domingo, 6 de marzo de 2011
Alzheimer.
Cuando la veo con la mirada ausente comiendo pipas sin parecer importarle nada lo que ocurre a su alrededor, cuando no sabe dónde colocar el servilletero en su propia casa, cuando no es consciente de la muerte de su propia hermana, cuando llora porque mi tía se va, cuando la pregunto por lo que ha comido y recurre a una ingeniosa respuesta.., sé que parte de ella se ha ido ya y no volverá. Su esencia de mujer fuerte, orgullosa, independiente se manifiesta de vez en cuando pero ya no es lo que era. Ahora mi abuela es una mujer sana pero sin recuerdos. La enfermedad se los ha borrado de un plumazo. Como consolación le ha permitido conservar los de su más tierna infancia que parecen grabados a fuego. Sólo cuando recurre a ellos recobra su carácter. Sin embargo, sus últimos años no serán más que olvido. El ser humano vive experiencias para poder recordarlas alguna vez, pero ¿qué pasa si no puedes acceder a tus propios recuerdos? ¿Qué clase de castigo es ése? ¿Este es el precio que hay que pagar por una vida longeva? Éste es otro de los motivos por los que escribo todo lo que puedo, todo lo que vivo. Quizá algún día tenga que recurrir a mis diarios para evitar que la sombra de la enfermedad motive a mis descendientes a sufrir y escribir lo mismo que sufro y escribo yo ahora.
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