sábado, 5 de marzo de 2011
A ti lector.
Sé que estás ahí, leyendo ávidamente mis palabras. Bebiendo de ellas como si fuera el primer calostro de tu corta existencia. La intuición te arrastra a ellas porque te dan la vida. Las necesitas porque te calman, te sacian, te alivian. Esperas mucho de ellas. Lo esperas todo. Tienes mono como lo tengo yo. Necesitas tu dosis diaria. Es lo único que te permite ese momento de íntima unión a lo más profundo de tu ser, a tus deseos, tus fantasías, tus necesidades, tus frustraciones... Y de algún modo también te une a mí. No nos conocemos ¿o quizá sí? Es probable que lleguemos a conocernos demasiado, que conectemos demasiado por ese fortísimo lazo que crean las palabras que hablan por nosotros, que dicen lo que no nos atrevemos a decir. Están por encima de lo físico, no tienen ataduras. Son libres, como tú y yo en este mismo instante. Sólo tú decides cuán fuerte puede ser esa íntima unión. Tú y sólo tú decides en qué momento me dejas entrar en tu vida. Sólo tú puedes poner fin a nuestro momento. Esta mágica unión es lo más parecido que hay al amor. No hay interés, tan sólo un espacio y un tiempo compartidos. Por eso yo también necesito de ti. Estoy enamorada de ti. Saber que estás en algún sitio sintiendo lo que yo siento me calma porque escribo para ti, por ti, porque sé que tú me leerás. En algún momento te acordarás de mí y volverás a mis palabras, porque son nuestras. Ya no sólo son mías. No sólo las siento yo, sino que son de los dos. Tuyas y mías. Te doy mi vida, cada segundo de mi tiempo es para ti. Mi intimidad es tuya. Tómala como un regalo desinteresado. Consérvalo en tu memoria y cúrate las heridas con cada palabra. Recuérdame y llévame siempre contigo. Te quiero.
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