Hoy al despertar he encontrado a Peter a los pies de mi cama. Me miraba con esos ojos que tan bien conocen los Niños Perdidos. Unos ojos tan profundos como el tiempo y tan inocentes como los de un bebé. A penas me he podido contener y he roto a llorar en su presencia. Necesitaba hablar con él, aunque en su cara se dibujara un gran signo de interrogación. Él no podía entender lo que yo le pedía. Le pedía que se marchara, que dejara de invitarme a volar, que dejara de tirar de mi sombra y surcar con ella el universo hasta la segunda estrella a la derecha, que necesitaba que desapareciera de mi vida para siempre y que quedara como un recuerdo precioso en mi mente.
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