viernes, 28 de febrero de 2014
Mi constelación.
Al mirar a las estrellas veo tu cuerpo dibujado en ellas y es tan bello que hipnotizado quedo y así como yo muchos otros hombres.
miércoles, 26 de febrero de 2014
martes, 25 de febrero de 2014
Mi pesadilla recurrente de hoy.
Hoy me he debatido en sueños por lograr despertarme y cuando por fin lo he hecho no he podido evitarlo y me he echado a llorar. Pocas veces he sentido ese miedo irracional que provocan las pesadillas pero últimamente son tremendamente desagradables y me superan. Pero hoy he sentido verdadero miedo porque, cuando he podido volver a coger el sueño, uno de los personajes me ha perseguido en el siguiente sueño, atrapándome en mi propia casa y terminando con los míos. Aún no puedo olvidar los fragmentos más espeluznantes de la pesadilla que se han grabado a fuego en mi memoria:
"Las tres brujas parloteaban nerviosas en la capilla, su lugar habitual de reunión en las noches de luna llena. Aquella noche presentían la presencia de un ser oscuro en los alrededores de la aldea. Quizá un espíritu maligno había despertado a la luz del satélite. Nadie más podía saber la naturaleza de la causa del enrarecimiento del ambiente impregnado de putrefacción y miedo. Aunque los aldeanos sí se habían mostrado más inquietos que de costumbre. Nadie de la aldea sabía de las capacidades de las tres mujeres que de día hacían vida normal en aquella villa y sospechaban que, gracias a su discreción, no lo adivinarían nunca. Sin embargo, la más joven de ellas, la iniciada más reciente por sus increíbles poderes, no aceptaba esa condición y era tal su miedo a que lo descubrieran sus hermanas que callaba y seguía adelante.
Entonces las brujas callaron de repente. Se oían unos pasos apresurados y unos jadeos en medio de la noche que retumbaron en la capilla cuando uno de los feligreses irrumpió en la estancia apretando un rosario entre sus manos y murmurando fuera de sí.
-Está aquí.¡¡ Está aquí!! No es mi hora aún. ¡No es mi hora! Dios de mi vida, ayúdame, te lo imploro.
Entonces el aterrorizado feligrés se percató de la presencia de las brujas.
-Ayúdenme , se lo ruego.
Una de las brujas se acercó al hombre con el fin aparente de consolarlo, sin embargo sus uñas se convirtieron en garras que se hundieron en la carne del hombre, que profirió un grito de dolor que rompió el silencio de la noche. La otra bruja más veterana apartó suavemente a la iniciada que trataba de evitar el temblor que la sacudía y se colocaron frente al hombre como si fueran a presenciar un ritual o un espectáculo. La iniciada no sabía qué iba a pasar pero por cómo se comportaban sus hermanas intuía que aquello ya lo habían hecho más veces. Entonces por la puerta de la capilla entró alguien. El chasquido de sus rodillas delataba su edad avanzada. La iniciada giró levemente la cabeza hacia la puerta para ver mejor. Allí había un hombre que vestía como un sacerdote. Parecía un hombre anciano de gesto desagradable. Se acercó a las dos brujas que observaban al feligrés que se revolvía inquieto y no paraba de murmurar “No me dolerá ¿verdad?”. Pero ninguna de sus hermanas parecía verlo. Lo sentían, lo oían, pero no lo veían y ella sí aunque desearía no verlo. y las señaló con una mano ajada y deformada quizá por la artrosis. Al acercarse el sacerdote se percató de que la iniciada lo veía y la sonrió dejando escapar un aliento putrefacto. La joven bruja no pudo contener el miedo que se dibujó en su cara. El sacerdote la señaló. Sabía que la perseguiría en sus sueños. Él se lo dijo sin hablar. Pero aquella noche no iba a por ella. Iba a por aquel hombre que temblaba violentamente.
Entonces el sacerdote clavó sus ojos en el feligrés que destilaba terror. Y la joven bruja que se había quedado paralizada por el miedo se dio cuenta de que las piernas del sacerdote se movían en ángulos inhumanos, y que sus articulaciones se doblaban haciendo que el sacerdote cojeara de forma muy evidente.
Al llegar a la altura del feligrés el sacerdote se colocó en frente de él como calculando las proporciones del cuerpo de aquel humano. El feligrés no podía verlo pero sus pupilas reaccionaron a su presencia dilatándose.Entonces abrió su boca que se desencajó y alcanzó un tamaño enorme para poder introducirla en la cara del hombre pudriendo sus tejidos. El sacerdote paraba de vez en cuando para salivar y ver cómo iba quedando destrozado el cuerpo de aquel humano, disfrutando de su propia obra, deleitándose con aquel festín. Poco a poco el sacerdote engulló a aquel hombre y reduciéndolo a la nada. Cuando hubo terminado se esfumó dirigiéndole a la iniciada una sonrisa grotesca con aquella boca descomunal."
"Las tres brujas parloteaban nerviosas en la capilla, su lugar habitual de reunión en las noches de luna llena. Aquella noche presentían la presencia de un ser oscuro en los alrededores de la aldea. Quizá un espíritu maligno había despertado a la luz del satélite. Nadie más podía saber la naturaleza de la causa del enrarecimiento del ambiente impregnado de putrefacción y miedo. Aunque los aldeanos sí se habían mostrado más inquietos que de costumbre. Nadie de la aldea sabía de las capacidades de las tres mujeres que de día hacían vida normal en aquella villa y sospechaban que, gracias a su discreción, no lo adivinarían nunca. Sin embargo, la más joven de ellas, la iniciada más reciente por sus increíbles poderes, no aceptaba esa condición y era tal su miedo a que lo descubrieran sus hermanas que callaba y seguía adelante.
Entonces las brujas callaron de repente. Se oían unos pasos apresurados y unos jadeos en medio de la noche que retumbaron en la capilla cuando uno de los feligreses irrumpió en la estancia apretando un rosario entre sus manos y murmurando fuera de sí.
-Está aquí.¡¡ Está aquí!! No es mi hora aún. ¡No es mi hora! Dios de mi vida, ayúdame, te lo imploro.
Entonces el aterrorizado feligrés se percató de la presencia de las brujas.
-Ayúdenme , se lo ruego.
Una de las brujas se acercó al hombre con el fin aparente de consolarlo, sin embargo sus uñas se convirtieron en garras que se hundieron en la carne del hombre, que profirió un grito de dolor que rompió el silencio de la noche. La otra bruja más veterana apartó suavemente a la iniciada que trataba de evitar el temblor que la sacudía y se colocaron frente al hombre como si fueran a presenciar un ritual o un espectáculo. La iniciada no sabía qué iba a pasar pero por cómo se comportaban sus hermanas intuía que aquello ya lo habían hecho más veces. Entonces por la puerta de la capilla entró alguien. El chasquido de sus rodillas delataba su edad avanzada. La iniciada giró levemente la cabeza hacia la puerta para ver mejor. Allí había un hombre que vestía como un sacerdote. Parecía un hombre anciano de gesto desagradable. Se acercó a las dos brujas que observaban al feligrés que se revolvía inquieto y no paraba de murmurar “No me dolerá ¿verdad?”. Pero ninguna de sus hermanas parecía verlo. Lo sentían, lo oían, pero no lo veían y ella sí aunque desearía no verlo. y las señaló con una mano ajada y deformada quizá por la artrosis. Al acercarse el sacerdote se percató de que la iniciada lo veía y la sonrió dejando escapar un aliento putrefacto. La joven bruja no pudo contener el miedo que se dibujó en su cara. El sacerdote la señaló. Sabía que la perseguiría en sus sueños. Él se lo dijo sin hablar. Pero aquella noche no iba a por ella. Iba a por aquel hombre que temblaba violentamente.
Entonces el sacerdote clavó sus ojos en el feligrés que destilaba terror. Y la joven bruja que se había quedado paralizada por el miedo se dio cuenta de que las piernas del sacerdote se movían en ángulos inhumanos, y que sus articulaciones se doblaban haciendo que el sacerdote cojeara de forma muy evidente.
Al llegar a la altura del feligrés el sacerdote se colocó en frente de él como calculando las proporciones del cuerpo de aquel humano. El feligrés no podía verlo pero sus pupilas reaccionaron a su presencia dilatándose.Entonces abrió su boca que se desencajó y alcanzó un tamaño enorme para poder introducirla en la cara del hombre pudriendo sus tejidos. El sacerdote paraba de vez en cuando para salivar y ver cómo iba quedando destrozado el cuerpo de aquel humano, disfrutando de su propia obra, deleitándose con aquel festín. Poco a poco el sacerdote engulló a aquel hombre y reduciéndolo a la nada. Cuando hubo terminado se esfumó dirigiéndole a la iniciada una sonrisa grotesca con aquella boca descomunal."
viernes, 21 de febrero de 2014
jueves, 20 de febrero de 2014
Kirien.
Pocos se atrevían a hablar de ella, sin embargo todos la conocían. Su nombre era Kirien y ella misma se encargaba de que nadie lo olvidara jamás. Vivía en lo más profundo del bosque y los aldeanos aseguraban que su alma se había fundido con la del bosque y eran uno solo y que éste la protegía por favor de los dioses. Muchos eran los hombres que querían ganarse su corazón, otros muchos querían someterla y no pocos reclamaban su cabeza a cambio de jugosas recompensas. Sin embargo, sólo aquel que supo amarla de verdad supo entender que lo único por lo que ella vivía era por su libertad. Por eso ahora escribo su historia, porque es lo único que me queda de ella junto los dibujos que realicé a escondidas. Aún la recuerdo con su carcaj lleno de flechas y su arco de ébano, su pelo acariciando rebelde sus brazos, su pecho, su espalda, sus ojos fijos en el objetivo y sus dedos tensando la cuerda mientras contenía la respiración a la espera de resultar lo más letal posible.
Fofucha
Por fin en el pequeño cuartito de estar de Doña Fofucha nació la primera muñeca al calor de la lumbre. Quedaba mucho que pulir pero la anciana había hecho realidad su último sueño: fabricar una muñeca para la niña que le traía cada día el pan del pueblo a cambio de unas pesetas. Por fin la vería sonreir de verdad.
miércoles, 12 de febrero de 2014
El corazón de la montaña.
A la pequeña Gabriel le encantaba esconderse tras los arbustos para escuchar las historias que contaban los mayores de la aldea al calor de la hoguera y bajo la tenue luz de las estrellas sobre el cielo de la villa a la sombra de las montañas. En sus ojos chispeaban la emoción de lo prohibido y la avidez de la aventura. Temía que la descubrieran por los inevitablemente ruidosos y delatores trotes de su corazón pero aquello era lo que hacía de su desobediencia algo realmente excitante.
Le encantaban las historias de bufones que con la excusa de contar grandiosas hazañas se colaban en la corte para cortejar a princesas y doncellas, de heroínas que se ocultaban en el corazón del bosque, de guerreros que surcaban los cielos a lomos de dragones que dormitaban en las cuevas de las montañas... Pero aquella noche oiría una historia muy distinta.
Los pueblos del este habían sucumbido a las huestes del Caos. Así era como llamaban los humanos a esas hordas de criaturas que adoraban al Desequilibrio, la fuerza que cambiaba las cosas. Querían un cambio de tornas, un nuevo orden y sumir al mundo en un terrible e interminable caos. La fuerza de la expansión del Caos era tal que había llegado al otro lado de la Cordillera y la villa de Gabriel sería la primera en caer si lograban traspasar la cadena de montañas.
Gabriel se horrorizó ante aquellas noticias, a pesar de lo pequeña que era. Comprendía que las consecuencias podían ser terribles y que las probabilidades de no volver a ver su hogar y a su familia tal y como ahora los veía y amaba, eran muy altas. Por eso a Gabriel le entraron unas ganas tremendas de llorar. Sin embargo, no sentía miedo. Quería hacer algo. Por eso alzó su mirada al cielo y rezó a las estrellas. Quizá ellas tuvieran respuestas. Entonces, una luna gigantesca que había permanecido oculta tras una nube espesa iluminó las montañas. "¡Pues claro!", pensó la pequeña. ¡El brujo de la montaña! Él sabría qué hacer.
Esa misma noche Gabriel inició la caminata hacia la cueva del brujo. En su mente se iban aclarando las ideas. Escaló peñascos y riscos imposibles con la sola fuerza de sus pequeñas manitas y de su férrea voluntad y al fin llegó a la cueva.
El brujo andaba sumido en sus pensamientos y la pequeña Gabriel no tuvo más remedio que arrancarlo de sus ensoñaciones con un decidido saludo cordial. "Buenos días señor brujo de la montaña". El brujo sacudió la cabeza como para intentar sacar aquella molesta niña de sus oídos. ¿Una niña? Quizá se había esforzado más de lo normal en sus cavilaciones y tenía alucinaciones... Pero la pequeña, que era de carne y hueso y con un timbre de voz bastante ruidoso, volvió a saludarle. Así que todo aquello era real. El brujo resopló molesto por su presencia. Sin embargo a la niña no pareció cambiarle el ánimo y con toda la naturalidad del mundo le explicó al brujo lo que se contaba en la aldea. El brujo, que había olvidado lo molesta que podía resultarle aquella niña con voz de pito que reverberaba por doquier martilleándole sin piedad los tímpanos, saltó de la roca de pensar en la que solía sentarse a meditar farfullando. "¿Qué piensa señor brujo?", dijo la niña después de permitirle al brujo pasar un buen rato pensando en alto.
"Es hora de despertar a la montaña", dijo por fin. "Ella detendrá a los invasores y quizá les dé tal merecido que no vuelvan por aquí en mucho tiempo". La niña aplaudió entusiasmada por haber encontrado una solución. "Sin embargo, hemos de hacerla despertar y eso no es tarea sencilla. Hemos de llegar a su corazón helado y volver a infundirle el calor necesario para esta batalla."
Gabriel no necesitaba oir más. Ya estaba lista para la aventura.
Le encantaban las historias de bufones que con la excusa de contar grandiosas hazañas se colaban en la corte para cortejar a princesas y doncellas, de heroínas que se ocultaban en el corazón del bosque, de guerreros que surcaban los cielos a lomos de dragones que dormitaban en las cuevas de las montañas... Pero aquella noche oiría una historia muy distinta.
Los pueblos del este habían sucumbido a las huestes del Caos. Así era como llamaban los humanos a esas hordas de criaturas que adoraban al Desequilibrio, la fuerza que cambiaba las cosas. Querían un cambio de tornas, un nuevo orden y sumir al mundo en un terrible e interminable caos. La fuerza de la expansión del Caos era tal que había llegado al otro lado de la Cordillera y la villa de Gabriel sería la primera en caer si lograban traspasar la cadena de montañas.
Gabriel se horrorizó ante aquellas noticias, a pesar de lo pequeña que era. Comprendía que las consecuencias podían ser terribles y que las probabilidades de no volver a ver su hogar y a su familia tal y como ahora los veía y amaba, eran muy altas. Por eso a Gabriel le entraron unas ganas tremendas de llorar. Sin embargo, no sentía miedo. Quería hacer algo. Por eso alzó su mirada al cielo y rezó a las estrellas. Quizá ellas tuvieran respuestas. Entonces, una luna gigantesca que había permanecido oculta tras una nube espesa iluminó las montañas. "¡Pues claro!", pensó la pequeña. ¡El brujo de la montaña! Él sabría qué hacer.
Esa misma noche Gabriel inició la caminata hacia la cueva del brujo. En su mente se iban aclarando las ideas. Escaló peñascos y riscos imposibles con la sola fuerza de sus pequeñas manitas y de su férrea voluntad y al fin llegó a la cueva.
El brujo andaba sumido en sus pensamientos y la pequeña Gabriel no tuvo más remedio que arrancarlo de sus ensoñaciones con un decidido saludo cordial. "Buenos días señor brujo de la montaña". El brujo sacudió la cabeza como para intentar sacar aquella molesta niña de sus oídos. ¿Una niña? Quizá se había esforzado más de lo normal en sus cavilaciones y tenía alucinaciones... Pero la pequeña, que era de carne y hueso y con un timbre de voz bastante ruidoso, volvió a saludarle. Así que todo aquello era real. El brujo resopló molesto por su presencia. Sin embargo a la niña no pareció cambiarle el ánimo y con toda la naturalidad del mundo le explicó al brujo lo que se contaba en la aldea. El brujo, que había olvidado lo molesta que podía resultarle aquella niña con voz de pito que reverberaba por doquier martilleándole sin piedad los tímpanos, saltó de la roca de pensar en la que solía sentarse a meditar farfullando. "¿Qué piensa señor brujo?", dijo la niña después de permitirle al brujo pasar un buen rato pensando en alto.
"Es hora de despertar a la montaña", dijo por fin. "Ella detendrá a los invasores y quizá les dé tal merecido que no vuelvan por aquí en mucho tiempo". La niña aplaudió entusiasmada por haber encontrado una solución. "Sin embargo, hemos de hacerla despertar y eso no es tarea sencilla. Hemos de llegar a su corazón helado y volver a infundirle el calor necesario para esta batalla."
Gabriel no necesitaba oir más. Ya estaba lista para la aventura.
Yiekele.
Yiekele es un personaje fascinante, tan admirable que sólo puedo animar a que lo descubrais leyendo El Libro de los Portales, de Laura Gallego. Gracias una vez más por poblar mi imaginación de maravillosas criaturas.
jueves, 6 de febrero de 2014
Una limosna.
Es increíble lo que hacen las palabras en mí. De repente me siento abandonada, de repente me arropan y me dan una limosna, para que la espera no se me haga tan dura ni el invierno tan largo. Me deben ver en un estado espantoso para acercarse a mí de esa manera, derrochando caridad. Y así entre limosna y limosna voy tirando, rellenando vacíos, dibujando fantasías, haciendo de la realidad algo más llevadero y del paso de los días algo menos angustioso.
Yayo.
Yayo, qué de cosas pude contarte de mi vida para que las llevaras contigo eternamente, que no te conté. Qué de cosas pude haber hecho para que te fueras orgulloso de tu nieta mayor, que aún tengo por hacer. Qué de cosas te perderás de mi vida por no haberme dado yo la suficiente prisa como para que pudieras presenciarlas. Yayo, te debo tantas cosas... Gracias a ti sé lo que debo hacer. Te fuiste y nos dejaste perdidos, sin rumbo. Sin embargo, desbrozando de los recuerdos aún vivos tus consejos y tus sabias palabras estoy encontrando mi camino. Quizá me cueste un poco, ya sabes que soy trabajadora pero a mi ritmo, pero acabaré consiguiéndolo. Te lo prometo. Por ti lo haré. Por ti lo intentaré hasta la saciedad. Y en cada logro estarás tú y sé que tú me ayudarás a salir de cada fracaso y me alentarás para volverlo a intentar con la cabeza bien alta. Sé que ahora parte de ti está en mí y eso lo llevaré conmigo hasta el fin de mis días como el bien más preciado.
Nuestra realidad. Para no olvidarla jamás.
Un día más Teresa abría los ojos bien temprano y un día más volvía a preguntarse qué demonios hacía en aquella habitación durmiendo a escaso medio metro de su hija si habría jurado que a las doce de la noche se había acostado junto a su marido en la cama de matrimonio de su habitación, como todas las noches. Pensó que quizá su pequeña había tenido una pesadilla y había ido a tranquilizarla quedándose dormida en la cama de al lado. Sin embargo, no lo recordaba y al fijarse mejor en su hija advirtió que ya no quedaba rastro de aquella niña inquieta y lista como ella sola, que aparecía de vez en cuando en su pensamiento cuando se quedaba dormitando la siesta en el sofá y acudían a ella fragmentos del pasado. En su lugar estaba la mujer que era ahora, más cansada y ojerosa pero toda una mujer. Teresa se miró las manos y en vez de descubrir las manos jóvenes de las que siempre había presumido, se encontró con unas manos ajadas y viejas, con manchas y un tanto doloridas por la artrosis. ¿Por qué llevaba dos alianzas? No recordaba que Marcelino le diera la suya. Pensó que más tarde se lo preguntaría. Cerró los ojos pensando que tal vez era todo una fea pesadilla. Pero no ocurrió nada. No volvió a despertar porque ya estaba despierta y nada había cambiado ni cambiaría. Entonces, después de superar en silencio el batacazo, Teresa empezó a situarse en el tiempo. No era joven y su hija no era pequeña. No lograba recordar cómo había sucedido aquello, cómo había llegado tan rápido la vejez que tan lejana se le antojaba siempre, pero era así, porque así lo veían y se lo hacían saber sus ojos. Se incorporó en la cama y como si no pudiera soportar aquel silencio llamó a su hija: ¿Mari?
Como un resorte su hija saltó de la cama para atenderla. ¿Por qué estaba tan preocupada? Ella sólo la había llamado para subir las persianas pero al verla tan ojerosa y nerviosa prefirió no comentarle su sensación al despertar. Así que, como siempre hacía, se puso sus zapatillas y se fue al salón. Marce estaría allí y podría hablar con él de su desazón mientras cortaban las judías para la cena. Pero la radio que él solía encender al levantarse no sonaba. ¿Dónde estaba? ¿Por qué ella no lograba recordar qué había pasado con su marido? Se sentó en el sillón porque le pesaban demasiado las piernas y porque no tenía otra cosa que hacer. Sus ojos revisaron el pequeño cuartito de estar. Todo parecía estar en orden. Pero ¿dónde estaba Marce? ¿Estaría comprando ya el pan? ¡Qué hombre! Cómo le gustaba madrugar para ser el primero en llegar al horno y traer las mejores barras de pan, bien cociditas y crujientes, y luego ponerse a leer el periódico. Quizá luego bajarían a dar una vuelta hasta el Auditorio y quizá allí se encontrarían con la madre de Asun, tan simpática...
Entonces apareció Mari con el desayuno, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos, el descafeinado con sus seis tostaditas, como a ella le gustaba le esperaban en la mesita. Mari la sentó de mil amores entre carantoñas y mimos y la apretó un poco contra la mesa para que no tuviera que hacer esfuerzos en acercarse las tostadas. Mari antes no era tan besucona pero le gustaba que su hija la colmara de besos, le recordaba cuando de pequeña la abrazaba por cualquier cosita. ¿Y Toñi? De repente se acordó de su hija mayor. ¿Por qué no estaba allí? Estaría trabajando o con las niñas. No tardaría en llamar diciendo que iba a verles por la tarde como casi todas las tardes,pensó tranquilizándose. Quizá le había dejado el recado a Marce. ¿Dónde se había metido? Entonces sintió presión en los dedos. Como casi siempre se levantaba con los dedos algo hinchados por la circulación, no le preocupó. Se aflojaría un poco la alianza. ¿Por qué llevaba dos? No recordaba que Marce le hubiera dado la suya. ¿Dónde estaba? Quiso preguntar pero algo en su interior le recordó que era mejor dejarlo estar. Si no estaba alguien estaría con él. Entonces, algo de un hospital empezó a retumbarle en la cabeza como un eco molesto. Luego mientras se tomaba la última tostada el recuerdo de su hija diciéndole que Marce no había aguantado la estancia en el hospital la hizo comprender que había llegado el momento. El momento de que la única cosa que podía separarles los alejara de verdad:la muerte.
Consciente de ello hizo un momento de silencio, pero quizá su enfermedad de olvido o su fortaleza la obligaron a terminarse los restos de café y pedir a su hija la bolsa con la bufanda de ganchillo que la entretendría hasta la hora de la comida.
Como un resorte su hija saltó de la cama para atenderla. ¿Por qué estaba tan preocupada? Ella sólo la había llamado para subir las persianas pero al verla tan ojerosa y nerviosa prefirió no comentarle su sensación al despertar. Así que, como siempre hacía, se puso sus zapatillas y se fue al salón. Marce estaría allí y podría hablar con él de su desazón mientras cortaban las judías para la cena. Pero la radio que él solía encender al levantarse no sonaba. ¿Dónde estaba? ¿Por qué ella no lograba recordar qué había pasado con su marido? Se sentó en el sillón porque le pesaban demasiado las piernas y porque no tenía otra cosa que hacer. Sus ojos revisaron el pequeño cuartito de estar. Todo parecía estar en orden. Pero ¿dónde estaba Marce? ¿Estaría comprando ya el pan? ¡Qué hombre! Cómo le gustaba madrugar para ser el primero en llegar al horno y traer las mejores barras de pan, bien cociditas y crujientes, y luego ponerse a leer el periódico. Quizá luego bajarían a dar una vuelta hasta el Auditorio y quizá allí se encontrarían con la madre de Asun, tan simpática...
Entonces apareció Mari con el desayuno, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos, el descafeinado con sus seis tostaditas, como a ella le gustaba le esperaban en la mesita. Mari la sentó de mil amores entre carantoñas y mimos y la apretó un poco contra la mesa para que no tuviera que hacer esfuerzos en acercarse las tostadas. Mari antes no era tan besucona pero le gustaba que su hija la colmara de besos, le recordaba cuando de pequeña la abrazaba por cualquier cosita. ¿Y Toñi? De repente se acordó de su hija mayor. ¿Por qué no estaba allí? Estaría trabajando o con las niñas. No tardaría en llamar diciendo que iba a verles por la tarde como casi todas las tardes,pensó tranquilizándose. Quizá le había dejado el recado a Marce. ¿Dónde se había metido? Entonces sintió presión en los dedos. Como casi siempre se levantaba con los dedos algo hinchados por la circulación, no le preocupó. Se aflojaría un poco la alianza. ¿Por qué llevaba dos? No recordaba que Marce le hubiera dado la suya. ¿Dónde estaba? Quiso preguntar pero algo en su interior le recordó que era mejor dejarlo estar. Si no estaba alguien estaría con él. Entonces, algo de un hospital empezó a retumbarle en la cabeza como un eco molesto. Luego mientras se tomaba la última tostada el recuerdo de su hija diciéndole que Marce no había aguantado la estancia en el hospital la hizo comprender que había llegado el momento. El momento de que la única cosa que podía separarles los alejara de verdad:la muerte.
Consciente de ello hizo un momento de silencio, pero quizá su enfermedad de olvido o su fortaleza la obligaron a terminarse los restos de café y pedir a su hija la bolsa con la bufanda de ganchillo que la entretendría hasta la hora de la comida.
Peces en el río.
Mente en blanco. Cierro los ojos, viajo entre recuerdos y pensamientos desordenados en un intento desesperado de buscar algo de inspiración en mi interior, algo que impulse de nuevo mi imaginación y que me dé alas después de estos malos tiempos que han mermado mis ganas de volar... Sin embargo, hoy estoy vacía. Hoy no hay nada suculento que cazar en este río de aguas oscuras y turbulentas. Quizá cuando vuelva la calma, cuando las aguas se tornen de nuevo cristalinas, veré, como dice el villancico, los peces en el río.
miércoles, 5 de febrero de 2014
Cantares de guerra.
La última guerra mundial, lejana ya en la memoria de los descendientes de los escasos supervivientes por el paso de las centurias, y las constantes y brutales acometidas de un clima enfurecido habían asolado el planeta sumiendo a los seres humanos en una constante lucha por la supervivencia. Los clanes reorganizados se profesaban un odio consumado y guardaban celosamente los pocos recursos que tenían a su alcance.
Arnur era un tierra de clanes guerreros aliados que dominaban las montañas rocosas y sus glaciares y que, una vez controlados sus dominios pretendían expandirse hacia el horizonte hasta dar con las llanuras fértiles antes de la próxima glaciación. Pero sabían que el camino no sería fácil porque habría otros clanes luchando por el mismo objetivo y no mostrarían piedad con ellos como no habían mostrado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Los guerreros de Arnur habían convertido la guerra en su medio de vida y en el sentido de su existencia. Tanto era así que las mujeres no eran excluídas del ejército y eran adiestradas junto a los hombres en el manejo de las armas y la estrategia. Pero, además, sólo las elegidas eran las que se preparaban durante años para llamar a la guerra con sus voces.
Como era tradición Kiara se preparaba para la ceremonia oficial ante los soldados de Arnur. Ya llegaba a sus oídos el sonido de los tambores que la acompañarían durante el rito de elección. Había llegado a sus oídos que su presencia no pasaría desapercibida para el Consejo de Veteranos, pues siendo descendiente de grandes “llamadoras a la guerra” como su propia madre y su abuela, se la suponía una heredera con muchas posibilidades de ser elegida la próxima “llamadora”.
Tras las magníficas y difícilmente superables actuaciones de sus compañeras de aprendizaje por fin había llegado su turno. La audiencia de aquella noche en las faldas del Gran Glaciar de Arnur era inabarcable. Miles de guerreros en formación enfocaban sus miradas hacia la pequeña figura de Kiara que notaba cómo ardían sus mejillas. Sin embargo, una extraña e inexplicable energía la fue inundando como siempre que cantaba a la guerra y su voz sonó fuerte y enérgica colándose entre las grietas de la montaña. Los alaridos emocionados de la multitud sólo hicieron que dar alas a su voz que provocó la respuesta del glaciar. El Consejo de Veteranos sobrecogido por la voz de Kiara y la respuesta del Gran Glaciar, no necesitó deliberar y proclamaron a Kiara la Nueva Llamadora. La multitud prorrumpió en un estruendoso y reverberante grito de guerra acogiendo a su nueva Voz de la Guerra y Kiara se inclinó en una respetuosa reverencia hacia el Consejo para después arrodillarse y agradecer al Glaciar su buena suerte. Se sentía bendecida y a pesar de que su madre y su abuela se habían fundido con las nieves del glaciar tras la última nevada,podía sentir su presencia infundiendo en su espíritu la fuerza que caracterizaba a las mujeres de su familia.
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Arnur era un tierra de clanes guerreros aliados que dominaban las montañas rocosas y sus glaciares y que, una vez controlados sus dominios pretendían expandirse hacia el horizonte hasta dar con las llanuras fértiles antes de la próxima glaciación. Pero sabían que el camino no sería fácil porque habría otros clanes luchando por el mismo objetivo y no mostrarían piedad con ellos como no habían mostrado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Los guerreros de Arnur habían convertido la guerra en su medio de vida y en el sentido de su existencia. Tanto era así que las mujeres no eran excluídas del ejército y eran adiestradas junto a los hombres en el manejo de las armas y la estrategia. Pero, además, sólo las elegidas eran las que se preparaban durante años para llamar a la guerra con sus voces.
Como era tradición Kiara se preparaba para la ceremonia oficial ante los soldados de Arnur. Ya llegaba a sus oídos el sonido de los tambores que la acompañarían durante el rito de elección. Había llegado a sus oídos que su presencia no pasaría desapercibida para el Consejo de Veteranos, pues siendo descendiente de grandes “llamadoras a la guerra” como su propia madre y su abuela, se la suponía una heredera con muchas posibilidades de ser elegida la próxima “llamadora”.
Tras las magníficas y difícilmente superables actuaciones de sus compañeras de aprendizaje por fin había llegado su turno. La audiencia de aquella noche en las faldas del Gran Glaciar de Arnur era inabarcable. Miles de guerreros en formación enfocaban sus miradas hacia la pequeña figura de Kiara que notaba cómo ardían sus mejillas. Sin embargo, una extraña e inexplicable energía la fue inundando como siempre que cantaba a la guerra y su voz sonó fuerte y enérgica colándose entre las grietas de la montaña. Los alaridos emocionados de la multitud sólo hicieron que dar alas a su voz que provocó la respuesta del glaciar. El Consejo de Veteranos sobrecogido por la voz de Kiara y la respuesta del Gran Glaciar, no necesitó deliberar y proclamaron a Kiara la Nueva Llamadora. La multitud prorrumpió en un estruendoso y reverberante grito de guerra acogiendo a su nueva Voz de la Guerra y Kiara se inclinó en una respetuosa reverencia hacia el Consejo para después arrodillarse y agradecer al Glaciar su buena suerte. Se sentía bendecida y a pesar de que su madre y su abuela se habían fundido con las nieves del glaciar tras la última nevada,podía sentir su presencia infundiendo en su espíritu la fuerza que caracterizaba a las mujeres de su familia.
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El desgaste de la búsqueda incesante de la perfección.
Me levanto cada día con la apremiante necesidad de ser la persona en la que me quiero convertir para venirme abajo al perder esa furia al primer atisbo de error cometido. Y entonces pienso: hoy tampoco estoy en condiciones de ser quién quiero ser. Y así pasan mis días, buscando alcanzar una perfección idílica que me queda infinitamente lejos pero que me impide estar a gusto con lo que soy indicándome, como si de un letrero de neón se tratara, que no soy lo que debería y me gustaría ser. Que soy un desastre. Que poco queda en mí de ese ser en potencia. Y cada día gasto más carburante en poner en marcha la máquina de mis sueños pero resulta que ese carburante no es el más adecuado para llegar a mi meta, quizá no tenga la suficiente energía para tales esfuerzos. O quizá no sea mi chispa suficiente para iniciar la explosión que revolucionará mi interior. Y así poco a poco me desgasto en la búsqueda de ideales que me mantienen presa de un deseo desesperado por llegar a ser por el camino fácil de despertar una mañana con la sensación de haberlo conseguido todo. Qué mal vicio. Qué poco inteligente aferrarse a la idea de una vida vacía de intentos frustrados, fracasos, errores. Qué pena consumirse esnifando los restos de logros pasados, de logros de otros. Ahora soy una yonki que se arrastra por unos gramos de polvos de hada, por un poco de falsa felicidad. Con lo que cuesta volver a la cruda realidad, a ésa que a veces se hace insoportable por lo imperfectos que nos vuelve, a ésa que nos recuerda que somos valientes por tirar adelante siendo quienes somos y no fantasmas de quienes queremos ser.
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