martes, 25 de febrero de 2014

Mi pesadilla recurrente de hoy.

Hoy me he debatido en sueños por lograr despertarme y cuando por fin lo he hecho no he podido evitarlo y me he echado a llorar. Pocas veces he sentido ese miedo irracional que provocan las pesadillas pero últimamente son tremendamente desagradables y me superan. Pero hoy he sentido verdadero miedo porque, cuando he podido volver a coger el sueño, uno de los personajes me ha perseguido en el siguiente sueño, atrapándome en mi propia casa y terminando con los míos. Aún no puedo olvidar los fragmentos más espeluznantes de la pesadilla que se han grabado a fuego en mi memoria:

"Las tres brujas parloteaban nerviosas en la capilla, su lugar habitual de reunión en las noches de luna llena. Aquella noche presentían la presencia de un ser oscuro en los alrededores de la aldea. Quizá un espíritu maligno había despertado a la luz del satélite. Nadie más podía saber la naturaleza de la causa del enrarecimiento del ambiente impregnado de putrefacción y miedo. Aunque los aldeanos sí se habían mostrado más inquietos que de costumbre. Nadie de la aldea sabía de las capacidades de las tres mujeres que de día hacían vida normal en aquella villa y sospechaban que, gracias a su discreción, no lo adivinarían nunca. Sin embargo, la más joven de ellas, la iniciada más reciente por sus increíbles poderes, no aceptaba esa condición y era tal su miedo a que lo descubrieran sus hermanas que callaba y seguía adelante.
Entonces las brujas callaron de repente. Se oían unos pasos apresurados y unos jadeos en medio de la noche que retumbaron en la capilla cuando uno de los feligreses irrumpió en la estancia apretando un rosario entre sus manos y murmurando fuera de sí.
-Está aquí.¡¡ Está aquí!! No es mi hora aún. ¡No es mi hora! Dios de mi vida, ayúdame, te lo imploro.
Entonces el aterrorizado feligrés se percató de la presencia de las brujas.
-Ayúdenme , se lo ruego.
Una de las brujas se acercó al hombre con el fin aparente de consolarlo, sin embargo sus uñas se convirtieron en garras que se hundieron en la carne del hombre, que profirió un grito de dolor que rompió el silencio de la noche. La otra bruja más veterana apartó suavemente a la iniciada que trataba de evitar el temblor que la sacudía y se colocaron frente al hombre como si fueran a presenciar un ritual o un espectáculo. La iniciada no sabía qué iba a pasar pero por cómo se comportaban sus hermanas intuía que aquello ya lo habían hecho más veces. Entonces por la puerta de la capilla entró alguien. El chasquido de sus rodillas delataba su edad avanzada. La iniciada giró levemente la cabeza hacia la puerta para ver mejor. Allí había un hombre que vestía como un sacerdote. Parecía un hombre anciano de gesto desagradable. Se acercó a las dos brujas que observaban al feligrés que se revolvía inquieto y no paraba de murmurar “No me dolerá ¿verdad?”. Pero ninguna de sus hermanas parecía verlo. Lo sentían, lo oían, pero no lo veían y ella sí aunque desearía no verlo. y las señaló con una mano ajada y deformada quizá por la artrosis. Al acercarse el sacerdote se percató de que la iniciada lo veía y la sonrió dejando escapar un aliento putrefacto. La joven bruja no pudo contener el miedo que se dibujó en su cara. El sacerdote la señaló. Sabía que la perseguiría en sus sueños. Él se lo dijo sin hablar. Pero aquella noche no iba a por ella. Iba a por aquel hombre que temblaba violentamente.
Entonces el sacerdote clavó sus ojos en el feligrés que destilaba terror. Y la joven bruja que se había quedado paralizada por el miedo se dio cuenta de que las piernas del sacerdote se movían en ángulos inhumanos, y que sus articulaciones se doblaban haciendo que el sacerdote cojeara de forma muy evidente.
Al llegar a la altura del feligrés el sacerdote se colocó en frente de él como calculando las proporciones del cuerpo de aquel humano. El feligrés no podía verlo pero sus pupilas reaccionaron a su presencia dilatándose.Entonces abrió su boca que se desencajó y alcanzó un tamaño enorme para poder introducirla en la cara del hombre pudriendo sus tejidos. El sacerdote paraba de vez en cuando para salivar y ver cómo iba quedando destrozado el cuerpo de aquel humano, disfrutando de su propia obra, deleitándose con aquel festín. Poco a poco el sacerdote engulló a aquel hombre y reduciéndolo a la nada. Cuando hubo terminado se esfumó dirigiéndole a la iniciada una sonrisa grotesca con aquella boca descomunal."


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