Me duele saber que otros me tachan de vaga, ilusa, loca, descarriada, (ejemplos tengo hasta decir basta) por perder mi tiempo cazando palabras, extraviándome en el empeño de conseguir algo que escribir cada mañana.
Me vence sentirme culpable, joven necia, por saberme privilegiada buscando describir una mirada, cuando según el mundo debería estar pendiente de avanzar hacia la nada.
Qué dura es esta vida en la que sólo se admiran las máquinas, en la que se han perdido las ganas. Las ganas de abstraerse de este burdo engaño confundiéndolo con negligencia, pereza y hasta pecado.
¿Qué delito tan grande he cometido? ¿qué pena le espera al que vive obnubilado?
He intentado apartarme del vicio de escribirlo todo en presente y en pasado, en primera persona y en tercera, aquí o en el papel de servilleta, pero no puedo señores por más que yo le dé vueltas.
No sé qué extraña enfermedad es ésta, sólo sé que estoy enferma, que pienso luego escribo, que escribo luego existo, que existo para esto.
¿Acaso no han tenido ustedes la oportunidad de decidir cómo vivir? ¿y hasta de vivir de lo que les gusta? A mí me gusta escribir y me da la vida, ¿por qué no puedo entonces soñar palabras, atraparlas y enseñarlas?
Así soy yo, joven descarriada, que sueña palabras para luego alumbrarlas. ¡Denme castigo divino si así lo estimaran!
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