Aquella tarde Ana salía especialmente tarde de la facultad de Veterinaria. Se había transformado por unas cuantas y largas horas en una ratoncilla de biblioteca para poder acometer un trabajo de Historia de la Veterinaria que debía entregar a la mañana siguiente y se había entretenido mirando, leyendo y releyendo libros y numerosas noticias en aquellos perdiódicos olvidados en la hemeroteca. Borracha de tantas letras decidió salir a tomar el aire dando un paseo por los alrededores de la desierta facultad que ya empezaba a proyectar sombras sospechosas a aquellas horas en las que los estudiantes probablemente se encontrarían ya en sus casas con sus familias. En su cabeza aún resonaban fragmentos de aquellas noticias pero sin duda alguna una en concreto ocupaba su mente. Iba pensando en ella cuando de repente vio moverse algo, una sombra, en el depósito de cadáveres del departamento de Anatomía. El corazón le dio un vuelco sin poder remediarlo. Pestañeó con fuerza, probablemente los ojos cansados le habían jugado una mala pasada pero sabía que había visto algo extraño y como le pudo la curiosidad se acercó al lugar donde había percibido el movimiento. A medida que se acercaba, sus ojos se fueron abriendo más y más en una mueca de estupor. Cuando comprendió lo que allí había ocurrido echó a correr de nuevo hacia la biblioteca, aunque no estaba del todo segura de que aquello fuera buena idea, ni de si sería un lugar seguro para ella.
"Varias explotaciones ganaderas de Madrid han amanecido con ejemplares exangües. Las autoridades sanitarias están analizando los cadáveres en busca de la causa."
"Se han reportado varios casos de explotaciones enteras desoladas por un extraño mal en España, Francia, Alemania y Rumanía que vacía de sangre a los animales. Se han descartado brotes de una epidemia vírica o de otros agentes infecciosos y las autoridades sanitarias, que no logran dar con la causa, han creído oportuno silenciar los casos hasta el discernimiento de lo ocurrido para no generar alarma social. La sensación de descontrol y desasosiego recuerda aquella epidemia que asoló granjas en el siglo XVII en la que numerosos ganados fueron azotados por un mal desconocido e inidentificable. Según los pocos datos que se han mantenido desde entonces los animales estaban aparentemente sanos pero por las mañanas aparecían exangües, tanto que incluso en algunos parecía quedar sólo el pellejo sobre la carcasa. Entre las gentes humildes corría la leyenda de que el demonio se estaba esparciendo por la tierra adquiriendo la forma corpórea de una serpiente que poseía a los animales y se alimentaba de su sangre para crecer y dar lugar a decenas de serpientes que se liberaban del cuerpo del animal para llegar a sus nuevas presas y así poblar la tierra con serpientes y perpetuar el mal en ella."
¡Menuda sarta de pamplinas!, pensó Ana. No podía dar crédito a nada de lo que había visto y leído, así que eso era un claro indicativo de que tenía que irse a casa y descansar. Cogería el libro aquel que había estado ojeando, el de los grabados del albéitar con su aprendiz practicando una cesárea, que iba de las peripecias del aprendiz hasta que se convirtió en maestro y de sus viajes por Europa diseccionando cadáveres en busca de gusanos. Al menos podría intentar hacer en tiempo récord un trabajo mediocre sobre él.
-Buenas noches Ana.
El respingo que dio la chica al oir al profesor que la había saludado no le pasó desapercibido a éste que le preguntó si se encontraba bien pues la veía pálida y nerviosa. Al levantar la mirada hacia él Ana no pudo evitar que sus ojos se fijaran demasiado en un pequeño resto de algo que parecía sangre en la comisura izquierda de la boca del profesor. Algo le hizo desviar la mirada y querer salir pitando de allí. Un miedo irracional se había apoderado de ella, temía estarse metiendo en algo que no le correspondía. Quizá tan sólo eran alucinaciones de su mente fantasiosa pero era todo tan sumamente real... Y tan sumamente raro... Entonces llegó a su mente como un flashazo el grabado del retrato del albéitar sobre el que había elegido hacer su trabajo... El aprendiz era el mismo rostro que ahora tenía ante ella, pero modernizado, adaptado a esta época moderna. ¡Cómo podía ser! Antes de poder reaccionar Ana se desmayó.
Despertó después de unos quince minutos de sopor y confusión. Estaba sola en la biblioteca e intentó recordar qué había pasado. Con un poco de suerte todo habría sido una pesadilla en una de esas incontrolables cabezadas en la biblioteca, pensó. Sin embargo, poco a poco se fueron ordenando todas aquellas imágenes: la sombra en el depósito de cadáveres, el perro exangüe, las leyendas sobre un mal desconocido que atacaba a animales sanos, el albéitar que viajó por Europa.., ¡y el profesor! Ana no salía de su asombro. Aquello era imposible, una locura, un producto de su fantasía, un sinsentido... Aún con el susto en el cuerpo cogió el libro que necesitaba y se fue a casa. Nunca había corrido tanto para alcanzar el último autobús e hizo bien porque unos ojos la acechaban y no podía huir de aquella horrible sensación que la acompañaría durante todo el trayecto.
A salvo de todo en su habitación se enfrascó en la lectura de aquel libro... Y llegó al grabado del aprendiz y de nuevo reconoció su cara. Entonces sintió un escalofrío y al levantar la vista del libro se lo encontró allí, en un rincón de la habitación. Ana se quedó helada.
-Vamos Ana, si de verdad quieres conocer mi historia, pregúntamelo. Esos viejos e insulsos libros no te dirán ni la mitad de lo que quieres saber.
-¿Quién es usted?
-Buena pregunta aunque un poco compleja. Verás yo soy el de la foto de tu libro, sí ése, el del grabado. Y como puedes observar no he cambiado tanto...
-¿Pero qué coño es esto?
-Vamos Ana, no voy a dejar pasar esta oportunidad. No sabes las ganas que tenía de poder compartir mi secreto y éste parece el momento adecuado y tú la persona perfecta, una alumna reservada, tímida... El caso es que yo era aprendiz de albéitar, como sabes, creo que allá por el siglo XVII, me bailan las fechas ¿sabes?. Y como aprendiz era bastante bueno por cierto, pero me tenían prohibido hacer experimentos y estudios por mi cuenta. Me tenía que limitar a ayudar a mi maestro y aprenderme de memorieta "El Libro" pero no me permitían ir más allá y yo quería aprender de verdad, ensuciándome las manos, como decía mi padre. Así que por las noches, clandestinamente, me acercaba al depósito de animales para estudiar anatomía en los cadáveres. Hice grandes avances en mis sesiones ilegales de disecciones hasta que una noche me sorprendió un ser extraño. Se acercó a mí con los ojos inyectados en sangre y a penas pude reaccionar y ...me mordió emponzoñándome y convirtiéndome en uno de ellos. Desde entonces me guardé de no levantar sospechas. Los vampiros no estábamos bien vistos por aquellos tiempos y menos los aprendices de albéitares. Así que procuré fingir bien mi papel. Siempre fui reacio a alimentarme de personas, aunque su sangre es la que más sacia no sabe tan bien como las de otros animales. Así que decidí alimentarme de sangre de animales que estuvieran a mi alcance, lo que me permitía estar cerca de los humanos sin querer hincarles el diente. Conseguí mi puesto como albéitar pues sabía que me abriría muchas puertas y sería un pasaporte a una vida digna en la que poder ocultar mi secreto y viajé buscando mi sitio. Muchas veces me sentí un monstruo y por eso estuve lo que dura la gestación de una cerda sin alimentarme de nada. Claro que esto tuvo consecuencias catastróficas, pues cuando se cruzaba en mi camino una granja la dejaba seca. Con el tiempo he aprendido a dosificarme, pero los animales que campan a sus anchas son cada vez más escasos y de vez en cuando no puedo evitar darme un pequeño festín... Aunque procuro no levantar sospechas. El caso es que en aquellos años llegué a convertirme en un maestro albéitar honorable, aunque haciendo verdaderos esfuerzos, y ya ves muchos han querido relatar mis andanzas pero nadie se ha acercado ni siquiera un poco a la verdad. Y así han pasado los siglos y aquí estoy, en la facultad de veterinaria, donde puedo alimentarme sin levantar sospechas de los cadáveres que estudiais y desplazarme a las explotaciones que requieren de nuestros servicios. Pero tú, señorita curiosa, me has tenido que descubrir...y ahora te pregunto... ¿te atreverás a delatarme?
Tras meditarlo un segundo Ana le dijo:
-Profesor... ¿por quién me toma? ¿quién me creería? Si es usted feliz así pues... ¿¡qué le voy a hacer!? Pero hágame un favor ¿quiere? No cambie nunca de dieta y salga de mi habitación que tengo un trabajo que redactar o de lo contrario me cabrearé.
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