domingo, 6 de marzo de 2011
El chip de la felicidad.
Una mañana una profesora me dijo que no tuviera tan altas expectativas ni de la vida ni de mí misma. ¿De verdad fue capaz de ver entonces el abismo por el que he atravesado al darme cuenta de la repercusión de sus palabras? ¿Quiso prevenirme de la infelicidad continua? ¿Quiso evitar el halo de tristeza que no abandona mi mirada desde entonces? ¿Quiso alertarme del problema que supone la ilusión desmedida por un mundo mejor? ¿Quiso darme a entender que la sombra de la enfermedad y la muerte siempre nos acecha extrayendo cada gota de nuestra energía y que no podemos hacer nada para evitarlo? Me pregunto si es cosa natural el que, con el paso del tiempo, con la edad y la experiencia, el ser humano se doblegue ante el poder, la muerte, las injusticias y las normas establecidas. Me pregunto si la lucha individual por la felicidad no puede extenderse a toda la Humanidad en pos de conseguir beneficios comunitarios. ¿Por qué nos dejamos vencer tan pronto? ¿Acaso nos colocan al nacer y con duración de quince años el chip de la felicidad para luego desconectárnoslo de golpe y olvidarnos a merced de una suerte que en muy pequeña proporción depende de cada uno de nosotros? ¿Quién maneja los hilos? ¿Quién o qué nos conduce hacia la pasividad y la desilusión? ¿Por qué se nos acaban las pilas tan pronto? ¿Qué te ayuda a recuperar la energía cada día? ¿Qué te impulsa a seguir, a no desfallecer? Quizá sea la brevedad de la vida la misma que nos da estos batacazos sin pedirnos permiso y nos alienta con pequeños retazos de felicidad.
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