miércoles, 5 de febrero de 2014
El desgaste de la búsqueda incesante de la perfección.
Me levanto cada día con la apremiante necesidad de ser la persona en la que me quiero convertir para venirme abajo al perder esa furia al primer atisbo de error cometido. Y entonces pienso: hoy tampoco estoy en condiciones de ser quién quiero ser. Y así pasan mis días, buscando alcanzar una perfección idílica que me queda infinitamente lejos pero que me impide estar a gusto con lo que soy indicándome, como si de un letrero de neón se tratara, que no soy lo que debería y me gustaría ser. Que soy un desastre. Que poco queda en mí de ese ser en potencia. Y cada día gasto más carburante en poner en marcha la máquina de mis sueños pero resulta que ese carburante no es el más adecuado para llegar a mi meta, quizá no tenga la suficiente energía para tales esfuerzos. O quizá no sea mi chispa suficiente para iniciar la explosión que revolucionará mi interior. Y así poco a poco me desgasto en la búsqueda de ideales que me mantienen presa de un deseo desesperado por llegar a ser por el camino fácil de despertar una mañana con la sensación de haberlo conseguido todo. Qué mal vicio. Qué poco inteligente aferrarse a la idea de una vida vacía de intentos frustrados, fracasos, errores. Qué pena consumirse esnifando los restos de logros pasados, de logros de otros. Ahora soy una yonki que se arrastra por unos gramos de polvos de hada, por un poco de falsa felicidad. Con lo que cuesta volver a la cruda realidad, a ésa que a veces se hace insoportable por lo imperfectos que nos vuelve, a ésa que nos recuerda que somos valientes por tirar adelante siendo quienes somos y no fantasmas de quienes queremos ser.
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