Es algo curioso observar cómo vamos cambiando. El tiempo y las experiencias nos moldean. Te miras al espejo y no puedes evitar pensar el poco tiempo que te queda para todo y cómo tu cuerpo te va dando muestras de ir agotando su energía. Es curioso analizar no sólo el cambio físico, sino también el psíquico. Lo oímos muchas veces cuando un artista habla de su nuevo trabajo "más maduro que nunca", en el que se define mucho más su crecimiento personal. Al analizar tu vida retrospectivamente, lo que has vivido, cómo te has enfrentado a ello, te das cuenta de que desde tu nueva posición posiblemente te enfrentarías o lo encauzarías todo de otra manera, no le darías la misma importancia.
Comenzamos a andar inexpertos por la vida, felices, radicalmente inocentes, abiertos a todo, curiosos, incautos, enamorados... Pero, a medida que la vida nos cierra puertas o nos amputa las alas, se va adhiriendo a nuestras neuronas una capa de una sustancia oscura difícil de disolver, que va creciendo, enraizándose y diseminándose por nuestro ser doblegándolo, domesticándolo, convirtiéndonos en seres oscuros, en definitiva, hombres y mujeres grises. Los mismos que perseguían a Momo por creerla un peligro potencial para su banco de tiempo. Sin embargo, es parte de la vida. Es la estrategia que nos permite sobrevivir, enseñar, prevenir, aconsejar a otros, crear y cuidarnos a nosotros mismos de los peligros que nos acechan. Pero también es un monstruo que puede despojarte de tu propia voluntad, que puede pactar suciamente por tu alma, sin darte sosiego, que te viste de anciano cascarrabias a los ojos de los demás.
Sé prudente, cambia, madura, pero consérvate, no te vendas, no te rindas.
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