Hoy he andado sin dirección, sin voluntad propia, como movida por los hilos que sujetan las articuladas extremidades de madera de una marioneta, suspirando, sollozando, como alma en pena que vaga por este mundo sin saber con qué objeto. Porque he perdido el Norte. Mi Norte. Ése que me impulsaba a saltar del colchón cada mañana. Ése que fijaba mi mirada en el objetivo y me empujaba hacia la meta aunque se me llenaran los pies de insufribles ampollas. El mismo que plantaba ya al alba una sonrisa en mi cara. Ése sí ése. Pues lo he perdido.
He pegado carteles de "SE BUSCA NORTE" por todas partes, en farolas, marquesinas de autobús, más farolas, más marquesinas, en el metro, en las puertas de las casas... Y nada. Nadie lo ha visto. Ni una sola llamada con la buena nueva de la reaparición de mi querido Norte. No sabía qué hacer. Así que en un último y desesperado intento he subido al Faro. Dicen que no hay nada que pueda esconderse de su luz. Así que desde allí lo he buscado escudriñando compulsivamente la fina línea del horizonte. A mi Norte. Ése que he perdido ¡maldita sea!
Derrotada he vuelto a casa y sin probar bocado de los frios restos de la cena me he metido en la cama esperando encontrarlo a mi lado al despertar.
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