besos y la guió al País de Nunca Jamás temiendo quebrarle los huesos. Le dio de beber del agua de la laguna y las sirenas la mimaron a la luz de la luna.
Peter no entendía nada ni conciliaba el sueño tratando de devolver a Wendy la poca vida que cabía en su cuerpo y a pesar de sus esfuerzos de alquimista, ella no podía morir y tampoco vivir por completo. Peter colérico y desconocido lo cubrió todo con un invierno crudo y descolorido y extenuado se encerró en su casa árbol, se sentía un niño envejecido, mientras Wendy se deshacía en una interminable agonía ahora que su tiempo había vencido. Peter se negaba a devolverla a su hogar, a que muriera y con ella su deseo de volver a verla. Pero decidió que la solución no estaba en el Peter niño por eso se despidió del hada y le juró a Wendy que volvería. Pasaron los años y el niño que jamás crecía vagaba por la Tierra buscando una cura que jamás encontraría. Cansada de esperar, Wendy, entre sus típicos dolores, se embadurnó de polvo de hada, necesario para emprender el largo viaje interestelar, y salió a buscarlo.
Voló y voló y, agotada la magia, descendió suave y torpemente en una parcela de suelo mullido y esponjoso, lleno de hojas caídas de arce rojo. Curiosamente se hallaba en el parque en el que desaparecían los bebés de los carritos en los descuidos de sus nanas, como en su día les ocurrió a los Niños Perdidos. Era reconfortante aspirar de nuevo ese aire tan puro, aunque los pulmones le ardían por el esfuerzo. El agotamiento la hizo buscar un sitio donde poder tomar aliento y recuperarse, pero se temía lo peor. El destino quiso que se encaminara hacia aquel banco. Sentado en él había un viejo cabizbajo que lloraba. Ella le alzó suavemente la barbilla y al ver sus ojos reconoció a su Peter. Al niño le había sorprendido el tiempo. Wendy le puso los dedos en los labios acallando el desosiego que le empezaba a brotar del alma, y tras besarlos se reclinó en su hombro, encontrando la calma más pura. Así vieron juntos el último atardecer.






No hay comentarios:

Publicar un comentario